La renuncia presentada por el ahora ex senador gremialista Jaime Orpis a su partido –luego de reconocer ante la Fiscalía la comisión de delitos tributarios, emisión de boletas falsas y desvíos de asignaciones parlamentarias– era tan previsible y necesaria, que no causó mayor sorpresa. Lo único que no se sabía era cuándo la cursaría y en qué forma lo haría. La salida se concretó ayer y se la comunicó por teléfono al presidente de la UDI, Hernán Larraín. Así de simple. Una salida, no obstante, ataviada de esa pompa cursi de la renuncia obligada.
Sin embargo, entre el gesto y la palabra del dimitido militante queda flotando una duda íntima y pudorosa, que tiene su correlato con la religiosidad excesiva con que la derecha patronal asume sus culpas. Orpis defraudó el pacto piadoso y cínico de Jaime Guzmán y la derecha empresarial del último cuarto de siglo: no supo hacerla.
Y como en el mundo ABC1 y los altares fundamentalistas los errores se pagan con la vida, la UDI toma el cuerpo de Jaime Orpis y lo entrega para ser sacrificado en público, frente a las miradas tristonas de las Pepas y los Javieres, y también de los que en privado anhelaban algún sacrificio con el que purgar tanta avaricia desmedida y tanta falta de respeto por el juego limpio con que la UDI consiguió varios de sus escaños parlamentarios.
Semejante sacrificio tiene un doble objetivo. Por un lado, la colectividad busca acallar el ruido y las críticas frente a la conducta delictiva de uno de sus vástagos. «Valoramos el gesto humano y político que hace el senador Jaime Orpis al dar este paso, fundamentalmente porque quiere evitar los efectos que sus actuaciones personales le puedan representar a la UDI», explica el presidente Hernán Larraín; y por otro, la UDI saca del tablero a un alfil, pero salva al rey Jovino. Matan a Orpis y no ejecutan a al pater familia, el gran condenado por la Fiscalía, el principal responsable del modus operandi del financiamiento tramposo de la política que le permitió sobrerrepresentar a la derecha en el Congreso Nacional.
“Eso no lo hace sino alguien íntegro y que es capaz de reconocer errores, buscar enmendarlos, y procurar reparar el daño producido y evitar efectos colaterales”, son las palabras del senador del Maule con que se da curso al velatorio del cuerpo de Orpis, y lo remata cuando separa la paja del trigo, estableciendo una odiosa diferencia entre el sacrificado y el salvado, al que no se le expulsa ni se le pide la renuncia. Jovino está a salvo. «Estas situaciones son únicas, cada caso responde a situaciones distintas», explica de manera académica el senador Larraín.
Al cabo, a Jaime Orpis hay que reconocerle un mérito: el hombre da la cara y reconoce sus pecados, aunque lo hace en clave eufemística: son errores, no delitos. Desde su ex casa política le pasan un pañuelo anónimo y desde la directiva le permiten completar su período en el Senado. Nada se dice de dónde se sentará en el hemiciclo, y si lo incluirán en las nuevas negociaciones, y si lo dejarán entrar a la bancada de senadores. Jaime ha muerto, la UDI puede dormir en paz porque entregó el chivo expiatorio que se necesitaba para cerrar el escándalo (de esta semana).