¿Sabes cuál es el PIB de Afganistán? Unos U$ 40 mil millones. La población de Afganistán ronda los 33 millones de sobrevivientes, más de la mitad de los cuales subsiste bajo el umbral de pobreza. ¿Y ahí? Casi nada. La guerra de los EEUU contra los talibanes ya ha costado más de U$ 330 mil millones, a los cuales el Senado yanqui acaba de agregarle otros U$ 30 mil millones no vaya a ser cosa que falten municiones. Aquí no cuento ni las balas, ni los helicópteros, ni los cañones, ni los blindados de los países de la Otan que fueron a enterrarse en esas arenas movedizas. Pero sí están los U$ 26 mil millones invertidos en lo que la prensa yanqui llama las “Farsas Armadas afganas”. Y también los miles de millones de dólares que han desaparecido gracias a la corrupción generalizada de los amigos de los EEUU: el presidente Hamid Karzai y su hermanito Wali, amo de la provincia de Kandahar y del tráfico de heroína. Como seguramente sabes, esa guerra está perdida.
Hace un par de semanas Barack Obama despidió expeditivamente al General Stanley McChrystal, comandante de las tropas en Afganistán, porque algo borracho en París declaró que el gobierno de los EEUU está lleno de boludos incompetentes (“a bunch of feckless chin pullers”). La conocida revista Time Magazine dice que ese episodio planteó una vez más la vieja cuestión de “la autoridad civil sobre los militares en tiempos de guerra…”
Si te cuento el ídem es porque el imperio -que no puede con un puñado de talibanes calzados con ojotas y armados con fusiles oxidados-, extiende su presencia militar en América Latina con propósitos sobre los cuales conviene interrogarse. El 24 de abril de 2008 Gary Roughead, Administrador en Jefe de las Operaciones Navales de los EEUU, le daba el vamos al regreso de la IV Flota a las aguas de América Latina después de una ausencia de medio siglo. En estos días, 46 navíos de guerra norteamericanos saturan las aguas de Costa Rica, país desmilitarizado. Con el pretexto de combatir el narcotráfico y el terrorismo, portaaviones y submarinos atómicos, barreminas, destructores y fragatas hacen redondelitos en el agua.
Los EEUU disponen de múltiples bases militares en el Caribe. En Cuba, la base naval de Guantánamo ocupada desde el año 1903. En las Antillas Holandesas, a escasos kilómetros de las costas de Venezuela, la base militar Reina Beatriz en Aruba y la de Hatos en Curazao -conocidas como FOL (forward operation location)-, se dedican al monitoreo satelital y a la vigilancia, léase espionaje. La base de Vieques, situada en Puerto Rico, fue desalojada el año 2004 y reinstalada en Miami (Florida). Otro tanto había ocurrido con la base Howard de Panamá, que fue transferida a Fort Benning (Georgia): hasta el año 2004 habían pasado por ella más de 61 mil oficiales latinoamericanos que fueron entrenados en técnicas de combate, tácticas de comando, inteligencia militar y técnicas de tortura. Adivina cuál de esas “especialidades” fue la más exitosa.
Recientemente los EEUU obtuvieron del presidente Álvaro Uribe siete bases en territorio colombiano. Siete bases que rodean a Venezuela y amenazan a Ecuador y otros países sudamericanos. Digo amenazan porque el pretexto de la lucha contra el narcotráfico no se lo traga nadie. Desde hace décadas los EEUU vienen aumentando su “ayuda” militar a Colombia y el tráfico de cocaína crece que es un primor. Lo mismo ocurre con Afganistán y el tráfico de heroína. Hollywood se ha encargado de mostrar en sus películas que la droga suele viajar en aviones de la US Air Force. Gracias a la cooperación de la Drug Enforcement Administration (DEA) con México, el país azteca se ha transformado en una plataforma de distribución de cocaína: hoy en día una buena parte de su territorio está bajo control de los narcotraficantes. La IV Flota no ha servido de nada, los aviones furtivos F-117A y B-2 tampoco. Eso no es todo.
