¿Quién podría vivir sin un ismo?

Qué lugar ocupan los fundamentalismos en la vida del hombre del siglo XXI, y, particularmente, cómo nos llevamos con el más ponderado y más temido de los ismos, el relativismo. Opina Jimena Bezares, en #FilosofíasParaResistir.

¿Quién podría vivir sin un ismo?

Autor: Lucio V. Pinedo

El Sr. de los globos es el nuevo presidente de los argentinos, los ingleses cantan la marsellesa, ¿Frondizi resucita?, los Kelper saludan y amenazan, el Estado Islámico despliega sus habilidades de producción y técnica cinematográfica mientras sigue mostrándole al mundo cómo no solo lo produce sino que lo introduce, Hemingway y Voltaire venden libros como banderas en París, se promete un bombardeo masivo para navidad en Siria —esperemos que a ningún dios se le ocurra volver a nacer en un pesebre—. Definitivamente, el mundo ha perdido la razón y por eso podemos decir que, ahora sí, se ha inaugurado el siglo XXI.

La filosofía nace como la búsqueda del fundamento y la defensa del mismo, entonces podríamos decir que la filosofía es fundamentalista. Estamos acostumbrados a darle un carácter peyorativo al término pero, yo me pregunto ¿puién puede vivir sin un ismo? Capitalismo, comunismo, peronismo, cristianismo, ateismo, vegetarianismo, patriotismo, liberalismo, civismo, optimisimo, pesimismo. Incluso aquellos que se piensan libres viven atravesados por dogmas, ideas, prejuicios y sistemas. Todos defienden su forma de vida, como si la «forma» no fuera algo rígido.

aristoteles

Cuando dos ideologías están en contacto o compiten entre sí, cabría esperar sutiles discusiones argumentativas. La realidad es distinta. Según sea la constelación real del poder, ideologías y religiones caen unas sobre otras a sangre y fuego, o coexisten sin intentos sostenidos de convencer al adversario. Hubert Schleichert en su divertido y profundo libro Cómo discutir con un fundamentalista sin perder la razón. Introducción al pensamiento subversivo nos presenta herramientas lógicas y argumentativas para pensar el problema, siempre nuevo, siempre viejo de cómo sobrevivir entre discursos.

La palabra es muestra de razón —diría Aristóteles— y esta se pone a sí misma como superior y excluyente. Un sin número de polaridades nacen de este presupuesto, y todos y cada uno se ve obligado a tomar partido. La libertad como condena tal vez sea la idea más potente del existencialismo, y esa imposibilidad de no elegir nos empuja a los extremos. Lo que tendríamos que pensar es ¿con qué extremos nos sentimos cómodos y por qué?

Valoramos la coherencia como la ratificación de quedarse siempre en un mismo lugar discursivo, pero nos molesta que otros lo hagan. ¿En qué punto podríamos sostener que no caemos tarde o temprano en una postura fanática? Los hombres de la Ilustración, aquellos que solo veían en lado claro de la razón, definían en la Enciclopedia la siguiente definición «fanatismo es un celo ciego y apasionado que surge de creencias supersticiosas y produce hechos ridículos, injustos, y crueles; y no sólo sin vergüenza ni remordimiento de conciencia, sino además con algo semejante a la alegría y el consuelo. El fanatismo no es más que las superstición llevada a la práctica».

Nadie pensaría que todos aquellos que se asumen como fundamentalistas (o no, pero lo son igual), en realidad, ocultan una creencia supersticiosa, es más, siguiendo a los intelectuales de la Enciclopedia podríamos argumentar que no hay otra manera de sostenerse en la existencia que no sea a través de la superstición, el ritual, la creencia, lo constante en lo inconstante. La superstición es una manera de habitar en el mundo, la razón también y las dos requieren de algo «fijo» en lo que sostenerse. A mi modesto modo de entender, no hay nada que distinga esencialmente estos polos. Y en el fondo oculto, no hay más que una polaridad vida-muerte, algo que se quiere conservar y algo que se quiere evitar, postergar, repeler.

En la lógica del consumo, del mercado, de la libertad a lo Coca Cola, el ismo se esconde pero late más fuerte que nunca. Eso no es ni debe ser nuestra idea de Occidente, tampoco la oposición civilización o barbarie, porque, si aún no hemos entendido que son lo mismo, no sabremos nunca cuál es el verdadero problema de fondo.

La salida de los ismos puede ser también la aceptación de un ismo que parece ser más plural: el relativismo. Las cosas no son lo que parecen, incluso cuando creemos las cosas no se detienen. ¿Es posible vivir en sociedad aplicando una postura relativa con respecto a todos los temas que sujetan la vida? ¿Todos llegarían a trabajar todos los días en horario y buenas formas si pudieran realmente darse la libertad de pensar en no hacerlo? ¿Se puede buscar un relativismo medido? ¿Podemos vivir sin verdades? ¿Queremos vivir sin fundamentos, sin cimientos, sin cómodos puntos inmóviles? La comodidad también es lo que nos lleva a la vida en sociedad, lo que nos controla, lo que nos aplaca cuando queremos salir del sistema, vivir con reglas propias, cambiarlas, volverlas a tomar.

El día que entendamos que nada es tan importante, seremos más difíciles de manejar, porque no estaremos detrás de una idea sino de nosotros mismos.

Escribió Jimena Bezares

Contacto: [email protected]

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