La cuesta es empinada, el motor se esfuerza pero a medida que llegamos a la cumbre, la neblina comienza a disipar. Por fin podemos ver a lo lejos a Cochoapa el Grande, junto a él otros pequeños poblados cuelgan de la sierra y parecieran saludarse entre ellos. A pesar de la escarpada geografía de la Sierra Madre Occidental del estado de Guerrero, las villas, poblados y asentamientos cuelgan con soltura entre valles, quebradas, cañadas y ríos.
En 2006 un informe de la ONU consideró a Cochoapa el Grande como el municipio más marginado de México y estimo sus niveles de desarrollo inferiores a algunos países como Zambia en la África Subsahariana. Por suerte aquí el agua no escasea, nace literalmente de las entrañas de la montaña. Subterráneamente cientos de ríos recorren la sierra entregándole vida lo que permitió que las culturas originarias echaran raíces en esta zona.
Seguimos camino hasta la cabecera municipal, ahí nos espera “Nasi Ita Kachi”, vocablo Na savi que en español se traduce como mujeres flor de algodón, una organización de mujeres indígenas que confeccionan huipiles. El huipil es una prenda de vestir que sintetiza muchas cosas de la identidad profunda mexicana. Elaborada con la ancestral técnica del telar de cintura, las mujeres pueden pasar meses entrelazando hilos de algodón a la sombra de un árbol, ese es el tiempo que les toma finalizar una de estas blusas. La técnica demora no solo porque confeccionan a mano cada uno de los hilos, si no que además todos los huipiles son adornados con llamativos y entrincados bordados geométricos que representan animales, flores u otros aspectos de la naturaleza. “Las figuras son muchas y cada una tiene su significado como letras que se aprenden en la escuela, pero son distintas porque vienen de la imaginación de las antiguas” nos explica Isabel, integrante del colectivo.
Tras cruzar por una modesta casa nos reciben en el patio el resto de las mujeres. Nosotros no hablamos su lengua, pero sus sonrisas y trato alegre nos hace sentir como en casa. Son este tipo de comunidades indígenas, alejadas del centro y de difícil acceso, las que engordan las cifras de pobreza.
La desigualdad en México, aunque ha mostrado un decrecimiento en las últimas dos décadas, sigue teniendo como principales víctimas a las mujeres y a las comunidades indígenas, de acuerdo con el estudio Desigualdad extrema en México, presentado por la organización internacional OXFAM, el 38% de la población hablante indígena vive en pobreza extrema.
“Nasi Ita Kachi” existe hace poco más de dos años y surge justamente como una manera de combatir la carencia económica. Si bien no pasan hambre ni desnutrición como el África Subsahariana, el acceso a la salud, educación, transporte y comunicaciones es prácticamente nulo. En la montaña el 67% de la población mayor de 15 años es analfabeta. Respecto a los hogares: el 93,72% no tiene baño ni drenaje; el 60,78% no tiene electricidad; el 57,67% carece de agua corriente, y en el 95,46% de las casas el piso es de tierra.
Para ellas la apuesta es vender los huipiles. “Nosotras apuntamos a la gente de afuera, al extranjero, a la gente que aprecie nuestro arte” – sentencia Eulogia, una de las integrantes. “Día con día nosotras no solo rescatamos y protegemos nuestro patrimonio como cultura Na Savi, también nos rescatamos nosotras mismas, porque esta es una manera de solventar económicamente nuestra independencia”.
En México el machismo no es un tema menor. El Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio ha podido recolectar información para el período para 2012 y 2013, revelando que al menos se producen 3 feminicidios diarios en el país. El estado de Guerrero encabeza la lista de la violencia contra las mujeres, con 297 mujeres asesinadas entre 2012 y 2013.
“Cuando el marido de una de ellas se enteró que vendíamos los huipiles, le exigía a la fuerza que le entregara el dinero” – Eulogia trata de ponerme en contexto de la gravedad de la situación. “Ahora ella ya no viene más”. Al machismo y a la violencia de género pareciera no importarle lo lejano o remoto de sus víctimas, o incluso que creamos que estamos más que nunca cercanos a lo originario, seguimos encontrándonos con ella.
En Cochoapa el Grande la gente vive principalmente del agro. El hombre es el encargado de llevar a la familia al monte para sembrar, cuidar y luego cosechar los diferentes productos que posteriormente serán vendidos. Los roles de género están muy marcados y se espera siempre una actitud sumisa y complaciente de la mujer. Cualquier actitud que salga de este esquema es inmediatamente sancionada.
“Por eso es tan importante el huipil para nosotras”- continúa. “Aquí compartimos, hablamos de nuestros problemas, nos reímos y sanamos, pero al mismo tiempo este es nuestro trabajo, lo que nos da de comer”. Es en ese momento cuando caigo en cuenta que todas ellas, cobijadas bajo la sombra de los árboles cometen un acto de rebeldía.
“Al principio no éramos muchas, poco a poco hemos ido ganando confianza” agrega Eulo. A pesar de que ninguno de sus maridos aprueban la actividad que realizan, ellas se mantienen firmes, porque creen que esta es la manera de salir de la violencia que las rodea, no solo económica y cultural, sino que también de género.
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