Se siente el calor del verano en los faldeos cordilleranos de la Araucanía. Sobre la piel se posa el sol del walüng, la estación de la abundancia de frutos. El aroma a laurel perfuma los caminos, mientras los queltehues quiebran el aire con sus alertas.
Atravesamos el puente que une el pueblo de Curarrehue con el camino a Reigolil. Orillado por las pitras, el río Trankura continúa su oscuro flujo rumbo al lago Villarrica. Tras unos minutos de caminata sobre el ripio, dejamos atrás las últimas casas y sendereamos hacia los mawida, los cerros pletóricos de bosques, aves, animales y agua. Donde residen los ngen, entidades dueñas de los elementos. Unos pasos delante camina José Loncopan, 70 años, educador mapuche y kimche (hombre sabio) de este territorio. En el camino, algunos niños lo saludan en mapudungun. Son estudiantes suyos de la escuela local. En un momento de la subida, nos detenemos a comer un rukin (cocaví). Miramos a la ruta que culebrea entre las colinas y los pequeños predios de los comuneros mapuche, una alfombra de cuadros de diversas tonalidades. El horizonte es dentado, verde, frondoso.
Loncopan cuenta que de niño participaba en los koyagtun (parlamentos) de sus mayores. Escuchaba del pasado, de las costumbres. “Antiguamente, el mapunche era libre para formar familia y el hijo cuando se casaba, con su esposa, salían a buscar… Como una abeja la gente salía de su enjambre a buscar otro panal. Cuando encontraba un lugar para vivir, (escogía) otro donde hacer su ceremonia. Ese lugar quedaba sagrado. El mapunche siempre fue así. Hoy ya no”, narra reflexionando sobre el posible origen del sitio que pisamos. kurarrehue. Kura Rewe. La piedra altar. El sitio donde realizar la rogativa y el agradecimiento.
Kurarrewe es también la historia de Lloftunekul, el lonko que tras huir con su familia a Puelmapu, la zona oeste del Wallmapu (Argentina), acosado por las tropas que anexaban esta región a la república de Chile, retornó a inicios del siglo XX para establecerse a orillas del río Trankura. Obtuvo un título de merced. La historia es contada por Alejandro Coñoequir, actual lonko de la comunidad Camilo Coñoequir Lloftunekul, identificación que -de entrada- establece hilos con el pasado. Que toma posición en un presente difícil. Estamos en el lof Trankura, a unos siete kilómetros al este del pueblo. Entre los aledaños cerros Pünowemanke (Donde pisa el cóndor) y Peñewe (Mirador) desciende el río Pichitrankura. Allí, la empresa chilena GTD Negocios S.A., asociada a la española Enhol, pretende levantar la central hidroeléctrica Añihuerraqui, que es la otra denominación que posee el estero.
“Nosotros lo tenemos en la memoria. ¿Por qué le pidieron los ngen a nuestro abuelito Lloftunekul que se quedara acá? Porque tenía que cuidar esta tierra. Cualquiera puede hacerlo pero no es tan así. El abuelito, por su calidad de persona, siempre andaba pensando en su ritual o su nguillatun. Cumpliendo con todos esos rituales, todo anda bien”, señala el lonko Coñoequir.
“¿Si usted fuera católico, le gustaría que le instalaran unas tuberías o un mall al lado de la iglesia San Francisco?”, pregunta Raquel Marillanca, presidenta de la Feria Walüng, la organización productiva más importante de este territorio, cuyo baluarte es el küme mongen, el buen vivir mapuche. Es un modo de ser. Tal es la lucha que se libra en este territorio.
Cómo apartar un río
En Kurarrewe, la gente le llama “pueblo” a una menuda aglomeración urbana donde se encuentra la municipalidad, los servicios públicos y un banco. La estadística eleva su población a casi siete mil personas. La mayoría se desparrama por cerros y valles. Kurarrewe es como un iceberg. El “pueblo”, al que se llega por una carretera desde Pucón, es una porción diminuta. Aunque no sea perceptible desde las pocas calles pavimentadas, todo lo que ocurra en el campo, en los cerros y los ríos tendrá consecuencias. Grandes consecuencias.
Hace un mes, Simón Crisóstomo Loncopan, werken de la comunidad Coñoequir Lloftunekul y estudiante de geografía de la Universidad Católica de Temuco, puso en su facebook un estudio realizado por él sobre los derechos de agua, entregados a particulares –winkas-, para uso hidroeléctrico en la comuna. Resulta perturbador constatar en ese mapa un pedazo de tierra donde los puntos rojos menudean como si se tratara de sarampión. A octubre de 2015, el otorgado a GTD Negocios S.A. sobre el estero Pichitrankura/Añihuerraqui es uno entre 53. El panorama es similar en otros lugares del territorio mapuche. Sólo en la vecina comuna de Melipeuco, existen seis proyectos hidroeléctricos de los que ya cinco han sido aprobados. Todos, gracias a la generosa legislación de aguas y eléctrica, heredadas de la dictadura, y la insuficiente política ambiental estatal.
