Sigmund Freud (1856-1939) fue un médico neurólogo austriaco de origen judío, padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX.
De acuerdo a su libro de Tres ensayos de teoría sexual, publicado en 1905, Freud en la parte de las “Aberraciones sexuales” dedicó un espacio para referirse al “Uso sexual de la mucosa de los labios y de la boca”, manifestando:
El uso de la boca como órgano sexual es considerado perversión cuando los labios (lengua) de una persona entran en contacto con los genitales de la otra, pero no cuando ambas ponen en contacto sus mucosas labiales. En esta última excepción reside el anudamiento con lo normal.
Quien, considerándolas perversiones, abomina de las otras prácticas, usuales sin duda desde los tiempos originarios de la humanidad, a causa de un claro “sentimiento de asco” que le preserva de aceptar un objetivo sexual de esa clase.
Pero, los límites de ese asco son frecuentemente puramente convencionales. El que besa son frenesí los labios de una bella muchacha quizás utilizaría con asco su cepillito de dientes, aunque no posea fundamento alguno para suponer que su propia cavidad bucal, que no le provoca asco, se encuentre más limpia que la de la muchacha.
Este factor del asco frena el camino a la sobrestimación libidinosa del objeto sexual, pero a su vez puede ser vencido por la libido. En el asco se querría discernir uno de los poderes que han producido la restricción de la meta sexual.
Ellos se detienen, por regla general, ante los genitales; pero no cabe duda que también los genitales del otro sexo, en sí y por sí, pueden constituir objeto de asco, y este comportamiento es una de las características de los histéricos (sobre todo las mujeres). La fuerza de la pulsión sexual gusta de afirmarse venciendo este asco.
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