Burroughs, multiartista, profeta, heroinómano, amante de las armas, bisexual y libertario

Hoy cumple 102 años el hombre que, junto con Allen Ginsberg y Jack Kerouac, formó el núcleo originario de la generación beat.

Burroughs, multiartista, profeta, heroinómano, amante de las armas, bisexual y libertario

Autor: Lucio V. Pinedo

Hace 102 años nació William Burroughs, en St. Louis, Missouri, de Laura Lee, una madre de aristocrático apellido sureño (que él le pasaría a Bill Lee, su más persistente avatar autobiográfico), y, por parte de padre, de los industriales Burroughs, los de las máquinas de calcular —que le legaron, en este caso, el persistente tema de la interfase entre lo humano y lo «maquínico»—.

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Parecía destinado a convertirse en una síntesis de las grandes líneas que forjaron su nación, y en cambio se convertiría en uno de sus más grandes outsiders. Tras su poco convencido y menos decisivo paso por las grandes universidades, hacia 1944 conoció, en Nueva York, a Allen Ginsberg y Jack Kerouac; juntos formarían el núcleo originario, que se convertiría en la trinidad sagrada, de la Generación Beat. No eran grandes escritores, ni pequeños, ni nada, apenas tres ilustres desconocidos (Kerouac tenía 22 años, Ginsberg apenas 18). La amistad duraría toda la vida y se convertiría en uno de los pilares éticos y también estéticos de la obra de los tres (Ginsberg proclamaba como su ideal: «escribir como hablás con tus amigos»).

En 1949 Burroughs, ya adicto a la heroína, se mudó a México con su mujer, Joan, y William Burroughs III, el hijo de ambos. En 1952, durante una reunión con amigos en la que se bebió mucho, decidió jugar a Guillermo Tell y le pidió a Joan que se pusiera un vaso sobre la cabeza, para volarlo de un disparo, pero este dio en la frente de Joan y la mató instantáneamente. Recién en 1985, en el prólogo de Queer (una novela escrita a principios de la década del 50 y que había permanecido inédita) pudo hablar de manera directa del tema:

Me veo obligado a aceptar la espantosa conclusión de que, de no ser por la muerte de Joan, nunca me hubiera convertido en escritor, y darme cuenta de hasta qué punto ese episodio ha motivado y moldeado mi escritura. Vivo bajo la constante amenaza de la posesión, y en la constante necesidad de escapar de la posesión, del Control. La muerte de Joan me puso en contacto con el invasor, con el Espíritu Horrendo, y me ha llevado a esta lucha de toda la vida, donde mi única salida es la escritura.

David Cronenberg, gran admirador de Burroughs y posiblemente el único director que podía proponerse filmar su novela El almuerzo desnudo, tomó literalmente esta idea y la convirtió en metáfora de su escritura. En la escena final de la película, Bill Lee, huyendo con Joan (que también es Jane Bowles, en la obra de Burroughs las identidades son más bien fluidas), es detenido por policías de migraciones que le preguntan su profesión. «Escritor», responde sin dudar (al principio de la película había renegado de ella: «demasiado peligrosa», se había justificado). «Pruébelo», dice uno de los guardias. «Sí, escriba algo», dice el otro. Lee se da vuelta, toma el arma y le dispara a Joan. Los guardias lo dejan pasar sin más trámite.

En el día de su cumpleaños, nosotros que no somos tan extremistas (para bien o para mal), damos una prueba de su existencia de escritor con estas palabras suyas:

Que se oigan en todas partes mis últimas palabras. Que se oigan en todos los mundos mis últimas palabras. Oigan todos ustedes, sindicatos y gobiernos de la tierra. Y ustedes autoridades que apañan negociados inmundos concertados vaya uno a saber en qué letrinas para apoderarse de lo que no es de ustedes. Para vender el suelo bajo los pies de los que no nacerán. [..].

¿Tiempo para qué? ¿Para más mentiras? ¿Prematuro? ¿Prematuro para qué? Digo a todos que estas palabras no son prematuras. Estas palabras pueden ser demasiado tardías. Faltan minutos. Minutos para el objetivo enemigo. […].

Mentirosos cobardes colaboracionistas traidores. Mentirosos que quieren más tiempo para más mentiras. […].

Para eso han vendido ustedes a sus hijos. Han vendido el suelo bajo los pies de los que nunca nacerán. […].

Reúnan el estado de las noticias. Investiguen desde el Estado hasta el auto. ¿Quién monopolizó Time, Life y Fortune? ¿Quién les quitó lo que es de ustedes? ¿Lo devolverán todo ahora? ¿Alguna vez han dado algo a cambio de nada? ¿Alguna vez han dado algo más de lo que tenían para dar? ¿Acaso no han vuelto a apoderarse de lo que habían dado cada vez que ha sido posible y siempre lo ha sido? (Expreso Nova, 1964)

 


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