De cacerolas a trompetas

Fue el limeño José Santos Chocano –uno de los poetas más representativos de nuestro continente y de quien poco y nada se conoce en Chile- quien diría a comienzos del siglo XX: “mi lírica tiene un alma, mi canto un ideal”

De cacerolas a trompetas

Autor: Director

Fue el limeño José Santos Chocano –uno de los poetas más representativos de nuestro continente y de quien poco y nada se conoce en Chile- quien diría a comienzos del siglo XX: “mi lírica tiene un alma, mi canto un ideal”. Retratando sagazmente, el tinte majestuoso y penetrante de nuestro periplo cultural latinoamericanista y su llamativo sonsonete que, muy de cuando en cuando acompaña las demandas reivindicatorias de nuestra sociedad “republicana”. Al respecto, hace poco más de dos semanas tuve ocasión de presenciar una experiencia que sencillamente me estremeció.

A eso de las nueve y cincuenta de la mañana, de un día cualquiera a mitad de semana; y mientras el carro de metro línea 5 -en el que viajaba en dirección a mi trabajo- paulatinamente se acercaba a la estación Rodrigo de Araya, un fuerte bullicio comenzó a perturbarme llamando la atención de todos los pasajeros del vagón. Conforme el tren se detenía en dicha estación, la potencia se incrementaba y lo que a lo lejos parecía el zumbar de un panal de abeja agitado, pronto se convertiría en el centro crítico de una estruendosa manifestación.

La huelga, se tiñó de eufórica final de campeonato de fútbol, gracias al estrepitoso vibrar de más de una veintena de trompetas que avivaron la consigna impulsada por el sindicato N° 1 de trabajadores de planta de Lucchetti, consigna encaminada a la obtención de mejoras en las condiciones de empleo. La particular forma en que se desarrollo la protesta, terminó paralizando el servicio de metro -no por iniciativa de la administración, evidentemente- enmudeciendo cuanta franja educativa, publicidad o mensaje fuese anunciado por los parlantes del andén. Por cierto, las puertas del bastión del Grupo Luksic en Vicuña Mackenna 2600, tuvieron que esperar treinta y siete años, antes de volver a presenciar una manifestación de este tipo.

Algo similar ocurrió el día de ayer en el frontis de la cuestionada Universidad de Artes, Ciencias y Comunicación –Uniacc-, cuando un grupo de treinta empleados de dicha casa de estudios, expresaron su solidaridad con las victimas de una política brutal e indiscriminada, en alusión a los despidos masivos que a la fecha han afectado a más de ciento cincuenta funcionarios de distintos departamentos, quienes en su mayoría, estuvieron ligados a su floreciente organización sindical.

Nuevamente el sonido de las trompetas –que no solo incomodó a los ingleses- remeció la conciencia del empresariado, cuan testimonio insurrecto de un despertar anhelado, aquel de cordones industriales matizados al compás de sonidos y colores, un despertar que supera el desdén y el remanso de nuestra agitada vida capitalina.

El sonido tormentoso de las improvisadas vuvuzelas -que caracterizaron la colorida puesta en marcha del primer mundial en tierras africanas- y su importación a un montaje provincial como el de esta semana, inevitablemente me lleva a recordar la potencia e impulso sonoro en el mensaje tras los cacerolazos que tuvieron lugar a mediados de los setenta en Chile y en todo el cono sur, potencia que aún en nuestros días cimienta nuestro constructo y tejido cultural.

Dicen que las comparaciones son odiosas, sin embargo el recuerdo de las cacerolas estremecidas al ritmo de las demandas alimenticias de mediados del siglo XX, me lleva a conectar ambas expresiones culturales en un mismo punto, el hambre. Hambre hay de muchos tipos, está la que mese las tripas y se cala en los huesos, como aquella que vio la luz en las protestas de los años setenta –producto de la situación económica-, también hay hambre cuando hay indiferencia, y este tipo de hambre es el germen que afecta nuestra sociedad actual –también fruto de un modelo económico-, hambre de escucha, hambre de impaciencia, hambre de libertad, de expresión, también de transparencia, hambre de trato digno y autodeterminación, pues famélica es nuestra condición actual al margen de tanto discurso propagandístico.

No en vano trescientos años de servicio al imperio español y doscientos más, de colonialismo capital, han desdibujado nuestro proyecto de unidad colectiva al punto de encadenarnos en un nudo gordiano. A pesar de ello no todo está perdido, y el nexo entre la América transatlántica y el misticismo cultural africano, así parece demostrarlo. Amarrados a una historia común ambos pueblos heredamos institucionalidad y “desarrollo”, pero legamos al mundo: quiebre, ruido y resistencia, que aunque a muchos les moleste, es nuestra forma de representación más fidedigna, que seguirá enmudeciendo los sistemas y develando las distintas formas de segregación y desigualdad social.

Por Christian Palma

El Ciudadano


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