Los descubrimientos científicos modernos han socavado muchos de los fundamentos de la tradición astrológica, pero, en épocas pasadas, tuvo una influencia omnipresente en la cultura occidental. Invadió las artes gráficas del Medioevo y alcanzó su máximo esplendor en el Renacimiento. Además de su valor artístico y su utilidad médica, agrícola o meramente adivinatoria, las representaciones astrológicas poseían un poderoso efecto talismán.
«Confundido por las predicciones en las columnas de ‘astrología’ de los periódicos y revistas populares –que de hecho nada tienen que ver con la astrología seria- pocas personas tienen una idea auténtica de lo que trata este antiguo arte… Mucha gente se pregunta sobre la verdad que subyace tras la astrología, y algunas empiezan a darse cuenta de que representa el sistema psicológico más completo que nos ha legado el pasado». Este comentario de Fred Gettings en su compendio histórico sobre astrología, quiromancia y tarot, Fate and Prediction (1980), no solo pone de relieve la importancia de la astrología para el estudio de la psicología, sino que, indirectamente, suscita interrogantes sobre el profundo efecto que este arte ha tenido en otras ramas del saber humano, desde la religión y la filosofía hasta el arte en sus variadas manifestaciones. Para comprender tal influencia es preciso revisar la concepción que los antiguos tenían de la astrología, considerada como la «más científica de todas las ciencias ocultas», según indicaría O.E. Neugebauer, en su obra The Exact sciences in Antiquity (1951).
Edificios apotropaicos
La astrología, además de ser una ciencia anterior a la astronomía, no puede separarse de ella del todo, ya que estaba basada tanto en matemáticas como en astronomía. De hecho, las palabras latinas astrología y astronomía, designaban lo que hoy denominamos astrología. En el idioma inglés, hasta principios de la Ilustración, el término astronomy todavía abarcaba ambos significados.
La astrología, además de ser una ciencia anterior a la astronomía, no puede separarse de ella del todo, ya que estaba basada tanto en matemáticas como en astronomía. De hecho, las palabras latinas astrología y astronomía, designaban lo que hoy denominamos astrología. En el idioma inglés, hasta principios de la Ilustración, el término astronomy todavía abarcaba ambos significados.
La ciencia astrológica tuvo sus comienzos en Mesopotamia, entre los caldeos, casta de sacerdotes babilónicos que consideraban las estrellas como seres vivos, capaces de influir en los destinos de los individuos, naciones y razas. Los babilonios valoraban los siete planetas como fuerzas o poderes divinos y les adoraban como tales, según muestran columnas de sus monumentos con bajorrelieves representando los planetas. La astrología se extendió desde Babilonia al resto del Oriente Medio, especialmente Egipto, donde encontró terreno abonado. Allí se sistematizaron los preceptos formulados por los caldeos y los astrólogos se hicieron accesibles al pueblo: se les consultaba sobre toda clase de asuntos, ya fueran negocios, política o amor; hubo incluso algunos personajes de clase alta que solicitaron la representación artística de su horóscopo individual como el encontrado en el pequeño templo de Déndera o en el pronaos de algún otro templo del país del Nilo. Según veremos más adelante, milenios después se llevarán a cabo representaciones similares de horóscopos individuales en algunos templos de la Italia renacentista. De forma que, tanto en la Antigüedad como en épocas posteriores, las representaciones astrológicas no se limitaron solo a reflejar las correspondencias zodiacales en el sentido estricto de la palabra, sino también su acción sobre los hombres.
Esta influencia práctica de los astros sobre la vida en la tierra sería descrita por Aristóteles, quien llegó a describir los astros como deidades incorpóreas con inteligencia sobrenatural. No en vano en Grecia, al igual que en Egipto, la astrología arraigó profundamente y sería discutida por diferentes escuelas filosóficas. En tiempos de Platón, los cuerpos celestes alcanzaron categoría de dioses. Ya no se hablaba de los astros Saturno, Hermes o Afrodita, sino que se les representaba en la bóveda celeste como «dioses astralizados» y se les denominaba solo por su nombre.
Esta influencia práctica de los astros sobre la vida en la tierra sería descrita por Aristóteles, quien llegó a describir los astros como deidades incorpóreas con inteligencia sobrenatural. No en vano en Grecia, al igual que en Egipto, la astrología arraigó profundamente y sería discutida por diferentes escuelas filosóficas. En tiempos de Platón, los cuerpos celestes alcanzaron categoría de dioses. Ya no se hablaba de los astros Saturno, Hermes o Afrodita, sino que se les representaba en la bóveda celeste como «dioses astralizados» y se les denominaba solo por su nombre.
