El atentado en el metro y el aeropuerto de Bruselas, que este martes ha dejado 34 muertos y casi 200 heridos, ha sido reivindicado por Estado Islámico. En su comunicado, los terroristas señalaron la participación de Bélgica en la coalición internacional liderada por Estados Unidos en el conflicto de Siria. Un enfrentamiento que estalló hace cinco años y que pasó de ser una revolución popular para reclamar más derechos y libertades para el pueblo a convertirse en un conflicto a escala global con múltiples actores e intereses geopolíticos implicados.
La implicación de las potencias occidentales en la guerra de Siria ha sido hipócrita desde el inicio. Con una mano, la coalición liderada por Estados Unidos combate a los terroristas de Estado Islámico y del Frente Al Nusra. Sin embargo, con la otra, sostiene la alianza entre los norteamericanos y Arabia Saudí, desde donde se financia a las organizaciones y a sus redes terroristas a través de la venta de petróleo, de gas, de antigüedades y de donaciones privadas. Eso pasa hoy, cuando el conflicto lleva abierto más de cinco años.
Pero las artimañas occidentales remontan mucho antes. El Estado Islámico nace de la “guerra contra el terror” que George Bush (EEUU), Tony Blair (Reino Unido) y José María Aznar (España) emprendieron en 2003 durante la ocupación de Iraq por unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron.
Con el estallido de la guerra civil entre suníes y chiíes, estos últimos favorecidos por Estados Unidos y su inteligencia militar, la organización de base yihadista empezó una proceso de radicalización y crecimiento hasta que, en 2006, ya estaba establecida en Iraq.
Durante el estallido de las “primaveras árabes”, en 2011, el intervencionismo apoyó a los regímenes dictatoriales en países como Egipto o Túnez y subestimó los reclamos del pueblo, como fue el caso de Francia y su presidente Sarkozy durante la protesta de los tunecinos; en otros casos convirtieron unas demandas inicialmente democráticas, como las de Siria o Libia, en revoluciones armadas de gran violencia.
Los musulmanes, también víctimas
Los países occidentales están recogiendo la cosecha sembrada por sus gobiernos, y la pagan las víctimas civiles. Hoy ha sido en Bruselas; el noviembre pasado fueron los franceses del estadio y la sala Bataclan de París; también fue en Copenhaguen, y en la redacción del semanario Charlie Hebdo –también en la capital francesa.
En el último año y medio Europa se convirtió en uno de los objetivos de los terroristas. Sin embargo, no es ni mucho menos el continente más castigado por Estado Islámico o Boko Haram. África y Asia son las regiones más damnificadas y la mayor parte de las víctimas del yihadismo son musulmanes de países como Nigeria, Indonesia, Camerún o Chad. No sirve, pues, aplicar a todo la lógica huntingtoniana de la «guerra de civilizaciones», de la agresión a Occidente.
Más racismo y xenofobia
Los otros que recibirán directamente los efectos colaterales de estas acciones son los refugiados e inmigrantes.
La respuesta de los gobiernos europeos, como ya se ha visto en el caso francés, será desplegar una serie de medidas para reforzar las políticas migratorias y la seguridad en los controles fronterizos. Sin embargo, eso no cambiará el origen del problema, sino que dificultará aún más la crisis que los gobiernos europeos no han sabido gestionar hasta hoy, impidiendo la entrada de las personas que huyen precisamente de esta violencia terrorista en sus países de origen.
En la otra cara de la moneda, el claro beneficiario de los atentados será la extrema derecha europea y sus discursos xenófobos y racistas. El Frente Nacional de Marie Le Pen, el partido británico UKIP, el Partido de la Libertad holandés de Geert Wilders o Alba Dorada en Grecia.
La retórica de todos ellos se basará en argumentos sostenidos con una simple asociación de palabras: terrorismo e islam. Dos motes que no pueden unirse porque el islam no es terrorismo. Los musulmanes no tienen nada que ver con el terrorismo, sin embargo terminan atrapados entre el chantaje del Estado Islámico que les reprocha que se han vendido a Occidente, y el de la islamofobia que les pide constantemente que pidan perdón por practicar su religión.