Matías Catrileo forma parte de la Historia

"Matías Catrileo forma parte de la historia, de una historia que se remonta mucho más allá de la mañana del 3 de enero de 2008, la mañana en que recuperando las tierras que le fueron usurpadas al pueblo que tanto amó, al pueblo del que forma parte, al pueblo mapuche, fue asesinado a mansalva por Carabineros de Chile", expresa el historiador.

Matías Catrileo forma parte de la Historia

Autor: mauriciomorales

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Por Martín Correa, Temuco, Wallmapu, 4 de enero de 2016.

Matías Catrileo forma parte de la historia, de una historia que se remonta mucho más allá de la mañana del 3 de enero de 2008, la mañana en que recuperando las tierras que le fueron usurpadas al pueblo que tanto amó, al pueblo del que forma parte, al pueblo mapuche, fue asesinado a mansalva por Carabineros de Chile.

Matías Catrileo forma parte de una historia que se remonta al siglo XVI, donde había un pueblo del que Matías es hijo, el pueblo mapuche, en el que los Ñidol Lonko eran las máximas autoridades de un territorio que se extendía entre el Bio Bio y el Toltén, hasta el momento en que entre los arbustos divisaron la llegada de los hombres con casco de hierro, del ejército español.

Poco tiempo duró la invasión hispana, y llega a su fin la noche del 23 de diciembre de 1598, momento en que el pueblo del cual Matías Catrileo es hijo se levanta en Curalaba, junto al río Lumaco, de la mano de Pelantaro, Anganamón y Huaiquimilla, y luego de ajusticiar al gobernador español Martín García Óñez de Loyola son incendiadas las 7 ciudades que se habían enquistado en el territorio mapuche: Angol, Arauco, Valdivia, Osorno, Concepción, la Imperial y Villarrica, borrando cualquier rastro del colonizador español.

La historia chilena que se enseña en las escuelas, haciendo gala de una ausencia total de identidad, nos habla de aquel momento como el “Desastre de Curalaba”, olvidando quien es el vencedor y quien es el vencido, desconociendo quienes son los ancestrales habitantes de este territorio, negando los orígenes.

En la historia de Matías Catrileo, que es la historia del pueblo mapuche, es la Victoria de Curalaba, y con ella se inauguran más de 150 años en que en el territorio que se extiende entre el Bio Bio y el Toltén nadie que no fuera mapuche ingresará, años en que la autonomía política y territorial mapuche fue reconocida en más de 20 Tratados y Parlamentos con la corona española, quienes reconocían a los Lonkos de los Butalmapus, de las grandes tierras, como las verdaderas autoridades de este gran territorio, del wallmapu.

En 1862, cuando ya habían pasado más de 50 años desde que el vecino por el norte, más allá del Bio Bio, no era la Corona española sino un país llamado Chile, el gobierno de Santiago envía a su ejército hacia el territorio mapuche, el territorio del que Matías es hijo, a sangre y fuego, en el mal llamado proceso de “Pacificación de la Araucanía”, en la Ocupación Militar de la Aaucanía.

Ya no se hablaba del “valeroso guerrero mapuche”, del “lustre la América combatiendo por su libertad”, en palabras de O’Higgins, un general pelirrojo que se había ganado el título de padre de la patria, allá por el 1817, en su “Proclama a los Habitantes de Arauco”.

Ya no. Ahora, para otro prohombre del nuevo vecino -de ese país que se extendía del BioBio al norte, de Chile- el historiador y diputado por Cautín Benjamín Vicuña Mackenna, el mapuche es calificado como “Un bruto indomable, enemigo de la civilización, porque solo adora los vicios en que vive sumergido, la ociosidad, la embriaguez, la traición y todo ese conjunto de abominaciones que constituyen la vida salvaje.”

El 1 de Noviembre de 1860, pero podría ser hoy también, es el Diario El Mercurio que titula
“LOS BARBAROS DE ARAUCO: Han vuelto otra vez los indios a comenzar sus depredaciones en los pueblos de la frontera. La provincia de Arauco es nuevamente amenazada por estos bárbaros y la inquietud y la alarma se han extendido en las poblaciones del sur.”

Si infunde el terror, y con ello se legitima la ocupación, ayer y hoy. Se crea un enemigo interno,

“Una asociación de bárbaros, tan bárbaros como los pampas o los araucanos, no es más que una horda de fieras, que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en bien de la civilización”, como lo describe El Mercurio de esos años.

