Agosto de 2014. El sonido del viento entre coigües y boldos y el canto de las chukaos y wíos en Villa Nahuel, fue quedando detrás de una serie de zumbidos que provenían de la parte alta de los colinas. Pero no se trataba de abejorros ni avispas los que quebraban la cotidianidad rural de esta comunidad mapuche-lafkenche. No. Eran las decenas de motos tipo enduro que habían escogido aquellos parajes, el winkul, los cerros, para una competencia.
“Fueron como 50 motos. Ellos pensaban que el camino era libre y que podían pasar sin consultarle a nadie”, recuerda Teresa Nahuelpan, una de las comuneras.
El itinerario fue por un camino que las familias de Villa Nahuel usaban, desde décadas, para trasladarse en pos de leña, frutos silvestres y engordar su ganado. Un sendero destinado, hasta ese momento, para personas y carretas tiradas por bueyes.
Tras la jornada, la rabia y la impotencia se agudizaron ante los vestigios: Cercos rotos, restos de combustible, basura, un barrial de antología y el sendero mismo hundido por las llantas de las motos. Pero había algo más. Algo que podían percibir solamente los miembros de esta comunidad:
“Vimos la desesperación de los animales, de los pajaritos; de los vacunos, las ovejas. Era el tiempo en que estaban preñados los bichos; o estaban por parir. Entonces es súper grave para la gente de campo cuando pierde sus animales o sus crías porque son parte importante de la economía de su familia”, añade Teresa.
Grandes y pequeñas resistencias
Villa Nahuel se localiza a un costado de la carretera que une San José de la Mariquina y Mehuín; a un kilómetro de distancia, aproximadamente, de esta última localidad, uno de los principales balnearios de la región de los Ríos. La comunidad mapuche está rodeada por cerros que aún exhiben abundante vegetación nativa y un humedal que se vacía o llena, a diversas horas del día, conforme sube el nivel del cercano río Lingue. Es, además, un referente por la defensa de su territorio. Un hito fundacional fue, sin duda, la amenaza del ducto con residuos industriales líquidos, que a mediados de la década pasada, la empresa CELCO (Celulosa Arauco y Constitución), perteneciente al grupo Angelini, pretendió instalar en la zona y que desaguaría en la bahía de Maiquillahue.
Habitantes de Villa Nahuel, así como de lugares cercanos, formaron el Comité de Defensa del Mar. A casi 10 años del conflicto -que aún no exhibe conclusión- se advierte que una de sus secuelas es la profunda división en Mehuín, contrariando el discurso de la empresa. Tras un primer momento, donde hicieron causa común con las comunidades mapuche-lafkenche, los pescadores artesanales de la caleta, agrupados en la FEPACOM (Federación de Pescadores Artesanales de Mehuín) apoyaron el ducto. Aún hoy su sitio web presenta el logo de Arauco, entre sus sostenedores.
Como Villa Nahuel, en todo el Wallmapu, son innumerables las comunidades que ejercen resistencia contra emprendimientos industriales y/o extractivos que se dejan caer en sus tierras: Hidroeléctricas, mineras, forestales y salmoniculturas, principalmente. Junto con el libreto habitual de promesas de trabajo y progreso, las empresas intervienen los territorios, contaminan o consumen las aguas, tierras y aire, perjudicando a animales, vegetación y la salud de los habitantes ancestrales del sitio.
Aquellas son las resistencias grandes, podríamos titularlas. Pero hay otras, quizás más pequeñas y cotidianas. Al igual que contra un ducto o una hidroeléctrica, las comunidades cuestionan modelos de desarrollo y de convivencia. Interrogan lo vacacional, deportivo y/o recreacional de muchos chilenos y extranjeros que invaden, irresponsable e irrespetuosamente, sus territorios. “A nosotros nos queda el desastre”, sostienen los mapuche.
Rompiendo la barrera natural
Fue en 2011. Pedro Ñanco recuerda una tarde, en que junto a un sobrino y un amigo chileno, persiguieron a los motoqueros que estaban acostumbrados a surcar la extensa playa de Treke, ubicada al norte de Queule y al sur de Nigue, comuna de Toltén. Acosados por la sorpresiva respuesta, los motorizados huyeron.
