La agricultura puede ser entendida como una práctica a través de la cual diferentes civilizaciones han asegurado sus necesidades alimentarias por más de diez mil años.
La domesticación de las especies vegetales está entre las más importantes revoluciones realizadas por la humanidad. Esa práctica, puede ser representada desde numerosas miradas, comprendiendo que la diversidad sociocultural imprime huellas particulares a un evento que trasciende lo meramente material.
La horticultura, como expresión agrícola de menor escala y sin el uso de herramientas intensivas como el arado, se expresa tradicionalmente en la figura de la huerta. Un espacio de cultivo cerrado y próximo al espacio doméstico, mantenido en un contexto mayoritariamente rural. En la huerta convive gran biodiversidad, destacando la presencia de hortalizas, hierbas medicinales, culinarias y aromáticas. La existencia de estos lugares se atribuye primordialmente al autoconsumo y, en alguna medida, a la venta de excedentes de la cosecha, marcada por el trabajo familiar.
En cuanto al Gran Santiago, la actividad hortícola, primeramente, estuvo a cargo de los habitantes originarios antes de la conquista española y desde tiempos coloniales la presencia de chacras periurbanas han provisto de frutas y verduras a los mercados y ferias. Sin embargo, hasta mediados del siglo pasado era común poseer solares familiares al interior de viviendas que contaban con grandes patios, donde se cultivaban árboles frutales y se mantenía, incluso, a algunos animales de corral.
La expansión urbana fue dejando atrás estos micropaisajes rurales y la horticultura se consideró como propia de los sectores sociales más desprovistos económicamente.
En la última década, el recuerdo de la huerta familiar campesina, esa que tantos/as trajeron consigo desde el campo, ha venido revalidándose en actuales escenarios. Reemplazando la idea de jardines con culto a la estética, en jardines comestibles, ecológicos y urbanos. En diferentes comunas de la Región Metropolitana proliferan, nuevamente, las huertas.
PRODUCCIÓN Y AUTOGESTIÓN A BAJA ESCALA
Distintos/as gestores/as han decidido volver a “criar la vida”, descubriendo beneficios alimentarios, sociales, terapéuticos, culturales, medioambientales, económicos, por citar algunos. Se han creado programas comunales de huertas orgánicas, tal como en La Reina, donde, además, se ha revalidado un sistema tradicional campesino de mediería. Gracias a las propias labores en las huertas se consigue producir alimentos sanos, se aprende a elaborar el preciado compost y se cultivan nutritivas relaciones sociales.
Otros/as se han aventurado a cultivar en espacios públicos, como es el caso del Huerto Orgánico Las Niñas, a orillas del Canal San Carlos. Su gestora, Bertina Soto, es considerada como una referencia de horticultura urbana, tras haber convertido un sitio eriazo, lleno de escombros y basura en el año 2002, en un vergel donde se puede encontrar los más variados tipos de cultivos. Ella es reconocida, además, como una prolífica curadora urbana de semillas criollas.
Asimismo, por el sur, en la comuna de El Bosque, se han venido gestando distintas experiencias hortícolas en patios de consultorios, en sedes de juntas de vecinos/as y en otros espacios comunitarios, a cargo de Ramiro Droguett, poseedor de una profunda visión agroecológica. Algunas iniciativas han logrado mayor continuidad que otras, como el Huerto Orgánico Carelmapu (fotografía), donde un grupo de la llamada tercera edad, provenientes mayoritariamente de localidades campesinas, desde fines de los años noventa cultiva una huerta en un patio cedido por la Casa de Encuentro del Adulto Mayor.
Allí manifiestan su preocupación por cuidar de las llamadas “semillas antiguas” y de cultivar orgánicamente. Dentro de sus motivaciones se destaca su (re) conexión con una labor que desarrollaron en su infancia campesina, antes de migrar a la capital.
Por otro lado, la fuerte convicción de que estamos viviendo en una crisis planetaria social y ambiental, marcada por la amenaza del imperio de la transgenia, motivó a un grupo de jóvenes, en especial a Stephanie Holiman, a crear el Huerto Orgánico Hada Verde. Las principales inspiraciones se vinculan con la necesidad de hacer frente, desde la propia práctica, a un fenómeno que se vislumbra como gigantesco.
Las problemáticas derivadas de la pérdida de variedades tradicionales de especies vegetales, la creciente artificialidad en la vida urbana, la contaminación de nuestros alimentos y, en general, la predominante desconexión humana de la naturaleza viva, han llevado a los/as participantes de este proyecto horticultor educativo, a tomar una marcada posición política centrada en el hacer. Por lo que en la céntrica comuna de Providencia, esta experiencia ha ido creciendo y transformándose en un ejemplo en la capital.
Mediante el trabajo en la huerta se (re) valoran formas asociativas de convivir. Se vuelve a vincular con elementos básicos de nuestra existencia como es el propio alimento. En el trabajo hortícola la percepción del tiempo discrepa con la vertiginosa ciudad, marcada por lo efímero en lo social y los intereses de producción económica.
Cada horticultor/a representa su trabajo, su propia labranza, desde el lugar que ocupa en el mundo, haciendo una interpretación de lo que hace de acuerdo a su historia de vida. Es así como para algunos/as la huerta urbana recrea la imagen de su infancia campesina, donde la huerta era el centro de la vida familiar. Para otros/as la huerta urbana representa una forma cultural de resistir frente a las avasalladoras maneras que la ciudad y el sistema mundial globalizado va tomando, identificándose más con una mirada hacia el futuro, desde una preocupación ambientalista. No sólo se trata de cultivar para comer, sino que, además, para expresar una posición frente a las hegemónicas formas de concebir la vida.
La horticultura urbana en la capital seguirá creciendo, así las cosas, pues ha vuelto a florecer en su interior. La alternativa de decidir qué y dónde cultivar está reuniendo a los más variados grupos humanos, en el ámbito planetario, constituyéndose en una transversal iniciativa para reunirse y una nueva revolución cultural, la soberanía alimentaria, se instala en más lugares. La huerta urbana es una gran maestra.
Por Sofía Hernández Pérez
Bloguera independiente
Reportaje ganador categoría soberanía alimentaria del Primer Concurso de comunicación Popular “Saca la Voz, ponla en movimiento”
Entre octubre y diciembre de 2009, el concurso “Saca la voz…” buscó estimular la producción independiente sobre temas de movimientos sociales chilenos, escasamente abordados por medios comerciales tradicionales. Su eje principal es la democratización de las comunicaciones y la libertad de expresión y, para esta primera versión, se incluyó una segunda categoría temática: Soberanía alimentaria. Decenas de comunicadores comunitarios y populares presentaron propuestas y demostraron que la reflexión, la creatividad y el trabajo colectivo de base contribuye a abrir caminos hacia una nueva conciencia por el derecho a tener voz.
El jurado del concurso estuvo integrado por Juan Pablo Cárdenas, director de la Radio Universidad de Chile; por la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas Anamuri, Elizabeth López y Ana Delia Téllez; Germán Liñero, documentalista e investigador de la memoria audiovisual chilena; Katherine Bauerle, periodista y representante de la Delegación de la Unión Europea en Chile; y Mario Garcés, director de ECO, Educación y Comunicaciones.
El Ciudadano