Brechas

Algunos se extrañarán que durante los primeros meses del gobierno de centro derecha, el país no haya cesado de discutir los temas que más interesan al pueblo: justicia, solidaridad, pobreza, impuestos, royalty, en fin

Brechas

Autor: Wari

Algunos se extrañarán que durante los primeros meses del gobierno de centro derecha, el país no haya cesado de discutir los temas que más interesan al pueblo: justicia, solidaridad, pobreza, impuestos, royalty, en fin. En verdad, no es raro que así haya sido. La sociedad chilena ha venido acumulando tensiones a lo largo de veinte años de una transición al parecer inacabable hacia una democracia que no termina nunca de llegar. La crisis las agudizó aún más. El terremoto las puso en evidencia. Por si alguno todavía quiso hacerse el leso, el espeluznante estallido social provocado por el sismo remeció hasta los más insensibles.

Ahora se discute la distribución del ingreso. Según la última encuesta Casen, la brecha entre ricos y pobres creció aún más entre el 2006 y el 2009, como subrayó el propio Ministro de Planificación y destacó El Mercurio del 27 de julio del 2010. Al parecer están encantados de desprestigiar de pasada a la gobernante precedente.

Los ingresos monetarios -incluyen los ingresos autónomos y las transferencias del Estado- del décimo de familias más pobres crecieron levemente, de $113.010 a $114.005 mensuales, en promedio. Es decir, en una modesta «luca», que representa menos de uno por ciento. En el mismo período, los ingresos monetarios del décimo de familias más ricas, aumentó de $2.705.630 a $2.953.920 mensuales, lo que representa un incremento de $248.290 o un nueve por ciento.

Los ingresos autónomos -es decir, sin considerar las transferencias del Estado- del último grupo superan al primero en 46 veces. En otras palabras, una familia de esas vale por cincuenta de las otras. Si se agregan las transferencias esta brecha disminuye bastante, porque aquellas representan parte importante de los ingresos monetarios del grupo más débil.

El porcentaje de ingresos que concentra el décimo decil (de mayores ingresos) aumentó desde 38,1% en 2006 a 39,2% en el año 2009.

Hay que subrayar que estas mediciones corresponden a una encuesta de ingreso, que no es capaz de captar lo que percibe la delgada capa que se lleva la tajada del león. Estos tipos ni siquiera se dignan recibir a los encuestadores. Los despachan con sus Doberman, el mayordomo o la empleada en el mejor de los casos, por citófono desde luego. Si alguno llegara a estar de humor para atenderlos, jamás les contaría la firme de lo que ganan, puesto que irían directo al chucho por evasión de impuestos. Además no serviría de nada, porque son tan pocos que no tienen relevancia estadística.

En los EEUU, donde las declaraciones de impuestos son algo más serias que por estos lados, se estimó recientemente lo que gana el uno por ciento de mayores ingresos: justo antes de la crisis se embuchaban un cuarto del total; sus ingresos exceden los 400.000 dólares por familia al año. Lo más impresionante es que el uno por ciento de ese uno por ciento (1/10.000 del total) se quedaban con cerca de un 7 por ciento del ingreso total; ganan por encima de 11,5 millones de dólares al año.

En Chile es peor que eso, sin duda alguna. En otras palabras, si el 10 por ciento se lleva casi la mitad del ingreso total (40 por ciento según la Casen), el uno por ciento se queda con más de un cuarto y el uno por ciento del uno por ciento se queda con más de una catorceava parte. Esto se puede ver a simple vista. El uno por ciento de mayores ingresos son 160 mil personas en total, la mitad de los cuales vive en el alucinante barrio de La Dehesa, en Santiago. El resto vive en barrios aledaños. Allí se consume más de un cuarto del PIB y se nota. El uno por ciento de ese feliz uno por ciento percibe más de un 7 por ciento del ingreso total. Son 1.600 personas y se reúnen casi todos ellos una vez al año en el Teatro Municipal, en la ceremonia de auto premiación de los «empresarios del año.»

