Julita Astaburuaga era divertida, amable y muy sociable. Falleció a sus 96 años, hecho que no ha dejado indiferente a nadie. Hace un tiempo ya había pensado en cómo le gustaría ser recordada: como la reina de la fiesta.
Nació en una familia acomodada de Santiago, pero la muerte de su abuelo cambió el panorama de lujos de la familia, que estaba marcada por viajes y trajes hechos a medida en París. A pesar de eso, Astaburuaga decía que nunca les faltó nada: “Mi mamá continuó siendo igual de elegante, por lo que yo seguí naturalmente en ese mundo”.
Así pasó su vida, llena de eventos sociales, lo que le hizo ganar fama. Decían que siempre que llegaba a donde fuera, iba con una copa de champagne bailando por el lugar. Esto mismo es lo que ella, en una entrevista a Caras, dijo que quería que fuera parte de su epitafio.
“Ha sido una vida tan intensa, tan maravillosa. Podría ser ¡Que viva el champagne!”, dijo la autodenominada «enamorada de la vida» que quería en su lápida. ¡Qué buena manera de ser recordada!