¿Cómo representar el horror? ¿Cómo hablar y hacer que el discurso esté a la altura de lo ominoso?
En estos días que nos toca vivir, la obra de Jaar cobra vigencia. Las imágenes del horror son compartidas en las redes sociales, repetidas en los medios masivos de comunicación, pasando una y otra vez, día y noche. Nos preguntamos por el lugar que ocupan estas en el inconsciente colectivo. ¿Cuál es el sentido de su reiterada reproducción?; ¿dónde ha quedado la capacidad de la imagen para conmover en este permanente acecho de las mimas? El artista latinoamericano que nos convoca hoy es Alfredo Jaar, quien trabajó en estos cuestionamientos mediante su Proyecto Ruanda, de 1994.
Alfredo Jaar nació en Chile, en 1956, y a los cinco años partió con su familia a la Isla Martinica. Volvió a Santiago, para terminar la secundaria. Tras estudiar arquitectura y cine creó el proyecto Estudios sobre la felicidad (1979-1981). Al terminar este, a los 25 años, se fue del país, en 1981, rumbo a Nueva York. Su obra está marcada por el compromiso con la historia, por la reflexión sobre el distanciamiento entre el tercer Mundo y los países desarrollados.
En 1994, el pueblo de Ruanda vivió una masacre de proporciones gigantescas, una historia de criminalidad y complicidad generalizadas. Fue un genocidio descomunal, patrocinado por el Estado, el cual necesitó años de organización, pero solo 100 días, para su concreción. Más de un millón de habitantes murieron ante los ojos del mundo entero, sin generar ningún accionar de las potencias mundiales.
En 1994, Alfredo Jaar viajó a Ruanda y plasmó el horror del genocidio en más de 3.000 fotografías. El artista recorrió el país, conoció a sus habitantes y se interiorizó en sus historias. En ese contexto, fotografió los ojos de Gutete Emerita, una niña recientemente huérfana. Esos ojos Alfredo Jaar los reprodujo en diapositivas, en cantidad de un millón, como el número de víctimas del genocidio en ese país africano, y luego las apiló todas sobre una mesa de luz. Otras fotografías de ese mismo viaje las enterró en cajas negras, y sobre estas escribió la descripción de lo que se podría ver en las fotos. Todo esto fue El Proyecto Ruanda. La intención del mismo fue crear conciencia social frente a una temática que fue eludida en todo el mundo. Apoyó su muestra en textos y proyectó diapositivas que narraban solo con palabras este genocidio. Alfredo Jaar se vio también asaltado por cierto pesimismo respecto de la imagen, dudando de su efectividad, así como también de los alcances del rol social del arte.
Al ocultar las fotografías, dejando expuesta solo su descripción, su propósito ha sido despertar la conciencia por medio de un ocultamiento visual que devuelva la capacidad de ver el drama humano. El artista explicó el mecanismo de ocultamiento de la imagen en estas palabras: «Hay un desfase tan grande entre la realidad y lo que uno quiere decir… Pensé que las fotografías no transmitían lo que yo quería y terminé utilizándolas, sin mostrarlas».
En esta y en otras producciones, Alfredo Jarr apeló a nuevas estrategias de representación, que lo llevaron a resignificar no solo el poder de las imágenes, sino también la magnitud de los hechos. Recuperó la capacidad de emoción que subyace en las imágenas descubriendo al espectador los ojos de Gutete Emerita. Su mirada interpela al espectador, en ella se refleja el dolor y la soledad. Que al mirarlo se hace masivo y deja traslucir el padecer colectivo de los vestigios desgarradores de la guerra. Un dolor que, lamentablemente, no deja de atormentar a la humanidad.
Escribió Magdalena Verdejo