Al igual que en el caso de la pobreza, la agravación de la desigualdad entre el 2006 y el 2009 tiene una causa principal: la crisis, que elevó la desocupación a más de 10 por ciento y privó a casi un millón de familias de la fuente de más del 70 por ciento de sus ingresos.

Los de arriba a veces pierden bastante también. Los ricos también lloran. En el caso de los EEUU, la crisis de 1929 y el New Deal de Roosevelt que resultó de ella aplanaron los ingresos a lo largo de medio siglo. La porción del uno por ciento más rico se redujo a la mitad durante esos años y el uno por ciento de ellos, los ultra ricos, vieron la suya reducida a una séptima parte.

Eso mismo ocurrió en Chile a lo largo del período desarrollista, entre 1924 y 1973, cuando la creciente democratización permitió que el Estado nivelara las cosas extraordinariamente. La porción de la torta que se lleva para la casa el conjunto de los asalariados, por ejemplo, se duplicó en Chile entre 1929 y 1973: como muestra un estudio de Cenda basado en cifras de la Universidad Católica, los ingresos del conjunto de los trabajadores crecieron casi ocho veces mientras el PIB se multiplicaba cerca de cuatro veces.

Sin embargo, los ricos manifiestan una notable capacidad de recuperación. En los EEUU, desde Reagan en adelante volvieron a las andadas.

Neoliberalismo mediante, los banqueros se quedaron nuevamente con la mitad de las utilidades de todas las empresas, el uno por ciento recuperó su cuarto del ingreso total y el uno por ciento de ellos, los ultra ricos, alcanzaron esta vez del record de 7 por ciento del total.

En Chile se pasaron. Inmediatamente después del golpe falsificaron el IPC, dieron reajustes muy por debajo de la inflación y rebajaron de un solo tajo los salarios y el ingreso de todos los trabajadores a la mitad. Los mantuvieron muy deprimidos hasta el fin de la dictadura, solo a fines de 1999 lograron recuperar su poder adquisitivo anterior al golpe y hoy día están apenas un 20 por ciento por encima de entonces.

Por este motivo aunque la fuerza de trabajo creció extraordinariamente en los últimos cuarenta años, sus ingresos totales solo aumentaron tres veces en el mismo período, mientras el PIB aumentaba nuevamente poco menos de cuatro veces. Es decir, la porción de los trabajadores se redujo en un cuarto.

El mismo trozo de la torta que pasó enterito al barrio de La Dehesa, que por aquellos años eran puros potreros.

Los años de vacas flacas no duran para siempre. Esta situación no va a poder continuar por mucho tiempo. La mayoría simplemente no lo va a tolerar. Además, le hace mucho daño a la economía y a la sociedad en general. Incluso a los ricos, que viven muertos de susto en sus palacetes, mucho más atemorizados que la gente sencilla en sus barrios modestos.

Hay medidas inmediatas para aliviarla en parte. No sirven las políticas sociales de macetero, como el Chile Solidario –calificado de ineficaz por la Universidad Alberto Hurtado, que hizo la encuesta Casen. Tiene que ser políticas masivas, como establecer un subsidio de cesantía que garantice que los trabajadores no quedan sin ingresos cuando pierden su empleo.

También aumentar las pensiones solidarias y entregarlas a las mujeres a partir de los 60 años. Modificar la legislación laboral para garantizar el derecho a huelga e impedir la subcontratación abusiva. En fin.

Sin embargo, nada va a cambiar antes que se modifique sustancialmente el balance de poder entre los que crean la riqueza del país con sus manos y cerebros y aquellos pocos que se apoderan y disfrutan la mayor parte de ella. Para eso hay que empezar por cambiar la Constitución y democratizar el país de verdad.

Por Manuel Riesco

Economista del Cenda


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