El físico de la Universidad de Oxford, David Robert Grimes, quien también es periodista científico y locutor, está acostumbrado a escuchar teorías de conspiraciones relacionadas con la ciencia. Esto le ha motivado a desarrollar un sencillo modelo matemático que calcula la viabilidad o probabilidad de fracaso de una conspiración, y si es que esta se puede sostener.
“Pensar que no es verdad que el hombre ha llegado a la Luna puede no ser perjudicial, pero tener creencias falsas sobre las vacunas puede resultar fatal”, apunta Grimes. «Sin embargo, no todas las ideas que parecen «conspiranoicas» son necesariamente erróneas, como demostraron las revelaciones de Edward Snowden al confirmar ciertas teorías sobre las actividades (ilícitas) de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos”.
El investigador explica que es habitual descartar directamente estas confabulaciones y ningunear a sus defensores, “pero yo quise tomar el camino contrario, para ver si podrían ser posibles, así que me centré en un requisito fundamental para que una conspiración sea viable: el secreto”.
Su estudio, publicado esta semana en la revista PLOS ONE, demuestra que aunque todos podemos guardar un secreto, si lo compartimos con un gran número de personas acabará destapándose. Solo es cuestión de tiempo y del número de personas implicadas.
Grimes comenzó creando una ecuación para expresar la probabilidad de que una conspiración fuera hecha pública deliberadamente por un denunciante, o bien revelada, sin intención, por algún despistado del grupo conspirador. Esa probabilidad depende de factores como el número de conspiradores, la cantidad de tiempo, e incluso del efecto de que muera un implicado por muerte natural o «accidental».
Como la ecuación requiere estimaciones realistas de las posibilidades de que cualquier individuo revele el secreto, el autor utilizó los datos de tres casos reales. Uno fue el propio proyecto PRISM –desvelado por Snowden– vigilancia electrónica masiva que hacía la NSA para registrar las comunicaciones de los usuarios de Internet.
Los otros dos casos fueron el experimento Tuskegee, un estudio clínico sobre los efectos de no tratar la sífilis en afroamericanos, llevado a cabo durante décadas por el Servicio Público de Salud de EE UU; y el escándalo forense del FBI, relacionado con multitud de errores en los análisis –en muestras de pelo– que condenaron a pena de muerte a personas inocentes.
Con los datos de estos tres sucesos reales, Grimes planteó el ‘mejor escenario’ para los conspiradores, sobreestimando su número y el tiempo necesario antes de que ocurriera una fuga de información, hasta conseguir que sólo hubiera cuatro posibilidades en un millón de que alguien filtrara información.
Mientras más gente, más difícil guardar el secreto
Para comprobar si podrían ser viables, el físico estimó el número mínimo de personas que se necesitarían para mantener cuatro supuestas conspiraciones. Así, la teoría de que la llegada a la Luna fue un engaño, necesitaría al menos el silencio de los 411.000 empleados de la NASA que trabajaban en la agencia espacial estadounidense a mediados de los años 60.
Del mismo modo, si el cambio climático es un fraude estarían implicadas 405.000 personas de diversas instituciones científicas internacionales. Otras 22.000 personas (de la OMS y el Centro para el Control de Enfermedades) tendrían que ocultar que las vacunas no son seguras, y unas 714.000 ligadas a las grandes empresas farmacéuticas, tendrían que estar encubriendo una cura contra el cáncer.
Con esta información y usando su ecuación, Grimes calcula que el engaño de los alunizajes se tendría que haber a los 3 años y 8 meses; la mentira del cambio climático, en 3 años y 9 meses; una conspiración sobre la vacunación, en 3 años y 2 meses; y el ocultamiento de la cura contra el cáncer, en 3 años y 3 meses.
En resumen, cualquiera de las cuatro conspiraciones ya se debía haber destapado hace mucho tiempo.
El investigador luego se centró en el número máximo de personas que pueden involucrarse en una intriga para que esta se mantenga oculta. Para un complot que dure cinco años, el máximo son 2.521 individuos. Para guardar el secreto durante más de una década debe haber menos de 1.000 personas, y en un engaño que dure un siglo no hay que superar los 125 colaboradores. Incluso un sencillo encubrimiento de un solo evento, que no requiere de maquinaciones más allá de guardar silencio, es probable que haya un soplo si están implicadas más de 650 personas.
Los resultados del modelo sugieren que las grandes conspiraciones, en las que tendrian que estar implicados más de mil agentes, «se convierten rápidamente en insostenibles y propensas al fracaso”. Según el estudio, cuyas propuestas podrían ser útiles «para contrarrestar las consecuencias de argumentos falsos y anti-ciencia, y para examinar las condiciones hipotéticas en las que podría ser viable una conspiración».
«No todo el que cree en una conspiración es irreflexivo o poco razonable, pero espero que al mostrar lo extremadamente improbables que son algunas supuestas conspiraciones, sus defensores reconsideren sus creencias anti-científicas”, señala Grimes.
Vía SINC.