Pier Paolo Pasolini determinó que la lengua nacional italiana nació en el momento en el que él se encontraba escribiendo precisamente esta sentencia: «ha nacido el italiano como lengua nacional». Era 26 de diciembre de 1964 (2016 [1967], s/n).
¿Pero no fue Dante quien fijó (¿creó?) la lengua italiana? Como señaló Pasolini, Alighieri se retorcería en su tumba si escuchara hablar «su» lengua a, por ejemplo, un calabrés del siglo xx, en alguno de los diversos dialectos calabreses o «koiné». En realidad, lo que plantea el intelectual marxista es que, en Italia, siempre hubo dos registros verbales divergentes: uno literario, que es el escrito, inaugurado efectivamente por Dante, y otro oral, que cambia según las particularidades socioculturales de cada región.
Tras la muerte de Mussolini y el consiguiente afianzamiento del capitalismo (y la globalización intrínseca), se eliminaron las diferencias lingüísticas regionales y, por primera vez, surgió un italiano homogéneo, comunicativo y eficiente, pero inexpresivo, alejado de las sinuosidades del registro literario de antaño, como así también indiferente a las singularidades locales. La homogeneización, entendió Pasolini (2016 [1967]), se debió al poder uniformante que entró al país por las puertas del eje industrial, tecnológico, comercial y burocrático Turín-Milán. Los nuevos parámetros de producción afectaron el comportamiento social del individuo y, a través de la sociedad, ingresaron al terreno del arte. Las superproducciones de Hollywood se impusieron por sobre el Neorrealismo italiano. La poética singular de cada escritor, con sus transgresiones a la norma, debió ceder ante la búsqueda de eficacia comunicativa, o sea, ante un italiano virtualmente estándar.
En esta orientación, son significativos los estudios de Bajtín en torno a la polifonía, que Pasolini conocía y tuvo presentes cuando señaló el uso del discurso indirecto libre que muchos escritores adoptaron como una forma de resistencia cultural contra la homogeneidad lingüística causada por el capitalismo.
De hecho, según el cineasta y pensador, se podría concebir la literatura nacional del siglo xx como la historia de las relaciones de los escritores con la «koiné», geográficamente compuesta por tres líneas: la línea media, sobre la cual solo tiene curso la literatura puramente escolar-académica, comercial, propagandística (es decir, la que conserva la irrealidad fundamental del italiano como lengua media burguesa); la alta, que produce una literatura sublime; y la baja, que genera literaturas naturalistas-veristas-dialectales.
Bassani —que es el escritor que me interesa aquí— se hallaría sobre la línea media, pero próximo a esta. Pasolini lo llamó «escritor de la nostalgia lingüística», o sea, comprendió que fusionaba el estilo sublimis —indispensable para su inspiración elegíaca y civil— con una lengua hablada, asociada a la de los padres del ferrarense (burgueses), quienes, vistos a la luz de la memoria, se ennoblecen, se convierten en objeto de recherche; y con ellos, también se ennoblece la lengua hablada, aquel italiano medio, una normalidad poética sobrecogedoramente antológica (2016 [1967]).
Bassani y otros escritores que enumera Pasolini, que se colocan sobre la línea del «italiano medio»…
[t]ienen con sus personajes y con su ambiente una relación natural de paridad: cultural, sentimental y lingüística. En suma, sus personajes son burgueses, como ellos, y sus ambientes son burgueses, como ellos. De modo que pueden penentrar, casi insensiblemente, en el ánimo de sus personajes y «viven» sus pensamientos: es decir, crean la condición estilística de un discurso indirecto libre (2016 [1967], s/n).
Incluso Pasolini dijo que el estilo de Bassani «[n]o es más que una serie continua y cubierta de “citas” del lenguaje burgués y pequeño burgués, usado por padres y abuelos profesionales y por sus círculos provincianos» (2016 [1967], s/n).
Este es el tema de mi texto: el discurso indirecto libre. Yo sostengo que Bassani recurre a él como recurso literario para representar las vicisitudes de un pasado colectivo demasiado horrendo para ser representado de forma directa, y no obstante, demasiado horrendo como para no ser representado.
Las Cinco historias ferrarenses se imprimieron en 1956. A «Una lápida en la calle Mazzini», la cuarta de estas historias, la escribió Bassani algunos años antes. La corrigió y la volvió a corregir, la escribió y la reescribió, muchas veces, hasta la versión publicada en 1980, dentro de La novela de Ferrara.
Este hecho, en sí, no agrega nada; pero, siendo suspicaces, podemos verlo como un índice de la dificultad que el escritor tuvo para dar una imagen elocuente del pasado, que, sin dudas, se puede reconocer como una temática de su texto. ¿Es demasiado temerario pensar que Bassani era conciente de la imposibilidad de lograr una representación final, acabada y, al mismo tiempo, tolerable del pasado? Sea como fuera, de lo que tenemos pruebas es de que él, amigo de Pasolini, estuvo al tanto de lo que este dijo sobre su obra y nunca lo refutó; con lo cual, concluimos que, por lo menos, conocía a Bajtín, el discurso indirecto libre y su funcionamiento, desde un punto de vista teórico.
