Se ha ido Domingo Asún, psicólogo social de Chile. Decimos “psicólogos social de Chile” no sólo por la formación que hizo sobre miles de profesionales de la salud, sino también por la vocación analítica con la que aguzaba su mirada en torno al país. El nombre de Domingo Asún no es el de un simple profesional. No es la de aquellos que egresan de la Universidad como si salieran de una tienda de ropa, o de un mall. “Profesional” no es aquí, bajo el cobijo de su palabra, un término cualquiera. Es una exigencia con el presente, el arrojo del estudiante a la crudeza de su tiempo, a la batalla que está en juego en la creación de conceptos, a la lucha que conmina la crítica en favor de una vida común que nos ha sido despojada.
Porque Domingo no es sólo el nombre de un profesor de psicología social, sino también, el de un legado que aún no deja de vivir en a clandestinidad: cada vez que un profesor o un estudiante de la Universidad deja reducir su pensamiento, a los conformismos de su tiempo, a la aceptación de las traiciones normalizadas, a las miserables competencias de los nuevos “métodos” o a las absurdas exigencias que impone la tecnocracia neoliberal sobre la producción del conocimiento, entonces su “legado” mantiene una inactualidad insospechada. Un legado que no fue suyo (porque no es de nadie) pero que hizo suyo, que jamás puede reducirse a una persona en particular, pero quién lo recibe, lo actualiza en nuevas formas de impugnación de su presente. Ese legado es lo que podríamos llamar un don. No pertenece a nadie, pero compromete a todos, es la vida común que no vemos, pero en la que participamos siempre. Domingo hizo vivo ese legado que hoy deja libre y nos lo ofrece a nosotros para actualizar su fuerza. Nos preña de historia y nos lanza a lo por venir.
En un contexto en que el “consenso” nos mostraba que la dictadura podía mutar y profundizar su fuerza allí donde ésta parecía disiparse, Domingo no se dejó domesticar por su hipocresía, y proyectó una práctica de la psicología social que no dejaba de problematizar su lugar, sus efectos, sus complicidades con el poder de turno. Fue la apuesta común del pensar de un pensar igualmente común, donde la generosidad y mutua complicidad en la enseñanza se combinaba con la ironía políticamente “incorrectas” y la pasión por un trabajo que jamás transó con las mezquindades académicas.
Su legado hay que medirlo por la fuerza del futuro que imagina, y la intensidad de un pasado desde el cual proviene. La “proveniencia” no es un origen preciso al que pudiéramos referirnos, sino una línea de fuerza sin origen ni final cuya inactualidad nos atraviesa en determinados momentos y nos compromete hasta el fin de los días. Domingo Asún, es el nombre de lo inactual en el Chile contemporáneo. Lo que no calza con sus fiestas, ni con su lánguidas tristezas, lo que se sustrae a la privatización del conocimiento y lo que no vive sino de la amistad cotidiana de quienes pueblan la Universidad. El nombre de Domingo Asún, es el de una fuerza que no vive de los pequeños consuelos de nuestro tiempo, sino de la inactualidad de un mañana.
Porque la Universidad no era para Domingo una fábrica de expertos, ni el negocio de los especuladores, sino el lugar de un habitar en que maestros, estudiantes y funcionarios podían compartir una mesa con la misma cerveza y con el mismo pan. Para muchos que vivimos a su lado, que experimentamos la risa de su crítica, el fragor de su trabajo, la lucidez de su reflexión, sólo podemos agradecerle por haber recibido ese don memorioso, ese parpadeo en medio de un mundo que sólo tiene ojos para vigilar, y manos para someter. Sin pertenecer a nadie y a todos a la vez, el don redunda en la vida común a la que pertenecemos sin pertenecer y en la que Domingo fue el nombre del coraje que hoy nos deja como legado y que, a la intemperie, nos reúne en una misma historia. Por ese legado, por ese don que nos dejó, hoy podemos decir: gracias compañero Domingo.
8 de diciembre de 2015