Aún tenemos coito ciudadanos

Desde la antigüedad hasta los días de hoy, que si bien al contar los días son muchos pero muchos, también podemos contabilizar en avances tecnológicos, bélicos, remodelación de calles, ciudades, países y todo lo que implique avanzar, dejando fuera al ser humano


Autor: Director

Desde la antigüedad hasta los días de hoy, que si bien al contar los días son muchos pero muchos, también podemos contabilizar en avances tecnológicos, bélicos, remodelación de calles, ciudades, países y todo lo que implique avanzar, dejando fuera al ser humano. Todo eso, creo que se logra con creces, sin embargo hay puntos en los cuales aún el laberinto no se atraviesa y no vemos el punto de salida o la luz como dirían los más creyentes. En esto, me detengo y pienso, ¿qué pasaría con los ciudadanos si no tuviéramos la posibilidad (remota para algunos) de tener un polvo de vez en cuando?, ¿de hacernos el amor fortuitamente?. Los más avezados tienen porrazos at the weekend and in the week of course, pero eso es un suceso extrañísimo, tanto como hablar inglés en sueños. ¿Qué pasaría si nos dejáramos de tocar?, aunque sea por casualidad muchas veces en las calles o en las micros, en que los dedos rozan con otros dedos en los caños, tan manoseados por los transeúntes. Ese tocamiento que existe entre las parejas, de todas las sexualidades pertinentes. El contacto de los dedos en las vaginas de las mujeres del mundo entero, emitiendo esos quejiditos que son música para los oídos. Ese sinuoso tacto entre las piernas, antes de tocar el universo o al menos pellizcarlo de a poquito. La elevación que sufren los sexos masculinos, penes erectos en reclamo de sentirse dueños y machos en penetración, al entrar con fiereza definida en la cavidad húmeda y suave de una fémina. Obteniendo en este acto tan sublime, maravilloso, pleno de detalles, la unidad perfecta. Ausente muchas veces de elogios, de afectos, de mimos, de caricias endulzantes. Ausente también, por los cánones establecidos en los sistemas rígidos que no permiten el libre albedrío entre los cuerpos desnudos. Denostado, humillado, despellejado, despeinado. El coito se retira a un rincón oscuro, sucio. Se arrastra por bares de mala muerte, tugurios pestilentes, buscando víctimas. Camina por callejuelas vendiéndose a bajo precio, o tan sólo “por un chupadita”(me gusta esa frase). Deambula por pasillos oficinescos, atacando en horas de colación “rapiditas”. Escuálido, como si siempre estuviera cometiendo delito de existir. Intenta meterse entre las paredes de los congresos a duras penas esgrimiendo argumentos de valor insospechado para seguir existiendo en potente armonía con la vida. Ausente de algunos cuerpos ignorantes de tocaditas en el culo. De cuerpos secos, ásperos, sin lugar al jugoso andar de las calenturas que sí tienen un final. El coito va por lares distintos, reprimido, acusado de pecador, de falto a la moral y a las buenas costumbres de los ciudadanos. Condenado por reyes y diplomáticos impotentes. Por mujeres mal usadas, frígidas y mutiladas en su esencia más primitiva, el sabor. El coito vagabundea por las líneas de los trenes, buscando pasajeros que lo puedan trasladar a un viaje más placentero, que las abandonadas líneas de una vieja estación, en que se contornean viejos hombres a punto de morir de hambre. En esta oportunidad, sin lugar a ninguna duda, es de hambre por un buen polvo. El coito se bambolea de noche en noche, pateando piedritas para que no lo pateen. Más aún, de lo que hasta hoy ha sido golpeado, trastocado, vilipendiado. Estafado, el coito se siente estafado. Fue creado en buena lid, para buenos propósitos y hoy es condenado por moros y cristianos. El coito nos refriega a cada momento su esclavitud. Lo miramos de lado, con desprecio volteamos la cara, eso si, con la baba entre las comisuras de los labios y los jugos entre las piernas, con las ganas de encontrarnos un buen espécimen que nos haga alcanzar la gloria. Deseosos y hambrientos, permanecimos agazapados para no caer en lo que consideramos una trampa.

Se alejaron monjes, puritanos, creyentes, en sus sacras vestimentas. Cerraron sus puertas a la magnificencia del coito. Estipularon leyes dogmáticas, los necios de espíritu. Crearon formas de lucha en contra de sus fluidos, los grandes estrategas. Lavaron cerebros desde la más tierna edad, los exiguos científicos. Quemaron a brujas y fantasmas, coreados por el populacho ebrio de morbo. Institucionalizaron el coito, los eruditos, creyendo que así, casando a las parejas, éstas cogerían en cautiverio o bajo reglas establecidas. El coito bajo esas premisas, creó la infidelidad. Lo prostituyeron, bajándole el perfil a mercenario, astutos filósofos, de índole fasistoide. El coito huyó a las calles, despavorido. Busca refugio en algunos hombres y mujeres que aún creen, que no se doblegan ante nadie ni ante nada.

Dejar el coito fuera de nuestras vidas es como volver a la guerra fría, dejando al mundo mirándose los dientes.

El coito sabe a ciencia cierta que, la libertad tiene costos altísimos y está dispuesto a pagarlos. El coito sabe que en sus manos está, para aquellos que quieran, que deseen, que sientan. En él existe un arma de liberación. Un juego inaudito de magias incalculables. Transporte indecible a la bondad de los dioses. Experimento majestuoso de pieles en ríos y acantilados, vertientes trasparentes de sensuales, sexuales movimientos, contagiadas con la libido y la lujuria. Sentidos, sonidos, ruidos guturales, mezclados con la mixtificación de nuestros ancestros, todos ellos evocados, invocados, para consolidarnos como seres de verdad humanos. Caminando a pie pelado por el pasto húmedo, oliendo el pan recién salido del horno, saboreando un buen café al amanecer, mirando la sencilla puesta de un sol de verano, mirando la aparición de la tremenda luna en el mes de febrero, apreciando la risa de los niños cuando juegan en el barro, sintiendo la satisfacción de una ducha caliente. El coito nos libera y nos renueva a un mundo que hasta hoy vamos desconociendo cada día más.

Dilcia Mendoza


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