En ese contexto ingresa el Ejército de Ocupación de la Araucanía al territorio mapuche, al territorio de Matías Catrileo, un ejército compuesto por 800 soldados fuertemente armados, y que el año 1867 inaugura el fuerte Chiguaihue, ahí mismo donde fueron asesinados los hermanos de Matías, Jaime Mendoza Collío y Alex Lemun; ahí mismo donde fue asesinado por el dueño del fundo Chiguaihue Ignacio Silva el primer muerto de la Reforma Agraria, Carlos Collio; ahí mismo donde se enquistó el Retén de Pidima y pasa el año nuevo con las tropas de ocupación el Cornelio Saavedra de nuestros tiempos, el Ministro Burgos; ahí mismo desde donde se dirige la represión hoy día a las comunidades mapuche en resistencia de Ercilla, Angol, Collipulli, Victoria.

Parece que la historia no avanzara, que nada hubiera cambiado.

Es a partir de entonces, una vez ocupado militarmente el territorio mapuche, a fines de 1883, que los dominios de las familias mapuche, es reducido, y de 10 millones de hectáreas les son reconocidas en propiedad 500 mil, un 5% de lo efectivamente ocupado, a través de los Títulos de Merced, como si fueran un regalo, una merced, y no el reconocimiento del uso antiguo y permanente en el tiempo; espacios pequeños también conocidas como ‘reservas’, y que así se llaman porque es lo que el Estado le reservó a los mapuche una vez que remató el gran territorio a los colonos, o bien reducciones, porque eso son, espacios reducidos, donde ya no se pueden tener animales:
“Nielay kullin”, dice Matías, “nielay”, le contestan Jaime y Alex.

De la mano del Ejército chileno y de la reducción territorial, vienen aquellos que se harán dueños del territorio mapuche, aquellos a los que el estado chileno les adjudicará las tierras mapuche en remates realizados lejos del territorio mapuche, en Santiago o en Valparaíso, y favoreciendo a quienes venían de aún más lejos: así llegan los Mackay y los Bunster a Chiguaihue, los Paterson a Temucuicui, los Seitz y los Muller a Collico, los Stegmayer a Lanco, los Etchepare a Puerto Choque, los Ebensperger a Huentelolen, los De la Maza y los Edwards a Victoria, los Luchsinger a Vilcún.

El Estado chileno despojó a los mapuche de los territorios de pastoreo, ramoneo, extracción de leña y de recolección de frutos, es decir, los territorios antiguos, aquellos que permitían la supervivencia material y cultural de las familias mapuche, y que sí eran ‘efectivamente ocupados’. Las más de las veces no se respetó los deslindes naturales que separaban a las comunidades entre sí, trazando líneas imaginarias en los planos y creando figuras geométricas alejadas de la ocupación real. Todo ello incidirá, además, en que las comunidades dejarán de colindar entre sí, dejando como baldíos y sobrantes, por tanto fiscales y rematables por el Estado, parte importante de los territorios del ‘cacique antiguo’, como hasta la actualidad se les llaman.

Las familias mapuche fueron reducidas territorialmente y castigadas con ello bajo la argucia de la constatación por parte de la Comisión Radicadora de que los radicados ‘carecen de medios de trabajo’, según reza cada título de merced, y en cambio, a los colonos, quienes también carecían de ‘medios de trabajo’, el Estado entregó los ‘terrenos baldíos’ no reconocidos a los mapuche, pasajes gratuitos desde el puerto de embarque hasta Chile, y como también carecían de ‘medios de trabajo’, les son entregadas tablas, clavos, una yunta de bueyes, vaca con cría, arado, carreta, máquina destroncadora, pensión mensual durante un año y asistencia médica por 2 años. Mientras a los mapuches se les castiga y reduce por carecer de medios de trabajo, a los colonos el Estado chileno los apoya, subvenciona, y les entrega ‘medios de trabajo’.

En la práctica, se remata el territorio mapuche en hijuelas que van desde las 200 a las 500 hectáreas, sin restricción para que cada persona rematara la cantidad de hijuelas que quisiera, dando origen a un importante proceso de acaparamiento de hijuelas y la formación de grandes paños territoriales, antecedente directo de los fundos particulares actuales, que van encerrando a las comunidades.

A la pérdida de tierras mapuches hay que sumar el que, según la Memoria del Ministerio de Tierras y Colonización,
el mejor negocio era rematar hijuelas vecinas a indígenas y aumentar las propiedades a través de las corridas de cercos.”
En las tierras de Vilcún, las tierras en las que cayó Matías Catrileo, las tierras que hoy llevan el nombre “Yeupeco Catrileo”, la situación no era distinta. Cuenta la memoria comunitaria lo que sigue:

“Había una práctica que tenía Conrado Luchsinger, se instaló aquí con una pulpería, y los viejos decían que fue tanto el proceso de reducción, fue tan violento el proceso de post colonización que hubo que la gente quedó totalmente empobrecida, la gente quedó sin tierras, quedó sin animales, le quitaron todos sus sembrados, la gente ya no podía sembrar ni nada, entonces los peñis antiguos iban a buscar harina, para sobrevivir, trigo, sobre todo en las épocas de Noviembre y Diciembre, épocas de grandes hambrunas, mucha gente murió de hambre, y ahí Conrado Luchsinger abría libretas y la gente iba hipotecando sus corderos, sus animalitos y sus tierras, y cuando llegaba la época salía con Carabineros, corría los cercos y así fue ampliando sus tierras, cobrando toda la plata de las deudas de la gente que compraba para sobrevivir, al tiempo el llegaba ‘tanto me debe usted, y como no tiene con qué pagarme me paga en tierra’, eso lo hacía en todas las comunidades.”