Teniendo en cuenta tales atribuciones, no debe sorprender que los elementos astrológicos más característicos —los planetas (siete en el Antigüedad) y el zodiaco con sus doce signos— representados en los mosaicos romanos de termas y templos y también en los primeros edificios sacros cristianos, no fueran un mero elemento decorativo y plástico: poseían un poderoso efecto talismán, es decir, al margen de su valor didáctico y decorativo, se les confería un significado mágico-apotrópico (conjurador del mal) que actuaba como agente protector. Edificios como el Panteón de Roma o el Septisonium de Séptimo Severo se erigieron precisamente bajo la protección de los dioses planetarios representados por estatuas.
Los siete planetas
Tras la condena cristiana a las artes adivinatorias que supuso cierto retroceso en las representaciones astrológicas, a finales de la Edad media y en el Renacimiento, se recupera la antigua tradición de representar el destino mediante los signos zodiacales y los siete planetas. Los secretos del curso del año estaban ligados a los misterios sobrenaturales de la historia sagrada y el valor supersticioso que se les había conferido durante siglos todavía les convertía en elementos ornamentales con elevado significado apotrópico.
Tras la condena cristiana a las artes adivinatorias que supuso cierto retroceso en las representaciones astrológicas, a finales de la Edad media y en el Renacimiento, se recupera la antigua tradición de representar el destino mediante los signos zodiacales y los siete planetas. Los secretos del curso del año estaban ligados a los misterios sobrenaturales de la historia sagrada y el valor supersticioso que se les había conferido durante siglos todavía les convertía en elementos ornamentales con elevado significado apotrópico.
Las numerosas pinturas murales, esculturas, cuadros, manuscritos, miniaturas y grabados en cobre y madera realizados desde el Medioevo muestran el gran interés humano por la «representación del destino». Estas obras vienen a ser, en definitiva, variaciones sobre el viejo tema de las doce divisiones del año y su rica iconografía iluminó el mundo del arte hasta bien avanzado el siglo XVII.
Las artes gráficas del periodo medieval hicieron gran uso de los siete planetas con sus nombres antiguos considerados como instrumentos de la dirección divina. Unas veces se les asignaba ángeles que supuestamente les hacían moverse, otras se les personificaban como potencias naturales integrándolos en una concepción del cosmos basada sobre la dualidad del alma-cuerpo y, conforme a la antigua mística de los nombres, se les hacía corresponder con todas las heptadas posibles: las siete artes liberales, las sietes virtudes, los pecados capitales, las notas de la escala musical, etcétera. Aunque no se tratara de una influencia astrológica, era al menos una indicación de la misma.
En los castillos europeos del siglo XII, se pusieron de moda los tapices y techos con los planetas. En el frontispicio del castillo de Heidelberg, por ejemplo, los planetas aparecen junto a las virtudes cardinales y también se encuentran en numerosos edificios burgueses del renacimiento alemán. Asimismo, los siete planetas se reprodujeron en bajorrelieves de la torre de la catedral de Florencia, ejecutados por el escultor Andrea Pisano; en Santa María del Pueblo en Roma los planetas están rodeando a Dios Padre; en el templo Malatestiano de Rímini adornan la «capilla de los planetas», obra de Agostino di Duccio. Además de reflejar todas las correspondencias entre cielo y tierra, aparecen con trajes antiguos y al estilo humanista, pero conservando todavía el espíritu medieval.
A pesar de sus orígenes paganos, los artistas tampoco desdeñaron el antiguo uso del horóscopo individual. En la cúpula de la capilla mortuoria del banquero Agostino Chigi, por ejemplo, Rafael representó a los planetas con ángeles guardianes cristianos, junto con el horóscopo personal de Chigi.
El influjo de la astrología se dejó sentir por doquier en iglesias y catedrales, donde, además de los planetas, se reprodujeron los símbolos zodiacales. En las vidrieras de la catedral de Chartres refulge Piscis (tradicionalmente era asimismo representación de Jesús); en la iglesia de Saint Mary, en Shrewsbury, hay un panel con el signo de Cáncer; en la iglesia de San Miguel de Turín, están esculpidos los signos del zodíaco; en el suelo de la iglesia de San Miniato del siglo XIII (Florencia) se encuentra un zodiaco en mármol con gran influencia árabe.