Las llantas de jeeps, motos enduro y cuatrimotos no sólo atraviesan el arena. Su mayor daño es sobre las dunas que bordean estos 17 kilómetros de playa. Precisamente allí radica lo que los mapuche-lafkenche llaman el lafken kachü, traducible como “pasto de mar”. La vegetación que, entre sus cualidades, mantiene cohesionadas las dunas. Así, estas conforman una barrera natural contra un probable maremoto. Los kuifikeche, es decir, los mayores de la comunidad, recuerdan la devastación del terremoto de 1960, en la cercana caleta de Queule y en el mismo Treke (también llamado Los Pinos), cuando el oleaje ingresó por el río, sumergiendo en cada arremetida, todas las orillas conocidas. Al igual que en Villa Nahuel, con el río Lingue, con ese maremoto el paisaje mutó para siempre. Las vegas donde se cultivaban papas, habas y arvejas o cedieron terreno al río o se transformaron en humedales. En Treke, sin embargo, las casas de los campesinos mapuche de la comunidad Francisco Huaiquín se salvaron por la barrera dunar.
Eso lo recordaron en 2010. Y en cada alerta de tsunami reciente.
“No podemos permitir que otro akunche, es decir, una persona de fuera, venga acá a hacer destrozos; es como si viniera a la casa rompernos todos los vidrios. No tienen cultura ni formación sobre la protección”, se molesta Pedro Ñanco, educador intercultural en la cercana escuela Antu Lafquen y alguna vez, también, dirigente de su comunidad.
“La vegetación estabiliza y fortifica el muro de contención. Pero es necesario un proceso de tiempo, que no son 2 años, ni 3. Puede ser una década o 20 años. Ahí recién podemos estar hablando de una estabilidad”, cuenta el educador, conocedor profundo de su territorio. Su tío Tomás, con más de 100 años de edad, es uno de los kimche (sabios) de la comunidad.
Lamentablemente, los fines de semana, si no llueve, o en especial, a partir de primavera, es común divisar vehículos sobre la playa y las dunas. Llega gente desde Temuco, Valdivia, La Unión e incluso Santiago. Antonio Ñanco Ñancuan, presidente de la comunidad se muestra crítico:
“Para algunos de nosotros es un tema. El pueblo mapuche siempre se ha caracterizado por cuidar nuestra propia tierra. Es la gente de afuera la que viene a destruir. (Lamentablemente) hay otra gente que es más signo peso y si le ofrecen plata tuerce el poto pal lao”, señala.
Con posterioridad a la catástrofe de 1960, en Treke y Nigue, así como en otros puntos de la costa de la región de la Araucanía, CONAF plantó centenares de hectáreas de pino, una especie exótica y de efectos negativos, que sirvieran como estabilizador del terreno y contensión. Estas son apreciables hoy en toda su paradoja; así como las que han plantado los mismos comuneros para proveerse de leña y también para venderlas como metro ruma. “Lamentablemente, muchos mapuche también han sido invadidos mentalmente y esto los lleva a pensar con el signo peso y plantar pino y eucaliptus”, señala Pedro Ñanco.
Pueden ir a vender sus cositas
Villa Nahuel debe su nombre no sólo al felino nahuel, que añares atrás podía verse en las colinas. El apellido Nahuelpan campea en la comunidad. Un antepasado era llamado Nahuel, como era la costumbre mapuche de usar solamente un nombre. Según cuentan, los españoles lo habrían obligado a ponerse un nombre -Juan- y utilizar el propio como apellido.
Hoy por hoy, viven casi 40 familias en la villa. Al igual que en otras comunidades mapuche conviven una jerarquía tradicional y una organización chilena: Están organizados como junta de vecinos. Otro de sus rasgos es la realización de “muestras culturales”, con venta de productos agrícolas y derivados.
“Hay un modo de vida que es mapuche-lafkenche, que trabajamos tanto la tierra como el río y el mar. No somos asalariados, vivimos de esto. Hace un tiempo atrás, también comenzamos a trabajar con el turismo pero con la idea de proteger el entorno”, aclara Rosa Nahuelpan.
En abril de este año, junto a su hermana Teresa, se enteró por internet que se avecinaba una fecha del Campeonato Afon2 de Motocross Enduro, con probablemente más de 300 “riders”. El destino eran los cerros de Villa Nahuel.