La Base Militar de Manta, en Ecuador, fue el principal centro de espionaje electrónico del Pentágono en América del Sur hasta el año 2009. De allí partían los aviones espías Orion C-130 hasta que el presidente Rafael Correa ordenó el término de todas las actividades del ejército norteamericano. En El Salvador está la Base Militar Comalapa, cuyo personal yanqui tiene acceso a puertos, espacios aéreos e instalaciones del gobierno salvadoreño. En Honduras los EEUU disponen de la base Soto Cano (Palmerola) desde la cual dirigieron la “contra” en Nicaragua. Esta base fue útil para el golpe de Estado contra Zelaya. En Costa Rica está la base Militar Liberia. Con el pretexto del terremoto los EEUU volvieron a ocupar militarmente Haití, provocando las protestas de Francia. En Perú cuentan con dos bases militares: Iquitos y Nanay que le pertenecen a las FFAA peruanas pero fueron construidas y son utilizadas por soldados estadounidenses que operan en la Amazonia peruana. En mayo del 2005 el gobierno de los EEUU firmó un tratado con Paraguay que le dio acceso a una base militar en el Chaco paraguayo. Como si fuese poco, los EEUU pretenden construir nuevas bases militares en Argentina (Tierra del Fuego), así como controlar una base militar en Alcántara, Estado de Maranhão, Brasil, gracias a 62 mil hectáreas que les cedió en el año 2000 el “progresista” Fernando Henrique Cardoso. A todo lo que precede súmale las numerosas “maniobras militares conjuntas” con los ejércitos de la región, maniobras que nunca sirvieron para combatir ni el narcotráfico ni el terrorismo.
¿Qué vienen pues a hacer militarmente los EEUU en América Latina?
Las experiencias de Vietnam, Camboya, Laos, Chile, Nicaragua, El Salvador, Panamá, Colombia, Granada, Haití, Iraq y Afganistán -para no citar sino esas intervenciones militares yanquis-, muestran que los EEUU destruyen la institucionalidad de los países que “ayudan”, y a menudo potencian la presencia de los narcotraficantes y los terroristas que pretenden combatir. Sin embargo, Juan Emilio Cheyre, ex comandante en jefe del ejército (2000-2006), considera “ilegítimo tener pactos sin Estados Unidos y Canadá” (El Ciudadano-julio 2010). A Cheyre no le gusta Unasur: prefiere la OEA. Aun cuando la OEA -dirigida por un chileno-, ha sido lamentable y patética tanto en Honduras como en el conflicto colombo-venezolano provocado por Álvaro Uribe. Aun cuando los más de 90 mil informes revelados por Wikileaks, The Guardian, The New York Times y Der Spiegel a propósito de la guerra en Afganistán muestran la incalificable incompetencia de los EEUU.
Una publicación parisina lo resume así: “¿Qué dicen las 200 mil páginas reveladas? Que la guerra de Afganistán ya está perdida; que las víctimas civiles se cuentan por millares; que las atrocidades se multiplican tanto del lado de los talibanes como de las fuerzas de la Otan; que los servicios secretos pakistaníes, formados por los americanos, traicionan; que los talibanes utilizan contra los EEUU parte de las armas que estos últimos les suministraron antaño a los Muyahidines para combatir a los soviéticos; y finalmente, que el presidente Hamid Karzai y sus amigos están mojados hasta el cuello en tráficos inconfesables y compromisos insospechados. Por eso The Guardian concluye: “Después de nueve años de guerra, es el caos el que va a triunfar en Afganistán””.
Yo no sé si Hugo Chávez tiene razón o gesticula cuando se inquieta del comportamiento histérico y agresivo de un Álvaro Uribe en fin de mandato. Pero veo razonables motivos para interrogarse a propósito de la expansión militar de los EEUU en América Latina, subcontinente que consideran suyo y que familiarmente llaman su “patio trasero”. Ese en el que practican sus delicadezas culinarias de tipo “Hot-dogs parties”. A los cuales tal vez invitan, vaya uno a saber, a Juan Emilio Cheyre.
Por Luis Casado