Además de estas magníficas muestras artísticas en edificios y templos con motivos astrológicos, fue en los códices y miniaturas donde alcanzaron su máximo esplendor. Los campos de la medicina y la agricultura, tan relacionados con las fuerzas cósmicas y a la vez tan prioritarios para el hombre medieval, figuraron entre los más representados.
Miniaturas y grabados
La influencia de la astrología en la medicina se observa en los denominados hombres zodiacales en los cuales cada parte de la anatomía se simbolizaba con el signo que influía directamente sobre ella. Entre estos hombres zodiacales cabe destacar los del Tractatus de Pestilencia, de M. Albik (siglo XV) donde se aprecia el influjo del zodiaco en el cuerpo humano. No podían tampoco faltar las representaciones de los cuatro temperamentos, según la concepción de médicos y filósofos de la Antigüedad que los consideraban regidos por los planetas. Venus, por ejemplo, influía el temperamento flemático, Júpiter el sanguíneo (jovial), Marte se asociaba al bilioso y Saturno con el melancólico, que tan magistralmente reproduciría Alberto Durero en su grabado en cobre La Melancolía, así como Lucas Cranach en algunos de sus lienzos. Otros grabados notables con dichos temperamentos figuran en la obra de L. Thurneysser, Quinta esencia (1574).
También se hicieron ilustraciones de los síntomas de muchas enfermedades, como la sífilis, supuestamente causada por la conjunción de Júpiter y Saturno en Escorpio, y se mostró la influencia de los planetas en el rostro, según la concepción fisiognómica.
En relación con la agricultura proliferaron los calendarios, «utensilios» imprescindibles para pastores y campesinos cuyas tareas requerían conocimientos de los cielos y las estaciones. Estos calendarios no solo contenían datos agrícolas, como el signo del zodiaco en el que salía el sol o la fecha de la siembra, sino también sobre la naturaleza de los hombres nacidos en tal signo e indicaciones astrológicas relativas al momento más favorable para cortarse los cabellos, dedicarse al cuidado y aseo personal, etcétera. Para las ocupaciones terrestres de cada mes, en el campo o en la corte, se representaba a los hombres nacidos bajo cada astro. Se incluían también versos populares explicativos del destino, así como indicaciones varias sobre la naturaleza del planeta en cuestión, la profesión y el carácter de los nacidos bajo cada signo. Hay manuscritos iluminados que datan de finales del siglo XV y se encuentran en Ulm, Tubinga, Casel y Módena. Las miniaturas de Tubinga son especialmente originales: en el cielo, aparecen no solo como en un blasón las representaciones estilizadas de los diversos planetas con sus casas zodiacales, sino también todas las constelaciones que les acompañaban, llamadas Paranatellonten.
Mientras los grabados en madera del calendario daban al campesino y al artesano su información estacional, los grandes nobles decoraban las estancias de sus mansiones con tapices llamados «planetarios», porque en los bordes se representaban las ocupaciones de cada mes con los signos del zodiaco. También leían manuscritos magníficamente decorados con los signos del zodiaco. Uno de los más bellos y exquisitos sobre esta temática fue el manuscrito francés «Les très riches heures du Duc de Berry», incunable del siglo XV que se encuentra en el Museo Condé (Chantilly) y contiene alegorías de las constelaciones y los planetas.
Andreas Cellarius Palatini realizó mapas excepcionales del firmamento estrellado en su Atlas Coelististellati seu Harmonia Macrocosmica (1661), los cuales se encuentran diseminados en diferentes museos y bibliotecas europeos, entre ellos la Biblioteca Nacional de Madrid. Son igualmente excelsas las miniaturas ilustradas que componen el manuscrito italiano De Sphaera, del siglo XV (Biblioteca Estense, Módena) con los planetas individuales y los atributos de cada signo. Otro tanto puede decirse de la representación zoomórfica del cosmos en la obra Astronomicum Cesareum, que Pedro Apiano dedicó al Emperador Carlos I en 1540 (Museo Naval, Madrid) y de los códices del siglo XIII con signos del zodíaco en la Biblioteca de El Escorial (Madrid). Uno de ellos, el denominado Breviaire d’amour, introduce modificaciones específicas en la interpretación general de los signos zodiacales. Entre los grabados en madera destacan los de Hans Sebald Behan (siglo XVI) donde se relacionaban los gremios con los planetas.