“La municipalidad entró en esto porque lo pusieron como atractivo turístico, y se involucraron sin pensar que nosotros lo consideramos una invasión. Veían como que iba a venir gente por el fin de semana y ocuparían hoteles y residenciales (de Mehuin) y que venderían platos de comida”, cuenta Teresa Nahuelpan.
A los comuneros les pareció grave una práctica que ya es habitual. Le llaman lobby. El organizador del evento, al conocer la oposición de la dirigencia mapuche, acudió familia por familia, contándoles lo positivo que era el evento. Para convencerlos por separado. “Le dijo a la gente que podían ir a vender sus cositas”, señala Rosa Nahuelpan. Tras una asamblea en la sede, la comunidad decidió enviar una carta de queja a la municipalidad de San José de la Mariquina.
“Les mostramos todo el trabajo que hemos hecho y cómo podría ser destruido en un día, y que ni siquiera (los motociclistas) iban a apreciar nada de Villa Nahuel. A esa velocidad, qué van a apreciar”, dice con sorna, Rosa Nahuelpan.
La municipalidad echó pie atrás en su apoyo original a la actividad motociclista. La competencia tuvo que rediseñar su trazado para que pasara por fuera de las tierras mapuche.
Desde Mehuín, algunos vecinos se quejaron que los de Villa Nahuel estaban arruinando el negocio turístico. “Ellos se van a llenar de plata, sin importar un lugar que nosotros estamos protegiendo”, enjuicia hoy Rosa Nahuelpan.
Según la ley 20. 249, también conocida como Ley Lafkenche, promulgada en 2009, las comunidades costeras pueden acceder a Espacios Costeros Marinos para Pueblos Originarios (ECMPO). Es uno de los mecanismos que ha utilizado Villa Nahuel para proteger su territorio ante CELCO. Pero también para este tipo de invasiones recreacionales. “Estamos de acuerdo en que cualquier deporte motorizado es dañino, sea en los cerros, en la carretera o en el mar, por sus secuelas. Hemos tratado de ponerlo en nuestras reuniones con las autoridades, como una política regional. La zonificación consiste en los usos preferentes que se le dan a ciertos espacios. Para nosotros es una herramienta, y con las municipalidades había cierto acuerdo ya”, cuenta Javier Nahuelpan, presidente de la comunidad.
Lo invisible
Aquella imagen narrada por los Nahuelpan es potente. Cómo vas a apreciar algo de un lugar si vas a tanta velocidad. Cómo vas a entender o vislumbrar si consideras que lo natural es un obstáculo a vencer.
El concepto mapuche de itxo fill mongen significa “la totalidad sin exclusión, la integridad sin fragmentación de todo lo viviente, de la vida”, como lo enseña el poeta Elikura Chihuailaf, en su libro “Recado Confidencial a los chilenos” (Lom, 2009). En este sentido, el/la humano(a) forma parte de la naturaleza. Ni por fuera ni por encima. La relación básica es la reciprocidad.
El lafken kachü de Treke y Nigue es también hábitat y alimento de la fauna nativa. “Acá las motos matan a los chochos (un tipo de arbusto, de pequeña flor amarilla encendida, que contrasta con el verde oscuro del cuerpo, muy común en la zona). Eso acarrea que los ratones se acerquen a nuestras casas pues no tienen vegetación para subsistir”, cuenta Pedro Ñanco. “Si nos hacemos la pregunta, las personas también tienen que ver con la acción de los roedores porque si atropellan (la vegetación), cortan el sistema alimenticio de los animales”.
Hay muchísimo más. Es cosa de sentarse, observar y escuchar a quienes saben. Compartir un mate. Un kofke (pan) o sopaipillas. Hacer nütram (conversación). Así nos enteramos de las aves marinas que se posan en las arenas de Treke: El kau kau (gaviota blanca); el chille o kawil o gaviota de Franklin (la que parece lucir una máscara oscura en su carita); la gaviota garuma; el pilpilén o pollito de mar; o el que los lafkenche llaman pitroi-pitroi o pájaro ostrero. También de los mamíferos: La marra (liebre), el ñgürr (zorro), el chingue (zorrillo) y el ya mentado zewüg (ratón silvestre).
