Pongámonos en situación. 20 de febrero de 1888. Vincent van Gogh acaba de instalarse en Arles en la ya famosa «casa amarilla». Viene de París y el sol del Mediterráneo parece cautivarlo. No tiene ni amigos ni familiares allí. Este lugar no es, por así decirlo, ningún foco artístico pasado ni futuro.
Van Gogh tiene en su mente la idea de crear una comunidad de 12 artistas con un gran maestro que lleve la batuta —no hace falta resaltar la relación que existe entre dicha idea con la de los doce apóstoles de Jesucristo—. Ha pensado en Gauguin, a quien, por cierto, ya conocía. Decide invitarle a su bonita casa amarilla y, con el tiempo, acaba aceptando. Gauguin estaba en la bancarrota y el dinero que le ofrece el hermano de Vincent para estarse con él una temporada le viene bien.
Así empieza la aventura: Van Gogh se emociona y comienza a pintar girasoles para decorar la casa, un motivo que Gauguin ya elogió en uno de sus cuadros.
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Composición
A pesar de la aparente sencillez del cuadro, el estudio de la disposición de los distintos elementos es indispensable. Para empezar, todos los elementos, aún pareciendo dispuestos aleatoriamente y con una naturalidad extrema, se compensan unos con otros para establecer un equilibrio dinámico. Es decir, el cuadro no parece ser un elemento rígido casi pétreo, todo lo contrario, la mímesis con la naturaleza es sobrecogedora.
Todos los cuadrantes de la parte superior del cuadro se compensan unos con otros. Todo está meticulosamente calculado.
En la parte de la derecha, a su vez, vemos que el encuadre general de la obra toma forma y contenido. Se parte de un gran cuadrado en el que se dispone, dentro de otro cuadrado trazado por las diagonales que surgen de unir los puntos medios —el cuadrado dibujado en azul—, todas las flores. Debajo de este primer cuadrado, se establece una línea divisoria, una supuesta mesa. Debajo, el jarrón.
La geometría más pura y elemental ayuda a la creación de una obra tan compleja.
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Texturas
En los primeros cuadros de girasoles de Van Gogh, este ya demostró su polivalencia en lo que a texturas y trazos se refiere. Fue en una de esas primeras composiciones cuando Gauguin le transmitió su aprecio. Entonces, no es de extrañar que para la visita que el artista parisino le iba a hacer en Arles, Van Gogh decidiera decorar la casa con girasoles. Y otra vez demostró su dominio de la técnica. He aquí algunas ampliaciones de la obra analizada:
Como se puede ver en las imágenes superiores, en dicho cuadro hay desde puntillismo hasta mezcla de pinturas en el propio lienzo, pasando por una pared aparentemente lisa pero profundamente cuidada y pensada al darle esas pinceladas en forma de cruz. De nuevo, Van Gogh nos muestra que esos cuadros, aparentemente fluidos, rápidos, que pintaba en un solo día, son más que eso: son obras cuidadosamente pensadas y pintadas.
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Colores
Parece ridículo poner este apartado como algo esencial del cuadro, ya que aparentemente el monocromatismo se apodera del cuadro de Van Gogh. Pero la cosa, una vez más, va más allá de lo que parece realmente.
El cuadro es, como se aprecia a primera vista, de una amplia gama de amarillos, ocres y colores tierra. Pero ¿cómo hace Van Gogh para resaltar tanto esos colores? ¿Por qué vemos esos amarillos tan vivos y vibrantes? La respuesta es sencilla: si quieres resaltar la vivacidad propia de un color tan solo tienes que contrastarlo con su complementario. Y así es como lo hace el artista, aunque de forma muy sutil. Miremos primero cómo cambiaría el cuadro si hubiera sido concebido sin contraste alguno. Como se ve, su concepción se distorsionaría radicalmente. Pasaría de una gran masa de flores vibrante y seductora a una gran mole de pastosa vegetación.
Pero ahora surge otra pregunta ¿cómo y dónde metemos este contraste? Pues otra vez la respuesta es sencilla: si quieres que el cuadro se perciba como un conjunto amarillento, deberás meter o bien un contraste muy potente pero puntual o un contraste más débil pero más disperso. Y eso mismo es lo que hace, aplica estas dos técnicas para darle al conjunto una vivacidad inigualable. Fijémonos en las dos imágenes de abajo, en las que se ve, por un lado, el contraste disperso ofrecido por un verde semiteñido por ese cálido ambiente, y, por otro lado, el gran contraste puntual que ofrece el potente azul que separa el cuadro en dos.
Sin embargo, estas dos formas por separado, como se ve, no funcionan. Y es por esta razón que Van Gogh combina las dos técnicas anteriormente mencionadas, para sacar el máximo potencial a una sencilla naturaleza muerta.
Además, según las teorías psicológicas del color el amarillo transmite los sentimientos de serenidad, distensión, alivio… todos los estados de ánimo que le faltaban a Van Gogh, que tenía un carácter nervioso e impulsivo. Y por esta razón, argumentan, es por la que el artista decidió pintarlo de ese color, en un intento frustrado de encontrar el equilibrio en su vida.
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Los girasoles
Se trata de un breve análisis sobre el elemento principal del cuadro: las flores. En este, aparecen reflejadas todas las etapas de la vida de una flor, y de la vida humana. De esta forma, quedan plasmados desde los más jóvenes y vigorosos tallos hasta los más vividos y ya casi a punto de ennegrecer.
Aquí el autor intenta transmitirnos el paso del tiempo, la fugacidad de la vida, y todo esto en una «simple» composición de naturaleza muerta.
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Simbología
Van Gogh, hijo de un pastor de la pequeña ciudad de Zundert en Holanda, era un fiel devoto. Eso, como es de esperar, influyó —y mucho— en sus pinturas y procesos creativos.
Con esta premisa clara, el cuadro de Jarrón con quince girasoles adopta un nuevo significado: el de la vida recta y cristiana. Los girasoles, con su peculiar forma de seguir los rayos del sol, son una gran referencia en las iglesias para simbolizar la vida que deberían de llevar los fieles: siguiendo la luz de Jesucristo y la palabra de Dios. De este modo, queda patente en el cuadro, en cierta forma, la psicología y reflexiones más profundas del artista.
Este cuadro, pese a ser una naturaleza muerta, tiene muchísimos detalles que nos hacen detenernos, que nos deleitan, que nos emboban. Aunque que por lo que hemos visto podemos decir sin temor a equivocarnos que es, ante todo, el autorretrato más disfrazado de toda la historia del arte.