Todo lo relatado, además de formar parte de la memoria comunitaria, se encuentra en los expedientes del Juzgado de Indios, y ven su respuesta en el proceso de reforma agraria, en el que espacios importantes del territorio mapuche es recuperado.

De aquello también es testigo Matías Catrileo, de cuando en el proceso de reforma agraria se recuperan muchos de los territorios antiguos, el que las comunidades introduzcan mejoras en los predios y la formación de exitosas cooperativas, centros de Producción y Asentamientos con participación mapuche, en un proceso que como buen estudiante de agronomía seguro habría participado, en el asentamiento Pelantaro de Purén, en el Loberías de Puerto Saavedra, en el Miguel Cayupan de Chiguaihue, en la gloriosa Cooperativa Lautaro de Lumaco, en el asentamiento Cuel Ñielol de Galvarino, en todos ellos lo habrían recibido con los brazos abiertos.

Luego, con el Golpe Militar del 73, se desarrolla la persecución y la muerte en el territorio mapuche, en un proceso especialmente virulento y racista, sobre todo contra aquellas familias y dirigentes que participaron en el proceso de reforma agraria.

La situación territorial mapuche no alcanza a regularizarse, ya que el dominio legal de los predios no se transfiere inmediatamente a las comunidades, quedando en manos de la CORA -por tanto del Estado- y luego del Golpe de Estado, en Septiembre de 1973, la gran mayoría de las tierras irán volviendo al dominio de los propietarios particulares y parte de ellas -de particular importancia para entender lo que sucede hoy- pasan a CONAF, específicamente aquellos predios declarados de ‘aptitud forestal’. Ello significó, para el pueblo mapuche, el desalojo violento y la muerte de muchos de sus dirigentes y comuneros, la frustración de las esperanzas de recuperar tierras antiguas y la pérdida de las mejoras realizadas en los predios ‘recuperados’.

En la percepción mapuche, era el Estado el que les había reconocido el derecho a sus tierras y el mismo Estado, nuevamente, el que los volvía a privar de ellas. Lo que habían escuchado de sus abuelos lo vivían en carne propia. Matías, por su parte, sentado en el fogón de una ruca, también escuchaba, y la indignación lo recorría por entero.

Es el momento de la invasión de las empresas forestales: CONAF procede al remate de grandes extensiones territoriales, de antiguo dominio mapuche, las que a precios irrisorios son adjudicados a diversos consorcios forestales. Dicha aparición se ve favorecida con la aplicación del Decreto Ley Nº 701, de 1974, a través del cual el Estado bonifica el 75% de los costos por hectárea plantada, se establece que las tierras plantadas y objeto de subsidios quedaban exentas del pago de contribuciones de bienes raíces rurales y, finalmente, ordena que los terrenos plantados no serían objeto de expropiación, asegurando con ello el dominio particular. Negocio redondo.

Los efectos de la invasión forestal se hicieron notar de inmediato: los retazos de bosque nativo, incluso en sectores de cuencas y caudales de aguas, afectando notablemente la supervivencia de las comunidades mapuches, ya que la disponibilidad de aguas es casi nula, proceso agudizado por la desecación que produce el pino. Paralelamente, con la introducción del monocultivo se altera la biodiversidad, se extingue la fauna local y la vegetación de recolección, y con ello importantes fuentes de alimentos para las familias mapuches. Más aún, con el uso de pesticidas para combatir las plagas, proceso que se realiza en avión, se van destruyendo los pocos huertos familiares de los mapuches vecinos a los fundos forestales.

“¿Nielay lahuen?”, pregunta Matías,… “Nielay”, le contesta la machi… no hay remedios.

En términos sociales y económicos, lo anterior implicó, para las comunidades mapuches, el que no sólo no se tenga acceso a las antiguas tierras sino que las comunidades queden encerradas por verdaderos cordones forestales, que la economía de supervivencia mapuche se vea notablemente empobrecida y que los niveles de migración indígena hacia las ciudades haya crecido en términos alarmantes, ya que las más de las veces éstos terminan engrosando las masas marginales y marginadas de la ciudad.

Es en este contexto que la situación del pueblo mapuche -especialmente a partir de la década del 2000- se ha agudizado, situación que se ha visto agravada por los acuerdos firmados y las promesas no cumplidas por los organismos del Estado chileno y por los diversos gobiernos que han estado mirando la Araucanía desde las oficinas de La Moneda, desde la Intendencia de Temuco, desde la Comandancia de Carabineros, desde 1990 hasta hoy.

