Gustavo Bernal nos ha puesto en un difícil trance, difícil por la reciente muerte de Pedro Lemebel en enero pasado y complejo en la medida que la escritura muchas veces desordena los lugares. Cuando hablamos del personaje, cuando hablamos de ficción, ¿Cuál es la frontera posible para un libro que apela un escritor real? Tan notable y único como Lemebel, más aún en la frontera naciente de su espectralidad en tránsito. Será difícil separarlo incluso del mito que ya provoca entre lectores, y seguidores, cuestión que el propio Pedro manejó, no sin problemas muchas veces. El personaje se arrancaba del autor y nunca bajó de los tacos decía. Los amigos íntimos todavía no damos con la fórmula para quitar el desasosiego que nos ha dejado su partida. Sin embargo, la invitación del autor de Rabiosa, ha implicado volver a mirarlo o reconocerlo, más cerca o lejano según nuestras propias miradas en el texto. Hace un tiempo alguien decía que uno de los personajes más logrados de Pedro Mardones había sido Pedro Lemebel. No estoy todavía seguro de eso, en la medida que las subjetividades o políticas del yo, son múltiples y variadas sus formas de presentarse. Pedro transitó en un género que rescata el ánimo de los tiempos, pero que veía con sospecha esa separación de géneros literarios, despreciaba el panteón literario institucional de la nación y arrancaba a la arqueologización de su firma como autor. Solo escribió una novela, pero se sentía más cómodo en la crónica. Prefirió un género bastardo y residual, adornando hasta el éxtasis la cultura popular que el hacía brillar con su lucidez escritural. Quizás por esa elección es difuso los tránsitos posibles entre realidad y ficción (la crónica habita en un flujo entre esos dos lugares)
Gustavo Bernal ha realizado un peligroso ejercicio, convertir a Lemebel en personaje o más bien trabajar con la versión de un personaje ya inscrito la cultura chilena, operación simbólica que el propio Pedro trabajó estos últimos 25 años. Es difícil evaluar la eficacia literaria de un texto cuando desordena los campos genéricos y disciplinarios. Por ello, un desafío interesante nos propone el autor de Rabiosa. Sospechamos ciertamente que el texto trabaje en el desdoblamiento posible del autor, de su alter ego, Elver Cruzila, escritor joven y desconocido, que mantiene una relación amorosa lemebeliana que se presenta ambigua en el texto. Me pregunto que puede significar esta relación lemebeliana en la propia historia. Respondo tanteando a oscuras, que el devenir amoroso de la loca o del personaje inscrito como Lemebel también posiblemente es una representación o un vértice, en una identidad cruzada, trans o errática entre los propios personajes de Lemebel y el autor de Rabiosa. Estamos frente a una caja de pandora, ¿Quién es quién? ¿Cuál es el juego de referencialidad?¿Cuál es la idea de verdad literaria que deseamos ver?. Todas ellas preguntas que saltan del texto, no solo por la cercanía posible con el personaje sino más bien, por la pregunta ¿Importa en el texto convocar una idea de originalidad o cercanía con el personaje? Si respondiera clásicamente, la referencialidad no interesa en la medida que la eficacia del texto se resuelve por si sola. Quizás en Rabiosa descubrimos nuevos caminos posibles de este personaje y de su propio devenir. La oposición que la historia realiza interesa en la medida que se vuelve espejismo o espejos de los personajes centrales, tanto el personaje Lemebel como el escritor joven, juegan a un deseo mutuo y diferenciado, no sin contradicción. El juego lemebeliano posible será el propio universo de Lemebel jugando con la fractura de una masculinidad tradicional, obrera, proletaria, anarca, que arma o se presenta como sueño imposible. Un amor, que cae en la vereda del sexo diario y anónimo, pues el esceptismo de la propia “reina madre” buscando la dignidad del amor y despreciando el juego amoroso tradicional es una constante. Me acerco más a esa sociabilidad travesti, que es coherente con la estética afectiva lemebeliana, que juega al amor como si, como si nunca lo pudiese obtener, fractura de la hegemonía masculina y deseo negativo que nunca se cumplirá o que se rinde de otra forma. La historia que vemos en Rabiosa, es la historia de un amor en la tensión directa con el aura famosa personaje y los desencuentros posibles con un deseo de escritura en el personaje joven. Es decir, imposibilidad como eje, para el amor de la loca o “rabiosa”, que a su vez opera con la idea de una escritura que se vuelve imposible como el amor. Los personajes se encuentran en ese devenir, perdidos y anudados por si solos en ese espejismo construido en sus propias subjetividades. Me parece que el borde del abismo de esos deseos cruzados, es lo que interesa de esta historia.Su narración, como corte de época, como vereda de un tiempo y cartografía de la noche arrabalera en Santiago, es un acierto en la medida que conjuga un paisaje posible y coincidente con la historia narrada. La voz de Elver es naturalmente masculina en ese ejercicio de representación posible y ahí también reside su propio peligro, en la medida que es fiel al juego de lo masculino contradictoriamente hegemónico. La voz de quien cuenta la historia conmueve en su perdida, en su deseo imposible, gatillado incluso en una inconsciencia de su propio amor por el personaje inscrito como Lemebel. Es interesante el juego alegórico que el narrador expone, juego alegórico de la “loca” con “el hombre”, como dos entidades que se seducen en una re-naturalización de los códigos de género, pero que se fracturan en cada momento ante la provocación del universo lemebeliano inmiscuido en el texto, algo así como un inconsciente lemebeliano presente en giros lingüísticos de loca, en el rosario marica y en la jerga de lumpen travesti que juega a desarmar lo fijo, el amor familiar de Elver y la naturaleza obvia de las relaciones.
Resulta curioso reconocer tics, modos, formas de habla y amigos posibles incrustados en la narración de Rabiosa. Más aun con lo dicho antes, respecto a despejar la lectura sobre la referencialidad o no del texto con el personaje. El narrador hábilmente nos instala en ese paisaje marica que construye en un escenario propicio para su exhibición. Néstor, chambelán y cómplice del cronista, conjuga ese paisaje humano que rodea el entorno del escritor. Pocos personajes, pero cada uno cumpliendo una genealogía social que permite dar cuenta de algo de la atmosfera de un tiempo ya ido en el imaginario que cita el texto. Son tan reconocibles algunos giros, algunos conchazos, que hay momentos que reconocemos al “cronista”, algo así como un exorcismo de su voz, y hay otros momentos donde nuestro propio mecanismo de referencialidad se activa y apela a esa frase que nunca hubiese dicho“Pedro”. Pero ahí está juego, en distanciar o no la verosimilitud, en jugar entremedio. Rabiosa pareciera decirnos más del cuestionamiento a la ficción de la biografía y la propia ficción del amor. Algo así como una performatividad cabalgando en una historia de amores donde todo es como si, pero finalmente no. Performatividad del amor, que cita un ideal, pero que se vive de otra forma, en ese deseo perpetuo de pérdida y deseo. Luego la performatividad del escritor joven que no sabe lo que opera para sí mismo. ¿Acaso el amor tiene un formato? ¿Acaso la masculinidad fracasa en un amor sin formatos? El final de la historia es abierto como lo es la propia vida. En ese horizonte, Rabiosa es un viaje posible, una historia que conjuga la ficción y la leyenda de un personaje tan atractivo como Pedro Lemebel. Rabiosa propone una lectura de un tiempo, pero también es la energía juvenil atraída y problematizada hasta el extremo por un escritor marica único. Esta historia sea real o no, ficticia o representada, es la historia de un deseo o varios deseos en plena seducción.