Argentina, en diciembre, es pirotécnica. Ya todos los sabemos, y parte de los sentimientos de ansiedad que albergamos son producto de históricos —e histéricos— y tristes fines de año. Y sobre todo ahora, que nos han atormentado desde el enero pasado con campañas políticas: falsos pacifismos, incómodas amistades, promesas por aquí, promesas por allá, y nunca el conejo salió de la galera.
En las últimas semanas, varias ideas se impusieron al imaginario colectivo: traspaso, sinceramiento, descapotable (¡Dios mío, ahí va otro que quiere ser Kennedy!) y una larga lista de palabras que empezarán a circular para que el nuevo gobierno comience a armar su relato. Si el mismo se define solo por la negación, sabremos que es un relato del resentimiento, y en este sentido, y siguiendo a Nietzsche, es un relato muy peligroso, porque el vulgo tiende a creerlo con facilidad, y esto se explica sencillamente: hay más esclavos que nobles. De todos modos, Nietzsche, que sirve para entender casi todas las aristas de la vida contemporánea, no es el tema de nuestra reflexión aunque mucho nos ha dicho de la constitución y retención del poder.
James George Frazer, un antropólogo extraño y lamentablemente pasado de moda, hizo un intento descomunal al imaginar puentes para unir y comparar diversas culturas. De una idea pretenciosa y al borde de lo imposible, nacieron los 12 tomos de La rama dorada (El Capital tiene muchos menos y deben quedar pocas personas vivas que los leyeron completos). Los hombres no se ven muy atraídos a leer algo que se presenta en tomos, es como casarse, requiere un compromiso a largo plazo. Sin embargo, el antropólogo, sin duda, todavía tiene mucho que decirnos de nosotros, sin importar si alguna parte de la antropología cree que fue un intento valorable plagado de errores.
Volviendo al tema —a pesar de que se darán cuenta de que hoy más que nunca tengo motivos para irme por las ramas— nuestro autor, a través de ciertas figuras que se encuentran en muchas mitologías, sintetizará en hermosas telarañas conceptuales. Todo este enorme cuento comienza con la leyenda del Rey del bosque: «En la antigüedad este paisaje [está hablando del bosque de Nemi] fue el escenario de una tragedia extraña y repetida». Podríamos decir que se repite, desde que el mundo es mundo, la imposibilidad de dejar el poder. «Alrededor de cierto árbol de este bosque sagrado rondaba una figura siniestra todo el día y probablemente hasta altas horas de la noche: en la mano blandía una espada desnuda y vigilaba cautelosamente en torno, cual si esperara a cada instante ser atacado por un enemigo. El vigilante era sacerdote y homicida a la vez; tarde o temprano habría de llegar quien le matara, para reemplazarlo». Dejar el poder es dejar la vida.
El rey del bosque vivirá atormentado por retener el poder, lo cual lo obligará a una vida plagada de peligros —porque todo salvo él es una amenaza— y miedos, pero siempre sabrá que aunque su inteligencia y su fuerza lo acompañen con el paso del tiempo, alguien vendrá a reemplazarlo y con ello a darle muerte.
El traspaso (de Cristina a Macri) ha traído a la antropología una nueva paradoja: hay dos presidentes que detentan el poder en simultáneo. Hace días que debatimos cómo se va a dar la sucesión ¿quién tiene el poder cuando nadie lo tiene? Unos se van y otros vienen, nadie se pone de acuerdo en cuál es el momento real de pérdida y traspaso. Esto es muy interesante porque fuera de las discusiones cosméticas (se hace en un lado o en otro, invito yo o invitas vos, voy en descapotable o caminando y podría seguir) la discusión de fondo es cuál es el minuto exacto de esa transformación ¿el miércoles a las 24hs, el miércoles a las 23:59hs, cuando firma el nuevo presidente, cuando Cronos castra a su padre? Perdón, con esto de la sucesión muchas cosas irrumpen en mi mente. El problema es la deportivización del poder, no hay ganadores ni perdedores, por ende no hay buenos o malos. Por un lado, la inapelabilidad de la Constitución y el miedo al golpe de estado (de 12 horas), por el otro, la necesidad de repetir el modelo norteamericano y —ante la negativa de seguir la pantomima— la judicialización ante posibles eventos desafortunados.
Pero muy en el fondo «la rama dorada» o el bastón de mando, no desde su simbolismo inerte sino desde su poder material, es el problema de una sucesión entre dos sacerdotes de religiones distintas. Y en el ámbito contemporáneo, la fuerza de la imagen que inaugura y clausura al mismo tiempo.
Los periodistas argentinos, en su mayoría, no quieren relegar el protagonismo y entonces sintetizan el problema en «se pelean por la tapa del diario», como si los mandatarios fueran perritos juguetones que solo quieren mordisquear y babear el diario de la mañana siguiente. Me parece que bajo el tema «diario» o «capricho» se subestima a la política, sea del color que sea. Acá se está jugando algo del orden de la vida y la muerte, de la entrada y la salida, de la idea, de la imagen y, en última instancia, el personalismo. Si bien los argentinos tendemos naturalmente a la esculturación de nuestras magnificas personas, eso nos hace incapaces de una lectura más ordenada de qué carajo está pasando.
Escribió: Jimena Bezares