Al margen de ser ilustrados en calendarios, manuscritos y grabados, los nativos de los planetas reaparecen en la arquitectura hacia el año 1400: pueden contemplarse en los historiados capiteles de las columnas del palacio de los Doges, en Venecia, y también en el Vaticano. Allí embellecen los techos de las estancias de los Borgia pintados por alumnos del pintor Pinturicchio, con representaciones celestes de los siete planetas en su carro triunfal.
Hacia mediados del siglo XVII, dichas imágenes comienzan a desaparecer de los techos y paredes de los palacios, así como de las planchas de cobre o de madera de los grabadores. Ocurrió lo mismo con los otros temas que dependían directa o indirectamente de la superstición astrológica como los cuatro temperamentos que habían figurado en muchos calendarios, grabados en madera y manuales prácticos con escenas de sangrías y dibujos de los meses y los nativos de los planetas. Sin embargo, habían llegado a penetrar en la obra de grandes maestros de la pintura y la escultura. Recordemos los Cuatro Evangelistas o la citada Melancolía, de Alberto Durero. La imagen del astrólogo, el gran iniciado de la astrología del repertorio de pintores y grabadores no se perdió del todo, y, de hecho, en el siglo XIX, algunos románticos se atrevieron a evocarlo en las artes gráficas, así como el mágico y onírico mundo astrológico que incluso ilustró barajas de cartas victorianas. El pequeño formado ha prevalecido y, en el siglo XXI, no es raro encontrar cajas de cerillas o sellos de correos con los signos del zodiaco. Son piezas curiosas, delicadas incluso, muy distintas de los frescos monumentales y las exquisitas miniaturas de nuestros ancestros.
Frescos astrológico-mitológicos
Hasta nosotros no ha llegado ninguna otra síntesis astrológica-mitológica con motivos decorativos tan extraordinaria como que las que ofrecen los frescos italianos del salón del Palacio Schifanoia de Ferrara, realizados por Francisco de Cossa y Cosmè Tura, y los de Taddeo Zuccaro (1529-1566) de Villa Farnèse en Caprarola, estos últimos fueron realizados en el estilo clasicista surgido tras la etapa del manierismo en Roma, a finales del siglo XVI.
En los frescos del palacio de verano del conde Borso d’Este en Ferrara (realizados entre 1460 y 1470), gracias a la restauración iniciada en el siglo XIX, todavía pueden contemplarse los signos del zodiaco y las diferentes estaciones. El esquema para la decoración de dicho salón fue elaborado por el astrólogo Pellegrino Prisciani. Se asignaron doce zonas, partiendo de un pedestal pintado hasta la altura del techo, a cada mes del año. Cada zona fue a su vez dividida horizontalmente en tres. Las superiores muestran los regentes astrológicos del mes marchando en procesión triunfal. Las zonas medias, más estrechas, recogen los signos del zodiaco y los demonios astrológicos. Por ultimo, las inferiores —dos veces tan altas como las zonas medias— están dedicadas a una escena de la vida cortesana conectada con un mes del año.
Hubo otra maravillosa obra monumental de características similares realizada por Giotto —el ciclo de los frescos de la sala de los gigantes del Palacio de Justicia de Padua— al parecer, inspirado por el célebre mago Pedro de Abano. Desgraciadamente, las pinturas murales ejecutadas según los bocetos de Giotto se deterioraron pronto y fueron reemplazadas por nuevos frescos hacia principios del siglo XV. No parece improbable que el objetivo del pintor para llevar a cabo un trabajo tan impresionante fuera ofrecer un compendio de astrología en una ciudad donde esta era una de las principales materias enseñadas en la Universidad. Recordemos que en la Antigüedad los astros servían de jueces, emitían el juicio del destino (judicia fatorum).
En resumen, en épocas pasadas, la astrología no solo fue un popular tema de inspiración para los artistas, sino también la representación gráfica de sus practicantes. Los antiguos romanos ya habían representado a los astrólogos en fastuosos sarcófagos esculpidos. Son muchas las imágenes que recuerdan la profesión del astrólogo como en una pintoresca estampa francesa del siglo XVII (parte de una colección dedicada a los diferentes gremios) donde aparece vestido con los instrumentos de su arte y los signos zodiacales adornando su indumentaria.