El fantasma comenzó a merodear el lof Trankura hacia 2009. “Primero fue una piscicultura. Realizaron permutas de terreno sin conocimiento del lonko. Luego apareció la hidroeléctrica, con el apoyo del municipio. Nos ofrecieron maquinaria, $2 mil de subsidio de luz, una mesa de pin pon y una sede nueva”. Quien habla es Silverio Loncopan, 68 años, presidente de la comunidad Coñoequir Lloftunekul, un hombre moreno y delgado, cuyo rictus más bien serio se contradice con su trato amable. Sin embargo, el enojo lo embarga cuando se refiere al conflicto.
“Nosotros no queríamos que nos llenaran de cables y postes. Esto es sagrado”, cuenta. En palabras del dirigente, como buena parte de la comunidad se manifestó en contra del proyecto, tras las primeras regalías el paso siguiente de la empresa fue dividirlos. “Uno de los que estaban a favor del proyecto, Pablo Calfuman, pasó casa por casa, ofreciendo $500 mil ó 14 ovejas y un carnero, en vísperas de año nuevo. 26 socios de la comunidad se fueron a las coimas”, relata. La comunidad tiene 62 socios, en total. La tierra se les hace escasa. Como desde la dictadura existen títulos individuales, algunos sólo poseen cuatro hectáreas. Otros 15 ó 20. La familia de Silverio Loncopan tiene 26. Algunos de los que están del lado de la empresa son los que menos tienen, señala el dirigente.
Mientras platicamos en el frontis de su casa, por el camino transita la camioneta de uno de los comuneros favorables al proyecto. Silverio Loncopan cuenta que el vehículo se lo pasó la empresa a cambio de la permuta de su tierra para avanzar con el proyecto. Esta transferencia, efectuada en 2011, fue controversial porque le permitió a GTD Negocios S.A. instalarse en tierras mapuche. Curiosamente, la transferencia fue avalada por CONADI. De este modo, y gracias a la legislación eléctrica, en los hechos la empresa apartó el Pichitrankura de su territorio y de la vida de sus habitantes.
Le pregunto al kimche José Loncopan por el modo cómo nombra a su pueblo. Mapunche. La forma de pronunciación pewenche. “Inchin ngen mapugeyin, uelu mapugtuayin”, me responde en mapudungun. “Esto quiere decir: Somos dueños de la tierra, Dios nos dejó como dueños de la tierra, y regresaremos a la tierra”. Imposible resulta la separación.
Vulneraciones
Añihuarraqui es una central hidroeléctrica de pasada, sin interrupción de flujo, con una potencia estimada en 9 MW y generación anual de 50 GWh. La inversión asciende a 22 millones de dólares. Las fases de su construcción consideran la captación de agua del estero, su traslado y generación de energía eléctrica. Una línea de trasmisión de 744 metros de longitud llevará este flujo hasta el Sistema Interconectado Central (SIC). Ese es el plan.
Quienes se oponen al proyecto, como el lonko Coñoequir y Silverio Loncopan, lo aprecian de otra manera. No sólo es la penetración a tierras espiritualmente significativas como el nguillatuwe, un eltun (o cementerio antiguo) o los cerros Pünowemanke y Peñewe. Es también la intervención sobre la vegetación originaria que provee el lawen, la medicina tradicional. Por si fuera poco, la hidroeléctrica instala el peligro del desabastecimiento de agua para beber, así como para el trabajo agrario y los animales. “Quedan pocos glaciares aquí; nieva muy poco, los ríos se van secando… Antes acá nevaba como 30 cms. Ahora apenas blanquea”, cuenta el presidente de la comunidad. “Necesitamos el agua porque trabajamos en huertos, cultivamos praderas, tenemos animales; además, como seres humanos bebemos agua. El mapuche habla de la ñukemapu (madre tierra), sin esto, no viviríamos. Si nos quitan las aguas, van a generar pobreza”.
Desde 2012, para esta gente comenzaría un período de marchas, trawün (encuentros) y un renovado vínculo con la espiritualidad, a través de varios nguillatunes. Quienes se oponían al proyecto crearon el Consejo Ecológico y Medio Ambiental Lof Trankura. El lema “Ríos y Aguas Libres” comenzó a difundirse no sólo en Kurarrewe sino en toda la región. Por su lado, GTD Negocios S.A. ingresó su proyecto al Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA). En el marco de esta, en agosto de 2014, se llevó a cabo el Proceso de Consulta Indígena que culminaría en enero del año pasado con el rechazo al proyecto, por parte de las autoridades tradicionales, la CONADI y el municipio.
