Pintocabezas: Abstracción en 6/8

Sonidos chilenos del subterráneo III: Esta es una serie de comentarios sobre discos y grupos, en actividad o disueltos, olvidados o poco comentados, por los escritores nacionales de música

Pintocabezas: Abstracción en 6/8

Autor: Wari

Sonidos chilenos del subterráneo III: Esta es una serie de comentarios sobre discos y grupos, en actividad o disueltos, olvidados o poco comentados, por los escritores nacionales de música. Esto, además de los intereses y gustos personales, es el criterio de la serie, que se sabe incompleta y en movimiento.

PINTOCABEZAS: ABSTRACCIÓN EN 6/8

En tiempos de fiestas patrioteras y bicentenario, consumo de símbolos y un forzado sentido de unidad nacional, el folclor –y en especial, la cueca- se vende como el sonido que permitiría pegotear todas las resquebrajadas aristas de la identidad nacional.

En estas fechas, la gran masa valora un reencuentro, intenta bailarla, seguirle el zapateo o marcar el ritmo con las palmas. Pero muchos de estos orgullosos, una vez pasada la fiesta, vuelven a olvidarla hasta la nueva efeméride, dejándola empolvarse cual objeto de museo, negando así una tradición que es carne en la vida cotidiana de numerosas personas.

Rodrigo Pinto Cabezas (1982) es Pintocabezas, guitarrista, pero sobre todo músico. Músico, pero sobre todo un espíritu creativo. Sencillo y afable, inquieto investigador, novísimo iniciado en la tradición de la cueca tradicional chilena, viejo en las artes de puntear, rasguear y crear ambientes con la guitarra, sea de palo o eléctrica.

Nortino en su primera infancia, santiaguino la mayoría de su vida, porteño un breve período por voluntad exploratoria, Rodrigo es músico desde siempre. Folclor y rock se unen en él por influjo familiar (específicamente paternal) y descubrimiento personal, durante la pubertad.

Nos juntamos a conversar sobre su triple lanzamiento: “The Erasmo Tapes” -volúmenes 1 y 2- y “Cabezaspinto” (tres discos de música que llamaremos de manera amplia como “experimental”) pero terminamos hablando sobre todo de cueca, porque, aunque ésta no se encuentre desarrollada en la música de estos discos de manera tradicional, están presentes en cada acto vital que realiza.

LA CUECA DEL PINTOCABEZAS

Su historia musical empezó cuando tenía 3 años, tocando el bombo en el grupo folclórico en que participaba su padre, y luego maltratando un teclado hogareño. En su adolescencia, tocó punk y funk, sin mayores pretensiones. Iniciado el nuevo milenio, fue guitarrista por tres años de la banda de rock progresivo Ábrete Gandul, de la que se retiró a finales del 2006 para concentrarse en sus ideas. Paralelamente, ya se había inmerso en el estudio de la cueca y sus cultores, coronada con su ingreso en Los Chinganeros, grupo tradicional con más de 50 años de existencia. (*).

En esa época frecuentó “picadas” cerca de La Viseca -patio interior donde venden animales, frutos secos, cereales, en la calle Exposición de Estación Central. En el bar de la Sarita descubrió “un mundo muy chileno, muy de canto”, que tenía que ver con su abuelo, tomando vino, jugando brisca, cacho y dominó.

En 2007 se adhiere a un grupo de jóvenes que se reunían con Lucho Castro, cantor de cueca de larga trayectoria. Este acercamiento lo llevará al poco tiempo a ingresar a Los Chinganeros, justo en un momento donde éstos se estaban rearmando y buscando músicos estables.

Primero se encontró con cierto resquemor de los viejos cuequeros, ya que su alta motivación lo hacía destacar en un ambiente con jerarquías muy marcadas. Sin embargo, rápidamente “comprendieron que no estaba ahí por moda ni pose y me acogieron como a un integrante más de la familia”, explica Pinto, consciente de que ser un cantor respetado requiere mucha investigación y es un largo y exigente camino.

Luego de un trago de cerveza le pregunto su opinión sobre el bicentenario. Saca una libreta de la funda de su guitarra y me lee unos versos escritos para la ocasión. Muy patriotas, el romanticismo de la cueca idealiza la realidad, el mar, la bandera y la independencia…. “¡pero esto es mentira!”, exclama tras cerrar la libreta. “El bicentenario para mí no vale nada, porque no somos libres, si fuéramos libres yo celebraría de verdad”, concluye.