El problema, para el Estado, es que las organizaciones y comunidades mapuches se están enfrentando a fuertes intereses empresariales, nacionales y transnacionales, y a influyentes grupos de poder.

El problema, para el Estado, es la persistencia, convencimiento y capacidad de movilización de las comunidades y organizaciones mapuches, y la solidez de sus planteamientos.

El problema, para el Estado, es que el conflicto por las tierras mapuches comienza a ocupar las portadas de los diarios y las pantallas de televisión, transformándose de un conflicto local a un problema nacional.

Efectivamente, en la medida que el movimiento mapuche va avanzando y se va consolidando, el empresariado regional y nacional, exigirán al gobierno la aplicación de ‘mano dura’, el respeto y protección de la propiedad privada, la existencia de garantías para el trabajo forestal y el respeto irrestricto del Estado de Derecho.

Podría pensarse que, al estar involucradas comunidades mapuches, la Ley Indígena es el instrumento adecuado, sin embargo se opta por criminalizar el conflicto y se echa mano de la Ley Antiterrorista, promulgada en Dictadura, y la Ley de Seguridad Interior del Estado, demandando a través de ellas a los dirigentes de las comunidades y de las organizaciones mapuches que deciden ocupar materialmente los predios que les han sido usurpados.

Emblemáticos en este sentido han sido la persecución y luego cárcel de 27 mapuches vinculados a la Coordinadora de Comunidades en Conflicto Arauco Malleco, la cárcel de los lonkos Pascual Pichún y Aniceto Norin, el procesamiento contra mapuches a los que se les vincula al caso Poluco Pidenco, entre otros, todos casos en que se presentan como querellantes el Estado chileno, las empresas forestales, y los propietarios de los predios, todos casos que han sido denunciados por su irregularidad y faltas al debido proceso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, entre otros organismos internacionales.

Sin embargo, la represión a la protesta social y a las demandas mapuches no sólo se ha dirigido hacia los dirigentes, sino a las comunidades en su conjunto, donde todas las semanas se desarrollan amplios operativos policiales, con nefastas consecuencias para los niños, mujeres y ancianos de las comunidades, con lo que la represión ha adquirido un matiz más grave aún.

En resumen, desde hace más de un siglo y hasta la actualidad, bajo el argumento de la necesidad imperiosa del desarrollo, triguero en un principio, forestal luego, hidroeléctrico hoy, minero mañana, el Estado chileno -sea el gobierno del signo que sea- siempre ha traspasado el costo a los pueblos que lo habitan: mapuche, aymara, colla, diaguita, quechua, pewenche, huilliche. Ellos asumen los costos, a ellos no les llega el beneficio.

Y aquí viene la caricatura. Si en un principio los mapuche eran catalogados como flojos y borrachos, luego lo serán como terroristas, de un tiempo a esta parte son delincuentes.

En cambio, y no obstante el Estado chileno y sus agencias retratan el ‘conflicto mapuche’ como resultado de acciones delictuales en contra de la propiedad privada, forestal y particular, criminalizando y judicializando legítimas demandas sociales y territoriales, las comunidades mapuche se plantean en un proceso de recuperación territorial de las ‘tierras antiguas’, tierras que les fueron sustraídas de sus dominios y que actualmente se encuentran –en su mayoría- en dominio de empresas forestales y grandes latifundios.

Nada más lejano de la realidad que pensar que son conflictos aislados, o que son fruto de agitadores externos, o que se soluciona aplicando la Ley de Seguridad Interior del Estado o la ley antiterrorista: es la lucha por el territorio y por la autonomía, es fruto y continuidad de la historia.

De toda esta historia, que es la historia del pueblo mapuche, fue testigo Matías Catrileo, porque es ‘su’ historia.

Y la historia de Matías Catrileo es también la historia de Jaime Mendoza Collío y de Alex Lemun, tres jóvenes mapuche asesinados por funcionarios del Estado, Jaime por el cabo de Fuerzas Especiales Miguel Jara Muñoz el 12 de agosto de 2009, Alex por el Mayor Marco Aurelio Treuer Heysen el 12 de noviembre de 2002, y Matías por el cabo segundo de Carabineros Walter Ramírez el 3 de Enero de 2008, en todos los casos reprimiendo movilizaciones que buscaban la recuperación de los espacios territoriales mapuche antiguos, y cuyos crímenes, también en todos los casos, hasta el día de hoy se mantienen en la más absoluta impunidad.

Hoy, a 8 años de la fatídica mañana en que Matías fue asesinado, lo recordamos y venimos a presentarle, porque también es testigo de este acto, nuestro más profundo respeto.


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