Sin embargo, en julio pasado, la Comisión de Evaluación Ambiental de la Araucanía, instancia donde concurren las Seremis pertinentes y el intendente, aprobó el proyecto por siete votos a favor y cuatro en contra. Un factor sospechable para este desenlace fue la posición a favor del proyecto que manifestaron un “comité de salud” y una agrupación “de pequeños agricultores”, que respaldaron las medidas de mitigación propuestas por la empresa, mismas que habían sido rechazadas en la Consulta Indígena.
Tampoco tuvo éxito la comunidad cuando, en noviembre pasado, presentó una acción constitucional de protección, ante la Corte de Apelaciones de Temuco. Esta se declaró incompetente.
En dicho sentido, son lapidarias para la empresa GTD Negocios S.A. y el estado chileno las conclusiones del informe “Los impactos en Derechos Humanos de los proyectos de inversión hidroeléctrica en el territorio mapuche de la región de la Araucanía”, realizado por el Observatorio de Derechos de los Pueblos Indígenas y el Grupo de Trabajo por los Derechos Colectivos, publicado hace pocos días en Temuco. “Se constata tanto a nivel teórico como empírico que la instalación de centrales hidroeléctricas en territorios indígenas amenazaría el patrimonio cultural inmaterial del pueblo Mapuche, ello tanto a su nivel simbólico-espiritual como material, afectando además la reproducción de prácticas con significación cultural, el espacio y los(as) agentes que las ejecutan. Es decir, afectando los fundamentos organizacionales y estructurales de aquel grupo humano”, indica el documento.
Pero hay más. La presencia de la central Añihuerraqui vulnera “las economías domésticas y las relaciones de género respecto a la cultura Mapuche” e interviene negativamente “en el derecho a la salud y reconocimiento de la co-existencia de sistemas médicos”, esto por el impacto en el agua y vegetación originaria, fuente de lawen. Paradójicamente, el estado chileno acepta, a través del reconocimiento a diversos tratados internacionales, la existencia de estos modos diversos de salud pero, en los hechos, avala el atropello de este derecho de las comunidades mapuche.
Plantar para fortalecer
Hace ya 14 años, un grupo de productoras agrícolas, recolectoras y artesanas creó la Feria Walüng, tomando el nombre de la temporada que nos alberga. Hoy posee 21 socios y convoca también a hombres, algunos de ellos no mapuche. En total, su influjo llega a más de cien personas en todo Kurarrewe. Si bien la actividad más visible es la Feria, durante todo el año sus integrantes realizan diversas faenas, combinando la labor agrícola con las cocinerías, el turismo con identidad y la acción política. Hay tiempo para trafkintu (jornadas de intercambio; de semillas, por ejemplo) y trawün (encuentros).
“A través de la Feria Walüng hemos ido rescatando las formas ancestrales de cómo se trabajaba en comunidad. Si por ejemplo, alguno estaba necesitado los otros iban a ayudarle”, cuenta Raquel Marillanca, presidenta de la organización. Estamos sentados en un galpón, a un costado del huerto que pertenece a la organización, en la comunidad Manuel Marillanca. A la charla también asisten Anita Epulef y Daniela Garín, la secretaria. De fondo, sobre la tierra oscura se alinean los cultivos. Es tiempo de cerezas y frutillas. Tras días de intenso calor, hoy el cielo luce encapotado y algunos presagian lluvia.
{destacado-1}“Como Feria Walüng pareciera que es bueno lo que hacemos porque, de a poco, la gente aquí se va reencantando con estos cultivos. Eso me parece maravilloso y fundamental. Mientras más cosas hagamos, como que a la gente le dan más ganas de seguir trabajando en sus chacras. De copiar lo bueno que hace el vecino”, subraya.
“Uno de los principios de la organización es fortalecer nuestro küme mongen. Haga lo que haga, uno no debe perder sus orígenes. Uno es mapuche. Traer esa esencia mapuche al día de hoy, eso es lo que hacemos”, acota Anita Epulef. Clave es la presencia de lonkos en la inauguración de la Feria, así como para las actividades anuales. “Han sido desvalorizados porque el estado no se ha querido entender con ellos. Con la organización que el estado trajo o porque no hablaban el mismo idioma. Mientras no se reconozca que somos una cultura distinta no nos vamos a poner de acuerdo”.
