Treinta y tres mineros y sus familias han sido víctimas de la codicia de sus empleadores y de la inepcia de un Estado impotente.
Treinta y un mapuches están en huelga de hambre para exigir un proceso justo y rechazar la aberrante aplicación de la Ley Antiterrorista, el doble procesamiento civil y militar, y los testigos sin rostro. La violación de sus derechos sirve a fuerzas depredadoras que quieren apropiarse de sus tierras para favorecer explotaciones mineras, energéticas o madereras.
El gobierno insistirá en un proyecto de royalty minero que había retirado. Las grandes compañías no están contentas con la apertura de un debate nacional sin la compensación que ansían: extender la garantía de invariabilidad tributaria. Quieren comprar barato la certeza de no pagar más impuestos en el futuro.
Un proyecto de ley gubernamental amplía las atribuciones del Sernac para fiscalizar las instituciones financieras que ordeñan a los chilenos que utilizan el dinero plástico y sus opciones de crédito, pero no arbitra medidas para rebajar la tasa de interés aplicable a sus deudas.
El acontecer nacional reafirma que el funcionamiento de la economía chilena se ha fundado en mecanismos indignos, como la desprotección de los trabajadores, la explotación del consumidor y el abuso sostenido de los recursos naturales. Hay que pensar otro Chile, distinto al de la derecha, sus economistas y políticos. Del actual gobierno es posible esperar nada más que propuestas que aceiten los engranajes del modelo o que lo profundicen. La Dirección del Trabajo, por ejemplo, ha suprimido el principal programa fiscalizador y su directora anuncia una fiscalización más pedagógica que punitiva.
Muchos socialistas, radicales, ppdes o socialcristianos pueden contribuir a la generación de una alternativa más humana, fundada en criterios de justicia social e igualdad. Sin embargo, la pertinaz negativa de la Concertación a examinar las causas de su propia erosión y su apego a una postura autoalabanciosa, limita su potencialidad crítica. Las trabas impuestas por el pinochetismo y la derecha económica a partir de 1990 no tuvieron una respuesta política poderosa y la Concertación terminó acomodándose a ellas y aceptando esos límites. No recurrió a la ciudadanía, no la movilizó y la autocomplacencia se impuso largamente a la autocrítica.
Por eso los fiscalizadores laborales son pocos, la Ley Antiterrorista se aplicó a dirigentes mapuches en gobiernos de la Concertación, las regulaciones ambientales fueron débiles y cómplices de los depredadores, y la invariabilidad tributaria para las grandes mineras se negoció, a cambio de un impuesto modesto, durante el período concertacionista. En ese mismo tiempo los bancos obtuvieron suculentas ganancias y nada se hizo para poner término a la fiesta usurera. En fin, hasta hoy, sólo balbuceos o disidencias surgen de una coalición que se piensa eterna, que perdió su espíritu inicial y que subsiste para asegurar alcaldes y parlamentarios binominales, y sostener su aspiración (legítima) a restablecerse en el gobierno que perdió recientemente.
La revancha frente a la derecha en 2014 es sentido común e instinto popular. Pero no hay que permitir que sirva de coartada a la Concertación para evitar un debate interno de fondo y seguir adelante como protagonista del juego de la “alternancia” en un Chile eternamente “binominalizado”.
La Izquierda, por su parte, no debe sacrificar su identidad y proyecto en aras del pragmatismo. Su tronco mayoritario elaboró un programa de largo aliento en la Asamblea Nacional de Izquierda de abril de 2009, que es una guía de acción que debe ser constantemente enriquecida. Sólo desde la Izquierda, aún con sus debilidades, se proyecta un país distinto. Por eso es preciso consolidar fuerzas y reafirmar identidad y proyecto, y desde el espacio propio demandar a otros actores de centroizquierda una revisión y redefinición de posiciones que permitan establecer lazos constructivos.
Se inicia un tiempo de debate. Los congresos del Partido Comunista y de la Izquierda Cristiana, recién convocados, y las definiciones que comienzan a adoptar otros grupos en vías de asociación, pueden dar un nuevo impulso para construir sociedad movilizada y, como lo anunciamos repetidamente durante la campaña de 2009, configurar una Izquierda amplia, diversa, innovadora, orgullosa de su historia y con mirada al futuro.
Seguiré fiel a ese compromiso
Por Jorge Arrate
Artículo aparecido en Revista “Punto Final”