Desde la cuna he sido colocolino. Cuando Colo-Colo salió campeón de la Copa Libertadores mi viejo me compró mi primera camiseta del club, la 1 de Daniel Morón. Recuerdo que en ese tiempo me gustaba jugar al arco. Con los años ese puesto quedó para otros y por habilidades físicas fui jugando en puestos de contención o de ataque, en fin. En el año 1996 fui por primera vez al estadio, un clásico Colo-Colo v/s Universidad de Chile, en el Estadio Nacional (obviamente, ganó Colo-Colo). Para no carrilearme, la verdad es que no recuerdo el marcador, pero Marcelo Espina le hizo un golazo a la «U», sacó el banderín del córner, se sacó la camiseta y la paseó por todo el lado norte donde se ubicaba la Garra Blanca. Fue un carnaval y decidí ser parte de ese grupo que marcó una época dentro del contexto social de movimiento de masas de aquella época.
¿A qué me refiero con esto? A que las barras bravas de aquella época tenían algo que decir, venían saliendo de la Dictadura, de la represión; los jóvenes que pertenecían a las barras bravas (Garra Blanca y Los de Abajo) eran los mismos que gritaban en los barrios el «y va caer, y va caer», eran los mismos que caían detenidos por ser pobres, por ser jóvenes, por llevar el cabello largo como consigna de libertad y rebeldía; caían por sospecha. Estos jóvenes, en su mayoría de Santiago y algunos que íbamos desde provincias, buscábamos un lugar donde expresar todo nuestro descontento y lo encontramos en el tablón. A través de los cánticos, a través de las banderas, a través de los bombos, a través de las reuniones clandestinas, porque las policías y el gobierno veían en nuestros grupos una crítica social con fuerza, con un fundamento que se propagaba por todo Chile y Sudamérica y que no jugaba para nada en favor de ellos.
Muchos reclamaban por no tener derecho a la educación, por no tener derecho a la salud, porque sus hermanas o madres debían prostituirse para llevar el pan a sus hogares o debían vender drogas para obtener alimento. Encontramos en el tablón un espacio donde gritarle en la cara al Gobierno: somos los desplazados y nos esconden por gritar la verdad. Había una influencia política, muchos de los integrantes (amigos míos) habían pertenecido al F.P.M.R o el M.I.R. Había una influencia intelectual de personas preparadas política y académicamente y lo mejor de todo es que estos elementos se enmarcaban en un estadio, en un tablón, en un equipo de fútbol.
Hoy esto se ha perdido, las sociedades se transforman, crecen, mutan y eso ha pasado con las barras, que han mutado a tal punto que los componentes son mutantes, no hay un concepto tras ellos, no hay una idea, no hay un hilo conductor que los lleve a crecer y creer, son lumpen con claros signos carcelarios institucionalizados. Es decir, que estando en libertad hablan y actúan como si estuviesen en la cárcel. No logran darse cuenta que interactúan con gente decente, familias, profesionales. No les interesan sus jugadores, o con qué planteamiento se parará su equipo ante el rival, solo van al estadio con un solo propósito, legitimar la violencia cobardemente.
Por último, antes peleábamos a mano limpia…
Por Carlos Abarca Briceño, sociólogo y ex Garra Blanca