Carta abierta de una mujer al hombre que le robó su celular en Estación Central

Estas últimas horas se ha viralizado a través de diferentes redes sociales, una carta escrita por la joven Belén Fernández quien fue víctima del robo de su celular en Estación Central

Carta abierta de una mujer al hombre que le robó su celular en Estación Central

Autor: Carlos Montes

Estas últimas horas se ha viralizado a través de diferentes redes sociales, una carta escrita por la joven Belén Fernández quien fue víctima del robo de su celular en Estación Central.

La carta se ha hecho popular por la consistencia y lucidez con que Fernández enfoca este acontecimiento.

Acá te dejamos el texto íntegro.

Carta abierta a quien me robó hoy mi celular

Estimado/a ladrón/a:

En primer lugar, felicitaciones. Es ud. un maestro. El sigilo con que extrajo mi teléfono hoy en Estación Central me hace pensar que fui asaltada por un grande. Me gusta el trabajo bien hecho, aplaudo su destreza. Solo dos veces había sido asaltada antes:en la primera, el malhechor tiró con fuerza mi cartera jipi que rompió, hiriéndome como con una quemadura esa zona suave y sensible que queda entre el cuello y el hombro. Yo lo perseguí, y como él no se esperaba tal reacción, lo alcancé. Acto seguido él se dio vuelta, abrió bien grande y pesada su mano derecha y me pegó un manotazo en la mejilla-comisura que presionó con violencia mi labio sobre los dientes. Recuerdo que me detuve, me metí los dedos a la boca, los saqué, y la sangre brillaba bajo la madrugada de noviembre. Hay que tener coraje y mucha cobardía para pegarle así de fuerte a una mujer con cuerpo de pájaro como yo. La segunda vez me sentí tanto más humillada porque quienes cometieron el acto vandálico eran dos jóvenes aun imberbes. Caminaron hacía mí y yo ya sabía que algo harían: una vez que estuvieron cerca, uno de ellos me empujo enérgicamente hacia la pared aplastando mi sagrada pechuga izquiera al mismo tiempo que arrancaba una cadena de plata que me compré en Buenos Aires y que no costaba más de cinco mil pesos. Una acción pobre de espíritu y de sumo dolor para mi glándula mamaria. Entonces, que usted lo haya hecho sin violencia, y con la delicadeza de un profesional, me obliga a agradecerle y a reconocer una labor ejecutada de manera fina. Creáme que no somos tan distintos. Nuestros oficios -la escritura y el robo- precisan de hacer las cosas con movimientos secos, pero gráciles. Ambas ocupaciones manejan el momento justo y el espacio preciso para sacar algo de un lugar -el bolsillo, la escena- y ponerlo en otro, dando un nuevo orden que a usted y a mí nos parece indicado, mejor. Además, las dos actividades tienen una semejanza importante: narrativa y asalto no son de calidad si hay miedo.

Dos. No logrará amedentrarme ni alejarme de lugares que frecuento. Mi habitat son los barrios comerciales. No me apesta la gente, ni los olores, ni que se vea poco el cielo, soy un animal de ciudad y me muevo con alegría por ella. Por eso seguiré yendo a Meiggs, a Rosas y a Independencia cada vez que quiera. No me verá comprando papelillos y filtros en el Alto Las Condes porque ahí sí que residen grandes usurpadores, mucho más peligrosos que usted. Yo seguiré deleitándome con la compra al por mayor, con la chuchería de la calle y con la música que sale del chino cuando le pregunto:
-¿y esto cuánto cuesta?
-tles tleinta – responde el oriental y qué placer siente mi corazón.
Nos vemos en Estación Central, ladrón, no crea que es el dueño.

Tres. Llegó tarde pues mi amigo, qué quiere que le diga. Hace pocos días había borrado las fotos sensuales que me saqué la otra semana. Eran tres, en poses diversas, no explícitas pero abiertamente sexuales y, disculpe la poca modestia, mostraba lo mejor de mí y se notaba. Cuando se las envié al receptor, él hombre no daba más y declaraba:
-Belén, no puedo dormir, me estoy muriendo.
-Hay algo que haya modificado en tí la sangre, mi amor -le dije tranquila pero coqueta.
-Sí, algo muy visible.
-Entonces entre nosotros no hay muerte, corazón mío. Somos pura vida.

Pero no, usted no las va a ver, porque ya las había eliminado y no podrá deleitarse hoy en la noche con esa blusa abierta, ni con ese churrín azul. Y ahí viene mi crítica: usted depende de mi, de que yo tenga un teléfono caro o de que borré mis archivos compremetedores que lo habrían hecho pasar -créame, me veía buena- una cálida noche de verano. Usted puede salir varias veces a «trabajar» -así le dicen ustedes y yo lo respeto- pero está a merced de lo que yo tengo para ofrecerle. Yo, en cambio, señor ladrón, laburo creativamente y salvo en muy pocos rasgos, soy tremendamente libre. Todos los días invento, junto, separo, clarifico, problematizo, ilumino, develo. Tengo un sueldo no abultado pero digno, un trabajo dinámico, la policía no me persigue, y no porque no sea peligrosa -usted no se imagina las cosas que sale pensando la gente luego de algunas de mis jornadas laborales: quieren destruirlo todo- sino porque la policía no entiende lo que yo hago y eso es tanto más inteligente y desestabilizador de este mundo triste que lo tiene a usted abriendo mochilas ajenas. Eso me lleva a un par de constataciones.

Hay dos cosas que nos diferencian: la primera, usted tiene un celular y yo no. La segunda, yo recibí una educación no carísima pero sí privilegiada. Mis papás no invirtieron en tecnología, jamás tuve Super Nintendo ni Coca Cola todos los días. Ellos no viajaron ni una sola vez al extranjero, ni compraron nunca un auto del año, pero pagaron tiempo y plata porque yo leyera, escribiera y conociera mucho y eso es algo, mi amigo, que usted, lamentablemente no vivió. La gente dice que todos podemos elegir, que los pobres pueden optar a una vida distinta. No me jodan, yo hice lo mismo que hicieron mis padres y hermanos: estudiar, ir a una buena universidad y buscarme una pega linda. No fui astronauta, no fui alfarera, no fui doble de películas de acción. Hice lo que vi, y usted también, quién soy yo para condenarlo. Me duele que usted haya visto usurpación, abuso y violencia y lo haya reproducido. No es justo, como no es justo que usted se haya llevado mi celular, pero eso, por la rechucha, es un objeto, lo suyo es su vida, y la de sus hijos, y capaz que la de sus nietos. A usted sí que se lo cagaron. Vénguese. No vale. Haga justicia. Yo lo ayudo.

Belén Fernández, 15 de diciembre de 2015.


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