Ayer, por octavo año consecutivo, la candidata de Canal 13 se llevó el cetro de Reina del Festival de Viña. Esta vez la elegida por la prensa acreditada fue la modelo Nicole Moreno, conocida como Luli.
¿Cuál es el secreto del éxito electoral del canal de Luksic? es la pregunta que muchos políticos, o aspirantes a serlo, quisieran responderse. La receta es simple: una buena candidata y una buena campaña. En este sentido la señal privada ha tenido la habilidad de saber leer la realidad a partir del sólido conocimiento de su electorado, a lo que suma una candidata meritoria respecto a los fines perseguidos, y sobre todo, inmaculada en términos de probidad.
Conocer a sus electores –en este caso un grupo de menos de 500 personas pertenecientes a los medios de comunicación que se acreditan para cubrir el evento viñamarino–, resulta clave para cautivarlos. Se sabe, por ejemplo, que son personas bien informadas y juguetonas, cuya intención de voto depende en gran medida del gusto personal, y por tanto, de la afinidad con la elegible; también que son fáciles de conquistar por el estómago y que con un buen almuerzo se rinden en la urna. Pero también están las presiones de los respectivos medios que postulan a sus bellezas, tras las cuales subyace el no siempre bien ponderado interés por la sintonía de febrero.
Al cabo, la elección de la soberana del certamen –que por lo general no forma parte éste– es lo que supone una fiesta del verano: una actividad entretenida e inofensiva que agrada a las audiencias festivaleras. Eso en una primera y tal vez única lectura.
Sin embargo, tal como los humoristas que este año han subido al escenario de la Quinta Vergara no han podido prescindir de la contingencia política en sus rutinas, los interesados en competir en las próximas elecciones municipales debiesen tomar nota de cómo lo ha hecho Canal 13 como medio no oficial, para llevarse una tajada de la torta en materia de audiencia, con todo lo que ello implica: mayores ingresos publicitarios, mayor cercanía con su público, consolidación de sus rostros matinales, etc.
En rigor, ya hay un partido político de la Nueva Mayoría que ha puesto en marcha la receta del 13 para asegurar la alcaldía de Valparaíso (un candidato del gusto del público y una campaña atractiva), promoviendo a una figura de la música popular para el cargo. En efecto, el PPD está poniendo todas sus fichas en el conocido cantante DJ Méndez, a quien en noviembre pasado ya inscribió para participar en las primarias internas de la coalición oficialista que definirá al candidato que compita por el sillón municipal porteño.
¿Por qué el PPD promueve a una persona ajena al mundo político para un puesto político? La respuesta es obvia: tras buscar hasta en el closet, la colectividad concluyó que ningún miembro de sus filas sería capaz de alzarse con la victoria en la ciudad patrimonial. Buena o mala noticia, el hecho debe ser asumido como realidad disponible. Es lo que hay.
Habida cuenta que la elección de autoridades municipales debiese ser muy diferente a la de una reina festivalera, cabe tener presente las enormes similitudes de ambos procesos. En primer término, tanto el objetivo como los medios para lograrlo, son idénticos: poner al frente a una persona cuya capacidad intelectual no sea requisito, y que su discurso sea lo más light y cosista posible, una mezcla entre demagogia e ignorancia de la ley; y por cierto, una campaña que disponga de una suculenta caja para conquistar al electorado.
Otra coincidencia es el reino donde se ejerce el poder conseguido. En el caso de la soberana viñamarina, éste es una entelequia, un abstracto que se esfuma tras el piscinazo que la prensa exige como parte del show a la triunfadora. Al día siguiente nadie más vuelve a hablar del asunto y todo se extingue cuando se apaga el último foco hasta el verano siguiente. En la elección municipal de Valparaíso pasa lo mismo: una vez conocido el nombre del alcalde elegido, todo termina y el reino vuelve a su dramático abandono, miseria, hedor vial, corrupción, etc., así hasta cuatro años más.
¿Por qué Dj Méndez?
Dj Méndez es una persona valiosa, un gran padre y buen amigo, que le ha ganado a la vida y que supo triunfar en Suecia, un país no apto para ‘sudacas’ ni ‘cabezas negras’; un porteño de tomo y lomo, cuya historia familiar y personal se encuentra vinculada a uno de los lugares más emblemáticos y entrañables de Valparaíso, el cerro Barón.
Ser del Barón es como ser de Playa Ancha, dos sitios más que representativos del alma social y la geografía artística del Puerto, y sobre todo, representativos de la clase media. Valparaíso no es una comuna rica como Las Condes o Vitacura. Es una ciudad histórica, pujante y trabajadora; colmada de necesidades y marcada por el abandono endémico de diversos gobiernos y autoridades ineficientes y corruptas, que no obstante, mira al futuro desde las aulas de sus cuatro universidades públicas y algunas privadas; desde sus balcones y su nostalgia; desde sus noches estrelladas y su extinta bohemia, confiada en que alguna vez el Parlamento la mire y haga algo por ella.
¿Por qué entonces no subir el nivel de exigencia para dirigirla, y en cambio promover para ese objetivo a una persona que sólo tiene el mérito de ser de la casa? Tal vez porque el mundo político ya no es capaz de proveer un nombre de peso específico que cumpla la compleja tarea de ocuparse de algo más que los Carnavales del Puerto; alguien que entienda que Valparaíso no es sólo una comuna que se puede administrar desde la alcaldía, sino una ciudad patrimonial que requiere un proceso de gobernanza integral, cuyo liderazgo no puede ser entregado a una figura de la farándula por el solo hecho de garantizar el acceso al sillón municipal.
Esta consideración no fue tomada en cuenta por la Concertación en 2012, cuando en la primaria celebrada en Valparaíso se optó por el exalcalde DC Hernán Pinto, en desmedro de la exministra socialista de Planificación, Paula Quintana, quien acabó siendo elegida concejala, mientras que la UDI retuvo el municipio.
Instalar a una persona en la alcaldía de Valparaíso, considerando que tal vez su único mérito sea ganar la elección, puede representar un riesgo, tanto para ella como para la ciudad. Ya lo vivió la modelo Carla Ochoa cuando a la segunda sesión como concejala de Peñalolén en 2012, decidió renunciar al cargo, agobiada por su incapacidad para ejercer una responsabilidad a la que fue impulsada por la senadora UDI Ena von Baer, sólo para mantener el cupo del partido, sin mirar el interés comunal. La popularidad no implica hacerse por acto de magia de ciertas habilidades para asumir funciones que requieren de la mayor seriedad y preparación.
Valparaíso no es una jarana de una semana de duración que requiera de una figura de la farándula para engalanar su sintonía, es mucho más que eso: es una ciudad de 482 años de historia que necesita una persona calificada para que la gobierne, tan calificada, que sea capaz de sentir el hedor de sus calles e incomodarse por él, y que sea capaz de consolidarla a partir de su riqueza patrimonial.
¿Por qué exponer a Dj Méndez a un papelón como el de Carla Ochoa, por qué menospreciar a Valparaíso poniéndolo a la altura de un reinado de unos días estivales, omitiendo casi cinco siglos de historia? La respuesta está en manos de quienes a través de su mirada obtusa sólo pueden ver el sillón alcaldicio al frente, y no el lugar donde está instalado.