Por estos días, la prensa nacional se ha hecho eco de los dichos del ex director de la Dina, procesado y condenado por graves violaciones a los Derechos Humanos, mano derecha del ahora extinto general golpista Augusto Pinochet. Resulta paradojal, por decir lo menos, que los medios de comunicación nacionales, empecinados por el rating, le presten tribuna –desde su lugar de reclusión- a un personaje tan siniestro de la vida nacional, obligando a diversas personalidades de la clase política a pronunciarse sobre aspectos de sus declaraciones.
Esta suerte de Mamo-Grafía recurrente, delectación mórbida y kitsch, insiste una vez más en mostrarnos el rostro mofletudo y el discurso cínico de éste, otrora director de una pandilla de criminales al servicio del dictador. El Mamo vuelve con su cantinela de siempre, salpicando de estiércol todo cuanto nombra. Es, qué duda cabe, el portavoz del lado B de la historia chilena cuya presencia fantasmal retorna con los aires bicentenarios.
Al igual que su Jefe, esta figura oscura, pertenece por derecho propio al basurero de la historia, lugar de atrocidades, violencia y muerte. Hasta el actual gobierno de derecha se siente incómodo con el hedor que emana de este sujeto cada vez que los medios de comunicación lo traen de vuelta a la vida política. Como Freddy Krueger, aquel personaje de antología del terror, el ex general Contreras nos trae –cada tanto- aires de Halloween que turban el imaginario histórico y social como un viento frío venido desde lo subterráneo.
Sabemos que los medios de comunicación buscan llamar la atención de sus públicos, este afán los lleva a límites reñidos con la ética periodística. Así, no parece apropiado rescatar del olvido a un convicto de la talla del Mamo, mucho menos ponerlo en un plano de equivalencia mediática con personajes políticos contemporáneos. Puede que una maniobra tal rinda dividendos de audiencia, pero no enaltece la vida democrática en que estamos empeñados. Cada vez que un criminal como éste encuentra un lugar en los medios para emitir su opinión sobre la contingencia, es –tácitamente– rehabilitado cívicamente.
Aquellos grandes criminales de la historia que han sobrevivido a su propio estigma terminan, por lo general, asediados por el silencio y la locura. El silencio de las muchas tumbas sin nombre que sembraron a lo largo de su nefasta existencia. La locura y el delirio de sus propios fantasmas que regresan una y otra vez. En el caso de Chile, no ha sido así. Muchos de nuestros grandes criminales todavía se pasean libres por las calles de nuestras ciudades, reclamando para sus hermanos de horror, una misericordia que jamás conocieron. En el colmo de la ironía, algunos de ellos dan entrevistas por televisión desde la cárcel, enseñándoles a sus compatriotas que en este rincón del mundo, el crimen sí paga.
Por Álvaro Cuadra
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Elap. Universidad Arcis