“Hay algo ahí. Es una hermosa criatura. No lo digo en el sentido evidente, en el aspecto quizá demasiado evidente. No creo que sea actriz en absoluto, al menos en la acepción tradicional. Lo que ella posee, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia brillante, nunca emergería en el escenario. Es tan frágil y delicada que sólo puede captarlo una cámara. Es como el vuelo de un colibrí: sólo una cámara puede fijar su poesía. Pero el que crea que esta chica es simplemente otra Harlow o una ramera, o cualquier otra cosa, está loco.” Así describe a Marilyn Monroe el personaje de miss Collier en el episodio que Truman Capote le dedica a la actriz en Música para Camaleones.
Un resumen bastante exacto de lo que fue Norma Jean: una envoltura voluptuosa, carnal, perfecta, que mantenía atrapado un espíritu tan frágil como dulce que sólo deseó una cosa a lo largo de toda su vida: que la quisieran. Marilyn vivió la dolorosa dicotomía de ser la mujer más deseada del mundo y la que más sola se sentía. «Una carrera es una cosa maravillosa, pero no sirve para acurrucarse contra ella en una noche fría», solía decir la actriz.
Sus amores –todos efímeros y, al final, decepcionantes–, de Joe Di Maggio aArthur Miller; su ascenso y su consagración en la industria del cine; su imagen de rubia superficial, su hipersensibilidad y su demonios internos… Todo eso es Marilyn.
(Escrito por Cecilia Casero para Vogue)