Con las mujeres caminamos por la huerta comunitaria, que debe tener unas dos hectáreas. Hay plantíos de arveja nativa, llamada simila, cuyo estuche es casi transparente en esta época; también hay arvejón y habas; varios tipos de poroto y papas, incluso algunas chilotas que han conseguido en los trafkintu. Un poco más allá, al igual que en los huertos del lonko Coñoequir, Silverio y José Loncopan, un área luce abundante avena para forraje. Por acá, nos topamos con quinoa y linaza. “Lo cultivamos para que haya un equilibrio”, comenta Anita Epulef. “Además, porque es un alimento muy propio de nosotros. Requerimos alimentarnos de manera saludable. Nos preguntamos por qué la gente sufre de diabetes, depresión, hipertensión y colesterol alto. Eso es de un tiempo a esta parte y si miramos cómo se alimenta la gente… Por eso estamos en la recuperación de cultivos, y la revalorización de semillas”.
Tal como en otras huertas en Kurarrewe, acá no hay abonos artificiales ni pesticidas. Las semillas son originarias. No es casual encontrar apicultura. Hay atención por las formas tradicionales de cultivo; por la rotación de siembras. Días atrás, el lonko Coñoequir exhibía un bosquete de hualles donde antes había tenido huerta. Daniela Garín, de la Feria Walüng, cuenta su experiencia con el bokashi, un tipo de abono orgánico de origen japonés, para recuperar los suelos degradados. “Nos capacitamos y autocapacitamos”, dice y sonríe cuando recuerda que algunas la llaman Garinao, mapuchizando su apellido chileno. Oriunda de Santiago, hoy vive en la zona de Panqui, en Kurarrewe, donde se ha instalado otro emprendimiento hidroeléctrico.
La llamada pobreza
Un rasgo de la Feria Walüng es su autonomía. Si bien entablan relaciones con el estado y el municipio, su acción no está supeditada a estos. “Las políticas públicas, desde el INDAP por ejemplo, van completamente en dirección contraria de lo que estamos haciendo”, señala Daniela Garín. Desde este quehacer miran críticamente al asistencialismo: “Cuando empezaron las elecciones tras la dictadura, llegaban candidatos con la solución a la pobreza y traían productos que, supuestamente, la gente necesitaba. Todo venía de afuera y la gente se fue adormeciendo. Ahí partió el asistencialismo… Pero hay esperanza, en gente muy joven o muy vieja. La solución, ese conocimiento, está en nosotros”, señala Anita Epulef.
Una idea que se les ocurrió fue la de los “1001 Huertos”, que surgió durante el Día de la Mujer Indígena, a inicios de septiembre pasado. “Propusimos que el (huerto número) 1 debía ser en la plaza de Kurarrewe, ahora que la están remodelando. Un huerto público o urbano sería interesante. Bueno, nos dijeron que ahí no, que ya estaba todo planificado, que quizás para la próxima…”, recuerda Anita Epulef. “Dicen que somos siete mil habitantes; debe haber más de 1001 huertos pero están invisibilizados y cuando las cosas no se ven no se valoran. Cuando viene la economía global o la del gobierno no ven nuestras formas de vida. Entonces, no queremos que eso ocurra con nuestra propia gente. Aunque la gente cultive puras papas, ellos tienen su saber”.
Esa invisibilización es útil a la noción de pobreza, que es tierra fértil para las promesas de progreso de las empresas forasteras. “La gente que cae (en ese juego) es porque no está consciente del lugar en que vive”, enjuicia Raquel Marillanca. “Para mí, el mapuche no es pobre. Pobre es aquel que no tiene dónde vivir. Nosotros estamos llenos de riqueza”. La dirigenta lleva el diálogo a un plano donde lo mapuche vuelve a interrogar lo chileno: “A mí me da bronca cuando dicen que los mapuche son o eran pobres porque no tenían zapatos… ¡Era nuestra forma de vida! Además, era más saludable porque en la mañana, a nuestros abuelos el rocío de la mañana les hacía bien”.
“Hay un límite de la necesidad también”, acota Anita Epulef. “¿Para qué necesitamos más electricidad? En Kurarrehue, no tenemos problemas con eso. Necesitamos solucionar lo del agua. Hay seis meses de problemas de agua para nuestra gente. Hay personas que le tienen que llevar el agua en camiones. Entonces ¿cuál es la pobreza, cuál es la necesidad? El bombardeo de la televisión… Hay antenas de Sky donde no te imaginas. A nuestra gente le llega lo del celular, la zapatilla, la cámara y nos olvidamos del bienestar que había antes, donde no había esta ambición por tener. Si te sembraron eso, tienes que cosecharlo. Así la gente se siente pobre”.
Para conocerles y aprender, la Feria Walüng ha abierto sus puertas, por un mes, desde fines de enero en la zona de Pichikurarrewe.
*Nota al pie: Agradezco la asesoría sobre conocimiento mapuche de Pedro Ñanco, para la elaboración de este reportaje.
Texto y fotos: Felipe Montalva