Previsiblemente, la crisis mundial –a la que se agrega el criminal bloqueo estadunidense– aumentará aún más su peso sobre Cuba, reduciendo el turismo e incluso las remesas de los cubanos emigrados. Las dificultades crecientes de la economía venezolana, así como el agravamiento de los desastres climáticos, son también factores que hay que tener en cuenta cuando se piensa en cómo sacar del actual pozo a la economía de la isla y en cómo reducir las tensiones sociales y políticas en un país que está instalado en una crisis profunda desde hace más de 20 años (la vida de una entera generación) y que no ve en el horizonte ni cambios reales ni objetivos alentadores sino sólo una dura lucha por la supervivencia dirigida además por el mismo sistema y los mismos cuadros que ayudaron a llegar a la actual dramática situación o que no supieron cómo evitarla.
Para salir de esta crisis, que se agrava con la crisis mundial pero se viene arrastrando desde hace decenios por causas específicamente cubanas, se necesita tensar todas las fuerzas de la población, recurrir a su capacidad creativa, su cultura, sus conocimientos, movilizarla como protagonista de todas las decisiones, como patrona de su propio destino, darle como objetivo la igualdad, la participación plena y creativa. En una palabra, dejar de tratar a los cubanos como súbditos y reconocerlos como ciudadanos plenos, movilizando su voluntad, su conciencia, su voluntad de socialismo, no detrás de huecas consignas desgastadas sino en pos de objetivos democráticos y autogestionarios para que por Estado no se entienda un aparato por sobre la sociedad y que pretende controlarla sino la gestión colectiva de los ciudadanos en primera persona.
La democracia no es un obstáculo en el trabajo de los especialistas, burócratas y tecnócratas: es una necesidad vital para aumentar la producción y la productividad y lograr nuevas invenciones colectivas. ¿Quién discutió previamente las actuales medidas para salir de la crisis que permiten vender propiedades en Cuba, por 99 años, a extranjeros, cuando los cubanos mismos no pueden comprarlas, que decide construir gran cantidad de campos de golf de 18 hoyos (para extranjeros), costosísimos en agua y en esfuerzos, que eliminan totalmente el magro subsidio por desocupación o la gratuidad de los entierros? ¿La Asamblea Nacional, que sólo se reúne siempre a posteriori para refrendar las decisiones del vértice partidario?
¿Un congreso o una conferencia del partido, siempre postergados pues ese partido único, en el que milita lo mejor y también lo peor del funcionariado cubano, está fusionado con el aparato estatal, no tiene objetivos diferentes de éste y a él está subordinado y, por supuesto, no controla en lo más mínimo a los dirigentes del Estado-partido? ¿Los llamados sindicatos, que en vez de ser la voz de los trabajadores frente al aparato estatal supuestamente de esos trabajadores son simplemente una parte de la burocracia estatal, al extremo de ser incapaces de decir una palabra frente a la pérdida de grandes y viejas conquistas, de evaluar las políticas del Estado, de formular propuestas y contrapropuestas surgidas de asambleas democráticas en las empresas?
¿Por qué no se discuten las medidas gubernamentales en cada empresa, en cada barrio, en cada comunidad campesina? ¿Por qué no se escucha la voz y las sugerencias de quienes deberán sufrir las consecuencias de dichas medidas y, al mismo tiempo, deberán poner el hombro para sacar al buey del barranco?
Una crisis es una oportunidad de cambiar. En vez de recurrir solamente a un hipotético turismo o inversionismo de lujo, ¿por qué no discutir cuáles inversiones productivas son hoy necesarias y deben ser permitidas al capital privado –por ejemplo, en la producción agroalimentaria y la distribución de los alimentos en la isla–? En vez de centralizar una vez más, ¿por qué no descentralizar y dar poder de decisión y de organización a nivel territorial, horizontal, a los productores y poner a su disposición insumos y medios de transporte? El combate a la burocracia no consiste sólo en reducir el número de funcionarios redundantes o improductivos y de reglamentaciones absurdas: consiste en cambio fundamentalmente en trasladar el poder de información y de discusión a los ciudadanos, que son usuarios-productores-consumidores atados por esa burocracia.
La democracia, la autogestión, la planificación desde el territorio y desde los lugares de producción, la libertad de opinar, disentir, expresarse, informarse, son indispensables si se quiere sacar a la población de una desmoralizante y creadora de apatía resignación ante las decisiones que llueven desde el vértice del Estado tal como llegan los huracanes. Repetimos: la vía china o la vietnamita son irrepetibles en Cuba, no sólo por razones demográficas, históricas, culturales, sino también porque esa es una salida que sólo se podría encarar abriendo completamente el país al capital y la intervención de Estados Unidos y eliminando lo que queda de la revolución para que acabe el bloqueo y lleguen inversiones masivas. Cuba nunca fue socialista, aunque sí luchó por aportar a la construcción del socialismo en la isla y en el mundo.
Pero su revolución democrática, antimperialista, de liberación nacional, fue importantísima para la isla y para todo el continente y, aunque está estancada desde hace rato porque no puede profundizar su curso y, por el contrario, retrocede, sigue siendo la garantía de la independencia nacional y es la base del consenso político que aún mantiene el Gobierno, sobre todo entre las generaciones más viejas, que conocieron el pasado y no quieren retornar a él, como lo expresa claramente Silvio Rodríguez. Es suicida enterrar los restos de revolución para atraer inversionistas. Por el contrario, hay que reanimarla con un gran cambio, sobre la base de la democracia, la autogestión, la libre organización, la eliminación de la autocracia y la burocracia y la extensión al máximo del poder de los productores.
Por Guillermo Almeyra
Fuente: questiondigital.com
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