El 10 de agosto se celebra una vez más el Día de la Minería, actividad este año empañada por el accidente en la mina en Copiapó, mientras que esta festividad era glorificada por las antiguas autoridades de la Concertación, período en que se potenció el avance de las trasnacionales en suelo chileno, para que se llevaran las riquezas de la tierra nortina, en medio de cocteles, inauguraciones y tristes migajas entregadas a los pobladores, encubiertos en fondos concursables para desarrollo productivo, juegos infantiles o arreglos de iglesias, con las que se llenaron portadas de diarios y páginas sociales, donde todos, empresarios y autoridades, muy juntitos y felices, brindaban por el regalo que se estaba haciendo de las riquezas del país que se suponía era de todos los que aquí habitamos, pero esas portadas y amplios titulares, no dejaban ni dejan espacio para las noticias de contaminación ambiental, disminución dramática de las aguas subterráneas, desecación de salares, daños a la salud de niños y adultos y muchas aun más terribles que nos harían llenar hojas que asombrarían, hasta a los más inocentes televidentes y lectores de diarios, que hoy se sienten informados, porque estas noticias son invisibles entre tanta publicidad pagada en los medios tradicionales, con sus reuniones y festejos y con la peor estocada a la razón, como lo que significa que los contaminantes y quienes los respaldan y encubren, invitan a ver la cultura de los que han entregado su arte a los destructores del planeta, artistas que arriendan su arte para lavar la imagen de los contaminantes, pero claro todo sea por El Día de la Minería.
Qué nos espera entre tantas celebraciones y abrazos, saber que tan más ricos son las grandes empresas, saber cuántos millones se han llevado sin pagar impuestos, saber cuánto han colaborado en las campañas de todos. Qué se celebra, el que exista un país donde no importe la voluntad de tantos, que marchan, caminas, o golpean puertas con un solo mensaje, con un solo ruego, déjenos vivir en un ambiente limpio, déjenos pensar que es posible respirar sin enfermarse por los miles de polvos contaminantes diseminados en un aire que se supone puro, porque no podemos mantener la ilusión del “dulce mar, que tranquilo nos baña”, producto de las zonas en que por la acción de las termoeléctricas, han variado las temperatura y ha transformado las cadenas alimenticias, sin que se haga nada serio al respecto, porque claro es el Día de la Minería y la mayor cantidad de la energía que se genera es para esta gran empresa, así que por favor no empañemos estas celebraciones con pequeñeces como la supervivencia de la especie humana, no molestemos a los empresarios mineros, con los lamentos de los pescadores y mariscadores artesanales, y menos con el quejar de la dueña de casa que ya no encuentra pescado para freír, no para que, si en Canadá, Tokio, Madrid o Nueva York, los accionistas de estas mineras pueden disfrutar tranquilitos de la especie exótica que deseen, aunque esté en peligro de extinción, que importa, es el Día de la Minería en Chile, tienen que celebrar, cómo no hacerlo, si aquí se les ha permitido todo, y cuentan con el silencio cómplice de los medios tradicionales.
Bueno, mientras algunos celebran, algunos otros seguiremos actuando, seguiremos con nuestras demandas en Iquique, y en el norte, por ejemplo el martes 10 de agosto, se continúa con un juicio que si bien es laboral, los que se suponen en la nueva justicia laboral no duran más de tres meses, ésta cumple un año desde que se inició, y aún no termina la audiencia de juicio de la primera instancia, claro este juicio está directamente relacionado con contaminación y el silencio y oscurantismo en que operan autoridades y los supuestos representantes del pueblo, cuando se tocan los intereses de las empresas, mientras se busca justicia para algo tan insignificante en este mercado como es el derecho a la salud de los niños y la posibilidad de una familia de defender lo justo, pero no nos podemos quejar, estamos en El Día de la Minería.
A los habitantes de nuestro querido Chile y a los lectores de América, ojo con Iquique, que aquí no sólo se están ocultando riquezas en medio de los cargamentos de cobre, no sólo se está contaminando ennegreciendo el aire, también se está ocultando la verdad y se está ennegreciendo el acceso a la justicia para los ciudadanos que están siendo perseguidos, u obligados a emigrar de sus hogares y separarse de sus familias, sólo por defender el sueño de la libertad, por sólo defender lo correcto, en medio de un mercado que no es libre y de una sociedad que ya no es correcta.
Desde un lugar de la pampa salitrera.
Por Felipe Olaechea
Escritor y Documentalista
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