La flora es fundamental para el lawen, la medicina. En las dunas de Treke se encuentra el muellen o sanguinaria, para limpiar los riñones y la sangre de las personas. La muy abundante mofilä, cuya raíz machacada tiene propiedades curativas. El murrantu o zarzamora. El zanguekachü o pasto del chancho. El rapitowekachü, conocido también como pichoga, de uso laxante. El liftupañilwe o limpiaplata, adecuada para la inflamación de próstata. El llayllay para curar el empacho.
Antonio Ñanco, el dirigente, reconoce que al ser tierra fiscal resulta inadecuado que la comunidad impida el acceso de afuerinos a la playa. Algunos comuneros, sin embargo, han manifestado su intención de correr sus cercos para poner bajo protección las dunas, a lo menos. Un futuro trawun (encuentro) podría decidir la instalación de letreros que informen a los turistas respecto la diversidad natural del territorio y sus resguardos. Esto es importante pues, en 2016, debiera comenzar a pavimentarse el único camino que une Treke con la carretera que lleva a Toltén. Se habla, además, del fin de la balsa estatal que comunica la localidad con Queule y la construcción de un puente.
El turismo como un parche
Marta Nahuelpan es lawentuchefe de Villa Nahuel, es decir, la encargada de la medicina tradicional. Comenzó a recibir el conocimiento siendo aún una niña, desde su madre, fallecida hace algunos años, quien desempeñó ese rol por largo tiempo. Hoy considera que es vital para su labor un espacio natural ajeno a contaminantes como los que podrían traer no sólo los megaproyectos sino las motocicletas o el turismo desatado.
“Acá, en los cerros, encontramos de todo, vegetales y agua, desde siempre”, cuenta mientras prepara una friega para los dolores musculares con hojas de laurel, palqui, cudaco, canelo y trupa, recogidos en su sector.
Punto aparte es el agua, de esteros y vertientes que descienden de los cerros. “El agua que usted ve, acá en Villa Nahuel, está toda limpia. Claro, tendrá alguna basurita, alguna quilita (trocito de quila) pero se puede tomar… Si yo preparo un remedio con agua clorada no es lo mismo, ya que mata las propiedades de nuestra medicina”, cuenta la lawentuchefe.
Las frutas y verduras producidas por la comunidad son regadas por esta agua. Además de ser fertilizadas con abono natural, proveniente de ovejas, vacas, gallinas, además del luche y el huiro, que bota el mar. Claro, algunos les llamarán hortalizas orgánicas. Los Nahuelpan prefieren hablar de producidas al modo antiguo. “Acá la gente se morían de viejos pero lúcidos, caminando, encerrando ovejas y eso es por la alimentación que tuvieron”, dice Teresa.
Contratada hoy por el municipio, Marta Nahuelpan trabaja la salud intercultural en varios puntos de la comuna: Mississipi, Alepúe, Dollinco, Colonia Paillaco, Cuyinhue y en el consultorio mismo de San José de la Mariquina. Le pregunto por cuáles enfermedades o dolencias le toca ver en mayor cantidad:
“La depresión”, asegura, “más que nada por toda esta contaminación y estos conflictos. Ya sea Celulosa Arauco, sean las antenas (para celular) o las salmoneras en la bahía de Chan Chan. Hay mucha gente que tiene el corazón apretado, pensando qué va a pasar el día de mañana y no lo conversan, se lo guardan. Y si hacen eso, se enferman”.
Mientras avanza la tarde, cae la lluvia primaveral y el mate ya va en su enésima ronda, Teresa Nahuelpan reflexiona sobre el turismo y sus palabras transportan este tema a otros niveles: “Nosotros lo conversábamos la otra vez… El turismo es un parche que lo están usando en varios lados. Con los pescadores (artesanales)… Puede no haber pesca, por los industriales, pero ahora pueden pasear gente. Y capacitan para eso. En los campos, lo mismo. La gente que ha perdido su tierra con las forestales, les dicen, ‘hagan algo para atender a los turistas’… Pero yo encuentro que es un conformismo. Me pregunto hasta qué punto va a aguantar el turismo porque veo que todo lo están explotando”.
Es ahí, justo ahí, donde estas resistencias se anudan a cuestiones mayores. Por ejemplo, a los modos productivos y las autonomías. Es que como señala el kümen (conocimiento mapuche) todo está relacionado.
Texto y fotos: Felipe Montalva En Queule y Villa Nahuel.
Reportaje publicado en la edición n° 172 (diciembre de 2015) de El Ciudadano