Otra leyenda hace derivar de las palabras Hapi: preñada, y Ñuñu: teta, la que relata que eran siempre duendes, disfrazados de jóvenes hermosas, dotadas de lindas y turgentes tetas, repletas de una leche deliciosa que secretaban, apenas notaban la presencia de un hombre, el que ante una visión tan seductora se sentía irresistiblemente atraído hacia los pezones, comenzando a extraer y gustar del líquido delicioso que vertían, el que cual un néctar envenenado lo embriagaba y hacía perder los sentidos, para enseguida arrancarle su alma golosa y llevársela lejos, muy lejos, a los antros donde moran semejantes duendes. Al día siguiente, sólo queda del pobre diablo que tuvo la mala suerte de toparse con un Jappiñuñu, un cuerpo yerto y esquelético en el fondo de alguna quebrada o al lado de un camino desierto.
Por eso, toda vez que el indio siente volar en el aire, a deshoras de la noche algún ave nocturna, supone que es algún Jappiñuñu, que le está acechando para arrebatarlo, y huye apresurado al interior de su casa, o se acurruca junto a un muro que lo proteja. Asimismo, si ha desaparecido un individuo por la noche, por algún motivo ignorado que haya podido sobrevenirle, como por crimen o fuga voluntaria y no se sabe nada de él, se apiensa muchas veces que el ausente pudo haber sido arrebatado por algún Japiñuñu.
«Extracto de Mitos, supersticiones y supervivencias populares de Bolivia».
El Ciudadano