Mundial de Fútbol y Tsunami

Muchos se preguntan qué anda haciendo Michelle Bachelet en Sudáfrica

Mundial de Fútbol y Tsunami

Autor: Wari

Muchos se preguntan qué anda haciendo Michelle Bachelet en Sudáfrica. Algunos ven en su presencia una particular de forma de “hacerle sombra” a Piñera, otros una manera de conservar la vigencia de su cercanía y popularidad que tantos dividendos le trajo a su gobierno y que la tiene hasta el día de hoy como la mandataria más querida entre los chilenos.

Hace un tiempo atrás, Cambio 21 publicó un reportaje donde comparaba la buena relación de Bachelet con la dirigencia futbolera chilena, versus el cada vez más tirante y forzadamente protocolar intercambio entre Piñera y la ANFP. Sin embargo, en lo que respecta a la invitación a Sudáfrica, Bachelet se la tiene más que merecida: ella junto con Harold Mayne Nicholls, tuvieron la visión de entender como pocos los beneficios de aumentar la competitividad del deporte chileno.

A algunos el ambiente excesivamente futbolizado que trae la Copa del deporte más lindo del mundo les puede parecer exagerado, innecesario.  Quienes así razonan, no se han detenido a pensar que Chile es un país que carece de una imagen país coherente y afianzada en el resto del mundo. Cierto es que contamos con dos premios Nobel; cierto es que somos la puerta de entrada a la Antártica y a la Patagonia (más conocida fuera que el propio país que la alberga); no obstante lo anterior, todavía cuesta hacer reconocible a nuestra nación por tópicos que no sean “Pinochet” y “Zamorano” acaso entre los más futbolizados del Viejo Continente.

Nos engañamos creyendo que somos una potencia turística, lo cual tampoco tiene su correlato en la realidad, debido a que hay lugares recónditos del planeta en África, Asia, Oceanía e incluso aquí mismo en Sudamérica que generan un atractivo inmensamente mayor que recorrer Torres del Paine, por lejos lo más conocido de Chile turísticamente hablando ¿Festival de Viña? ¿Don Francisco? Sí, pero sólo en Centroamérica, latinos en USA, y una fracción de España.

Tener un fútbol verdaderamente competitivo nos brindará satisfacciones más allá de la natural de celebrar goles y es que posicionaría al país en el mundo. Si todo el dinero que se ha invertido en crear comisiones para mejorar la imagen país de Chile (con ese ambiguo y deslavado eslogan de all ways surprising) se ocupara en mejorar tanto la infraestructura e institucionalidad deportiva del país (Chiledeportes de paso, para que nunca más sea usada como caja pagadora de favores políticos), no tendríamos que esperar a que alguna bataclana chilensis pillara desprevenido a algún miembro de alguna Casa Real europea, ni ninguna de esas casualidades estrambóticas del destino, que finalmente no son más que eso: eventos aleatorios que fruto del acaso generan algún rédito.

De manera que Bachelet a su manera, demostró que tampoco en el fútbol, ni en ningún otro deporte, se puede dejar que opere la mano invisible. Porque fue justamente dejando que operara la mano invisible que sufrimos lo que sufrimos futbolísticamente hablando. El deporte es un tema que corresponde prioritariamente al Estado: Así lo entendió la Unión Soviética, así lo entendió China y vaya que en los Juegos Olímpicos nunca les ha ido mal. Qué distinto serían nuestros resultados si en cada capital de provincia existiera un centro deportivo de alto rendimiento, que captara a nuestros talentos desde la infancia, si los gastos en inscripciones, implementos y giras fueran de algún modo subvencionados por el Estado.

Entonces dejaría de pesarnos en el saludo al amigo cuando es forastero la palabra Pinochet, como si la historia del país se hubiera detenido con una lápida encima en septiembre de 1973.

LO QUE EL TSUNAMI NOS DEJÓ

En Concepción, ya es deporte nacional culpar al gobierno de la presidenta Bachelet de la tardía y torpe reacción de la Onemi y el Shoa. Se le acusa, de negligencia inexcusable, de imprevisión extrema, se recuerda que Hillary Clinton descendió del avión prácticamente con un teléfono satelital en la mano con cara de “no puedo creer que no tengan estos aparatitos”. En fin, toda esa mise-en-scène que no reiteraremos aquí.

Llama particularmente la atención la ausencia de un mea culpa no sólo del gobierno, sino que de las autoridades comunales de las localidades arrasadas, de la Armada,  etc.  Pero más allá de lo que en estos momentos resulta obvio, debiéramos pensar también que hicimos mal como nación, porque valoramos tan poco nuestra vida que jamás averiguamos cuáles son los requisitos sine-qua-non de la ocurrencia de un tsunami, para no volver a hacer el ridículo como ya lo hicimos esa vez por allá por el 2005…

Hemos escuchado ya demasiado sobre la nauseabunda colusión entre los intereses privados y la, por ejemplo, escandalosa liviandad de otorgar permisos de construcción (de los cuales, la intendenta van Rysselberghe de seguro tendrá mucho que decirnos). Pero qué lleva a un colectivo de personas a valorar tan poco su vida, que toda medida de seguridad y prevención de riesgos es mirada como innecesaria alharaca, extrema prudencia (y la extrema prudencia sabemos como se apoda aquí en Chile), como un molesto recordatorio de que los peligros existen aquí mismo en esta larga y angosta faja de tierra.

Existe impregnada entre nosotros, casi desde la cuna, una invitación a no valorar nuestra vida. Si se exigen 10 extintores en un edificio, hay 5, si tienen que haber 2 vías de evacuación en una discoteque como mínimo, con suerte hay una, si los pescadores artesanales deben mantener 4 botes salvavidas, tienen uno como si fuera para exhibirlo más que para seguridad de su propia tripulación, si la vida útil de un bus es de 10 años, andan varios de 15, 20, etc. Cada uno sabe a lo que me refiero, porque insisto, es parte de la cultura nacional.

Sin ir más lejos, meses antes del terremoto grado 8.8 grados Richter que asoló el país, apareció publicado en diario El Sur de Concepción un reportaje acerca de la posibilidad cierta que ocurriera un tsunami precedido de un terremoto en Talcahuano. Se discutía además la conveniencia o no de incluir en los planos reguladores las zonas inundables en caso de tsunami, no como meramente indicativas sino que como un instrumento de gestión de territorio en un proyecto de ley para modificar la Ley de Urbanismo y Construcciones, proyecto al que de seguro se opondrían las constructoras aduciendo que generaba “ruido innecesario” que “trababa el emprendimiento”.

De manera que de pronto aparece obtuso buscar responsabilidades en 20 años de gobierno concertacionista (que las hay, desde luego) considerando que durante 17 años tuvimos por gobernante a un militar, alguien que por natural educación tenía mucho más claro que cualquier civil la logística necesaria para hacer frente a un tsunami, que perfectamente pudo haber instruido a todas las capitanías de puerto para informar a la población los pasos a seguir en caso de una eventual emergencia sísmica. Pero al igual que a él, al igual que a la Concertación, al igual que a todos se nos olvidó que tenemos 4.500 kilómetros de costa y que los terremotos precedidos de tsunamis ocurren al menos 1 vez por siglo en el territorio nacional ¿No me creen?: Concepción 1751, Concepción 1835, Valdivia 1960, Concepción 2010.

Por Juan Pablo Gutiérrez

Estudiante de Derecho

Texto subido a esta web por (no es el autor):


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