«Carta al Señor Ministro del Interior de Chile»

Señores, deseo hacer llegar a uds

«Carta al Señor Ministro del Interior de Chile»

Autor: Wari

Señores, deseo hacer llegar a uds. una opinión en forma de misiva crónica titulada «Carta al Señor Ministro del Interior de Chile». Dicho comentario (expresión de un descontento respecto a las políticas que se han implementado en las últimas décadas) son la respuesta de un escritor comprometido en el desarrollo de la vida social de un país. País que se sumerge más y más en la aplicación de estados de excepción «transitorios» heredados de las dictaduras latinoamericanas, así como también del nuevo orden mundial impuesto a partir de la emergencia de la llamada «cuarta guerra mundial».

Me ha parecido de suma urgencia poner a disposición del pensamiento colectivo dicho escrito. Sobre todo pensándolo como punta de un iceberg más grande que contempla las luchas de los pueblos indígenas, la necesidad de repensar y de re-elaborar una resistencia contra el neoliberalismo depredador, la obligación militante en favor del medio ambiente, y sobre todo, en la lucha de los que a largo de la historia han sido relegados a un plano de pobreza y de miseria sin igual. Lo que quiero compartir con uds. y con vuestros lectores es nada más que una muestra de cómo a través de la sensibilidad poética y lírica podemos y deseamos un cambio de mundo. Sin otro particular se despide.

Arturo Defasso

Santiago, Chile

Carta al Señor Ministro del Interior

Señor Ministro:

He analizado ciertas cosas que me gustaría compartir con UD.

En primer lugar siento una nausea tremenda por cómo ud. hace llegar sus ideas a nosotros, ciudadanos de a pie y a veces de avión. Siento que ud. es tremendamente violento. Su postura sacerdotal, invitando, con sus manos cerradas, al diálogo sacuden mi entrañas.

Ud. tiene una especie de aura comisarial que ya la quisiera el propio Bush. Andan por ahí no más. Sabemos que ud ha sido el más enérgico catalizador de las políticas de seguridad de la derecha. Yo le pregunto ¿quién ahora podrá mantenernos seguros de ud.? Me parece que ha sido, últimamente, un desfachatado impulsador de todo lo que tiene que ver con la pérdida de nuestros derechos. Por su puesto que no es que yo crea en ellos. Sin embargo hay cosas en las que tenemos el deber de defender. Su postura, por supuesto no es más de la que el que defiende la vida por su valor intrumental, y nada más. Ud. es el que ha impulsado no sólo esta gran máquina de producir vidas sin vida, sino que a la vez una inmensa máquina de la muerte, de la que ud., sabe, está manchado.

No puedo creerle a ud. Sus palabras vacías no son más que un acto de teatro de mala, muy mala muerte. Mire que andar encerrando a chiquillos con montajes como los de la dictadura. Nosotros tenemos el recuerdo fresquito de aquello. Todavía nos acordamos de los 119, de ese fraude, de ese montaje desgraciado que uds. crearon. Montaje y matonaje que hicieron para acabar con el sueño de libertad de un país entero.

Hoy día Uds., deseosos de llegar a todos lados, quieren e impulsan nuevamente esa política de las mentiras, creadora de ilusiones y pasiones. Ud. ha inventado todo un cuento. Un gran cuento en el que células de su propio cuerpo se resisten a seguir viviendo enfermas. Ud. ha creado este gran evento llamado terrorismo, solamente por el miedo que ud. tiene que el cuerpo deje de ser cuerpo y derive en un incontrolable derroche de producción propia. Ud. tiene miedo de que el cuerpo produzca sus propias salidas de la mortandad anunciada. ¿Por qué señor Ministro? ¿Por qué tiene miedo de esas células, pequeñeces moleculares que se encuentran de vez en cuando, en un flujo que ud. sabe es incompatible, invencible? ¿Por qué señor Ministro reprime eso que ud. ha creado?

Señor Ministro, su miedo, su terror no es más que a la libertad. Ud. está destinado a servir a los ricos, a los verdaderamente ricos de este país, y ud. quiere que todo el mundo, tal cual ud. lo hace, sirva para que esos ricos ganen más y más plata. Ese es su miedo. Ud no quiere enfrentarse a ese miedo porque sabe que lo vencerá y que no soportará esa carga de libertad que se necesita para dejar de ser un sirviente.

Señor Ministro, yo le quiero hacer mis descargos. Yo soy un ciudadano de a pie, sin tapujos y sin embrujos. Demasiado benevolente como para callar. Demasiado minúsculo como para investir de libertad a todo este mundo. Sin embargo, señor Ministro, creo que esas células de las cuales ud. habla, ya han dejado su huella en el cuerpo. El problema señor Ministro es que mientras ud. siga sintiendo ese miedo al descontrol de esas células creará más y más montajes, más y mas encierro, más y más cadenas.

Señor Ministro, ud. sabe que esa carrera es a muerte. Ud. sabe que su necesidad de salud le jugará en contra. Ud. sabe que esa estupidez que ha inventado le llevará tarde o temprano al suicidio.

Mientras tanto, espero que esas células dejen de ser células y se conviertan en esporas y que al primer viento de libertad puedan escapar de este cuerpo viejo que tiene miedo de morir. Ese cuerpo viejo al que le aterra saber que es finito. Sabe señor Ministro, al final, es sólo eso. Ud. sabe que este cuerpo no da para más y que esas células ya han dejado de pertenecer al cuerpo y se han convertido en esporas de otra cosa, en cáscaras de otro huevo, en virus de otra naturaleza. Ud. sabe que este cuerpo está en sus últimas y que la muerte se le viene encima, se le acerca. Ud., señor ministro quiere ser el doctor que mantenga con vida a este cuerpo. Sin embargo, como doctor de la muerte ud., sabe que la muerte es inminente.

Esas células, como ud. le llama, muy intuitivamente saben, o parecieran intuir, que el cuerpo se muere a pedazos. Que cae, o quizás que nunca fue un cuerpo, y que toda esa ilusión no es más que un cuento de dominio, un cuento entre muchos cuentos. Pareciera ser que esas células, son ya otra cosa, no ya cuerpo, no ya órganos o partes de un cuerpo, sino eternas luciérnagas que se abalanzan juntas para sentir la alegría de vivir libres.

Eso es lo que yo le quería decir, señor Ministro. Eso es lo que yo quería decirle, a ver si ud. comprende que nunca va a tener el control de todo. Que nunca podrá someter a todos al régimen de ese Dios de unos pocos. Ud. sabe eso y tiene miedo que la historia se repita, ud. sabe eso y tiene miedo de que el viento haga volar las esporas de la libertad luciérnaga. Pero sabe Ministro, ud. no ve a esas luciérnagas, ya no las ve, porque ellas han dejado de volar en la noche. Ellas han dejado de tener luz, han dejado de ser lo que son. No hay más células, no hay más luciérnagas. Sólo esporas, como la de los hongos alucinógenos. Asexuadas, infinitamente pequeñas, infinitamente también más nocivas. Nocivas eso si, sólo para ud. señor Ministro, sólo para ud. estas esporas sólo le afecta a ud. A nadie más.

Sin otro particular se despide.

Arturo Defasso


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