Ese tipo de discurso es una de las tres maneras de referir la palabra ajena (las otras dos son el discurso directo —con rayas de diálogo— y el discurso indirecto —con comillas—). Lo singular de este procedimiento es la posibilidad de que la voz del personaje emerja detrás de la voz del narrador, sin que este pierda el dominio de la palabra (Tacca, 1986). Otras dos características son la proximidad del narrador al personaje de quien refiere la voz y cierta ambigüedad (Tacca, 1986). A su vez, esta manera de narrar implica un posicionamiento político:
[e]l mundo no es lo que es, sino lo que el personaje cree que es. [La visión abstracta y cuasi divina del narrador omnisciente] es reemplazada por otra más acorde con la visión y la experiencia humanas. Se da lugar al error, a la deformación y a la falibilidad del hombre (Tacca, 1986, p. 55).
Una de las principales estrategias narrativas de «Una lápida en la calle Mazzini» es el empleo de preguntas retóricas. Por lo general, al hacer una pregunta de esta clase, el narrador sugiere tres voces: la suya, la de Geo Josz (el protagonista de esta historia) y la del resto de los habitantes de Ferrara. Cuando pesa más la voz propia, prima la reflexión; cuando pesa más la voz del Geo Josz, prima la impresión; cuando pesa más la voz ferrarense, prima la crítica irónica.
Asimismo, la focalización es múltiple, puesto que el lector no se halla ante un ventrílocuo. Por el contrario, cada personaje o grupo social tiene su focalización interna particular. Cada voz es una manera singular de ver el mundo. Esto se nota especialmente en las distintas versiones que el narrador da de un hecho (Geo Josz golpea a un hombre): tres versiones distintas y divergentes. Es decir, estamos frente a lo que se conoce como multiperspectivismo.
Ya mencioné tres recursos o características del estilo bassaniano: polifonía, preguntas retóricas y multiperspectivismo. A pesar de ellos, la experiencia de Geo Josz en Buchenwald, adonde fue deportado, en 1943, junto con otros 182 miembros de la comunidad israelita de Ferrara, no se refiere directamente en ningún momento. La sombra de la catástrofe está latente en todas las páginas de «Una lápida en la calle Mazzini», pero el escritor no la sitúa nunca en el primer plano de la narración.
Aquí hay un reconocimiento de las limitaciones de la representación lingüística y moral de este fenómeno. «[E]n todo aquello había algo de excesivo» (s. r., p. 118), declaraban los ferrarenses, cuando escuchaban a Geo Josz referir algo de su experiencia. No lo soportaban, porque él rompía el pacto tácito de silencio. «Nadie comprendía. Nadie quería comprender» (s. r., p. 118)
No obstante, a pesar de las resistencias, el narrador cuenta la historia de Geo Josz, un muerto vivo, y la historia de los otros muertos, los insepultos. Y como sabe que el pasado es una construcción colectiva, recurre al discurso indirecto libre para escenificar la memoria.
¿Pero la memoria de qué? Entre el pasado y el momento desde el que el narrador mira hacia atrás hay un hueco. Ese es el vacío que se debe llenar o, por lo menos, recordar. Así, el discurso indirecto libre es, entre otras cosas, una estrategia para acortar la distancia entre lo recordado y el presente actual de la narración.
El discurso indirecto libre, en «Una lápida en la calle Mazzini», finalmente, es una postura ética y un presupuesto ontológico: las voces del pasado, las voces de todos, retornan para darle entidad a la voz-escritura del narrador. De este modo, él pone la palabra en el lugar vacío del cuerpo de los otros.
En conclusión, en este trabajo rememorativo del narrador puede observarse una búsqueda de sí mismo en la historia colectiva. La pregunta pendiente es si el verdadero protagonista de la historia no es esa voz que habla en primera persona. Con el discurso indirecto libre, permite que los actores de su pasado hablen por sí mismos, ya que, como ha dicho Benveniste, «no hay otro testimonio objetivo de la identidad del sujeto que el que así da él mismo sobre sí mismo» (1958, p. 3). Por último, para esta primera persona que a veces es un «yo» y a veces un «nosotros», ¿qué es la identidad sino apenas la posibilidad de intervenir en el orden del discurso?
Referencias Bibliográficas
BASSANI, G. (s. r.). «Una lápida en la calle Mazini». Material de la cátedra.
BENVENISTE, É. (1958, jul.-sep.). «De la subjetividad en el lenguaje». En: Journal de Psychologie, s. d. Recuperado el 24 de ene. del 2016, de: http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:67cTtdEcAkQJ:https://linguisticaunlz.files.wordpress.com/2011/03/benveniste-de-la-subjetividad-en-el-lenguaje.doc+&cd=1&hl=es&ct=clnk&gl=ar
PASOLINI, P. P. (2016 [1967]). «Nuevas cuestiones lingüísticas» [Empirismo herético]. Recuperado el 24 de ene. del 2016, de: HYPERLINK «http://www.ddooss.org/articulos/textos/Pier_Paolo_Pasolini.htm» http://www.ddooss.org/articulos/textos/Pier_Paolo_Pasolini.htm
TACCA, O. (1986). El estilo indirecto libre y las maneras de narrar. Buenos Aires: Kapelusz.