Este Chile ya no da para más

Había guardado silencio, una especie de reclusión auto impuesta, pero con medidas cautelares para estar en la línea de la nueva forma de gobernar

Este Chile ya no da para más

Autor: Sebastian Saá

Había guardado silencio, una especie de reclusión auto impuesta, pero con medidas cautelares para estar en la línea de la nueva forma de gobernar.  Consideraba que mi pesimismo antropológico me estaba dominando por completo y que mi visión crítica de este país podría ser una exageración. Tenía algún grado de esperanza que la centro izquierda asumiría sus responsabilidades en gran parte de las problemáticas sociales que históricamente permanecen en Chile. Pero no, el afán de poder es mayor y lo peor de todo, es que el ser humano ha quedado definitivamente en el último lugar de las prioridades y que el lucro empresarial no tiene límites.

No es una discusión reciente, es algo que ya para la celebración del centenario chileno Enrique Mac-Iver dejó entrever, y cuyas reflexiones le permitieron dar cuenta de las diferencias sociales que peligrosamente se estaban produciendo. Además, se preguntó en un momento si lograríamos progresar ¿Qué ironía no? Han pasado más de cien años desde que muchos otros pensadores, políticos e intelectuales presentaron una cartografía del Chile de verdad, invisibilizado por muchos y que curiosamente no se ve o simplemente, no queremos ver. Un Chile marcado por las injusticias sociales, por la fácil palabrería política y por la utilización de la demagogia por parte de los distintos sectores políticos. Con una democracia digna de cuentos de fábulas, que no ha logrado curar heridas, menos reducir las diferencias sociales y que en el fondo ha sido debilitada por una dirigencia política pragmática, antidemocrática y traicionera.

El episodio de la mina San José en el norte chileno se suma a la larga lista de accidentes y atropellos laborales que marcan la historia de Chile, dominadas por la miseria, la carencia material y la necesidad del hombre de poder sobrevivir sacrificando su vida por un trozo de pan. Basta con dar una mirada al desarrollo historiográfico que abordan esos temas, encontrándose las protestas populares y la represión policial de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, por reivindicaciones sociales que aún permanecen ancladas en este Chile clasista. Por ejemplo, los lancheros de Iquique, cuyas prerrogativas eran lógicas y simples: pago mensual en dinero y no en fichas y beneficios sociales. De ahí en adelante los tranviarios en Santiago, los mineros de Lota, las mancomunales de Tocopilla, los obreros del carbón y los estibadores de Valparaíso (con varios muertos y heridos), la huelga de la carne y como no recordar, la masacre de Santa María de Iquique.

Lamentablemente este Chile post-dictadura ha olvidado lo que fuimos y lo que somos, pero lo más preocupante es que no le interesa lo que seremos. La Concertación y la Alianza le han borrado la memoria histórica a este pueblo sufrido y morocho, con una educación tercermundista, con bases valóricas inexistentes, con un profesorado esclavizado y sometido a la máxima perversión de sus directivos, aniquilando la más bella profesión de que se conozca: la de ser profesor. Se acumulan y se entregan falsas esperanzas por erradicar los males sociales que nos circundan, pero que en el fondo a muy pocos les interesa. Está llegando la hora por enmendar el rumbo, aunque los poderes fácticos se incomoden y se organicen, pero vale el esfuerzo; sobre todo cuando la cuestión social pierde sentido ante un sistema económico depredador e insustentable para nuestro Chile. No hay un modelo de desarrollo que se ajuste a nuestra idiosincrasia, por el contrario, lo que se percibe son experiencias foráneas que sólo han socavado profundamente el tejido social, como el nuevo sistema de justicia o la reforma educacional chilena. Esto es Chile, con una población esterilizada ante el dolor ajeno y adormecida por el consumo y el exceso de trabajo, que tolera lo intolerable y que pronto deberá despertar ante sus propios temores y placeres.

Por Máximo Quitral

Investigador Inte-Unap


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