CANCIÓN PARA EL MAR

Sin embargo, la música de Pintocabezas, en una primera escucha, no tiene mucho que ver con la de Los Chinganeros. Así lo atestiguan sus presentaciones en vivo y los tres discos lanzados simultáneamente a comienzos de 2010 (inaugurando, además, su propio sello, Laviseca Records): dos volúmenes de “Erasmo Tapes” –una recopilación de grabaciones realizadas entre 2007 y 2009, editadas a media con Productora Mutante- y “Cabezaspinto”, disco con una meticulosa producción y un resultado precioso.

Los dos volúmenes ofrecen una cara más improvisada y lo fi, con resultados interesantes y dispares. “Cabezaspinto” es un cuidado trabajo, grabado en los estudios Triana por su amigo e ingeniero de nutridísimo curriculum en el mainstream, Gonzalo González, en sesiones esporádicas entre 2008 y 2009 y editado por Laviseca en un hermoso digipack diseñado por Rodrigo Ebner y Yerko Galetovic.

En sus 34 minutos se escuchan guitarras diversas (incluida una de 12 cuerdas) con distintos niveles de efectos y distorsiones, panderos, contrabajo (Giancarlo Valdebenito), piano, trutruca, accesorios percutivos, voces recitadas, abstractas y coros. Musicalmente, hay numerosas texturas más o menos abstractas y ruidosas, sabiamente controladas, rasgueos de rítmica cuequera y psicodelia profunda, enraizada en una estética naturalista que evoca animales, símbolos y lugares típicos.

Además, en general, su música transita por la creación de atmósferas y ambientes, mediante un complejo aparataje sonoro compuesto por más de 15 pedales de efectos conectados a una guitarra, que son el corazón sonoro de Pintocabezas y evidencian su amor por Fripp, Eno y Zappa.

“Uso la tecnología como una herramienta, me interesa crear un vocabulario electroacústico, pero no efectista. La pedalera por sí sola no asegura nada”, aclara.

A medida que los ruidos van creando atmósferas y aglutinándose, de a poco resuenan canciones y se construye un esqueleto muy rítmico a pesar de no contar regularmente con un instrumento de este tipo. En vivo –una opiácea experiencia- suele tocar solo, ya que los efectos le permiten sostener ambientes y trozos puntuales. Otros elementos muy destacables son su ejecución de la guitarra, que lo dota de una capacidad expresiva superior, así como su prestancia a la improvisación. En su guitarrismo, además de folclor chileno, hay blues, sonoridades del Este (India) y ruido como tono, todo atravesado por un halo de psicodelia brumosa.

Respecto a su virtuosismo guitarrístico, confiesa que alguna vez tuvo clases con el jazzista Jorge Díaz e incluso ingresó a la Escuela Moderna, de donde “salió corriendo” sin cumplir siquiera un año de estudio. “Tengo una visión musical anclada en la práctica, creo que la música es más que teoría, es un sentimiento”.

Rodrigo hoy se dedica completamente a la música. Trabaja con una compañía de teatro para obtener ingresos, ya que considera que hoy no tiene muchas posibilidades de vivir de su trabajo musical. Es crítico de los criterios de éxito vigentes, del poder de los grandes medios de comunicación y de la poca disposición al asombro y apatía que tiene la gente en Santiago.

La cerveza se acaba, las horas pasan, nos vamos caminando por el centro de Santiago. Nos separamos y mientras me alejo imagino el mar en el parque forestal y una chingana en Bombero Nuñez con Bellavista.

Por Cristóbal Cornejo


(*) Los Chinganeros, cultores de la cueca tradicional chilena, nacieron a mediados de los años ’40, alrededor del cantor, investigador y poeta, don Fernando González Marabolí –recopilador de más de 5 mil versos y 200 melodías.

Por Los Chinganeros han pasado varios de los mejores músicos y cantores de cueca chilena: Rafael Andrade (“Rafucho”), Luis Téllez Viera, Raúl Lizama (“El Perico Chilenero”), Luis Araneda (“El Baucha”), Mario Catalán, Carlos Navarro (“Pollito”) y Carlos Godoy Araya, quien también fuera unos de los fundadores.

Hoy, cuentan con una formación dirigida por don Luis Castro González, sobrino de don Fernando; Eduardo y Carlos Godoy (hijo), y Jorge Salinas Andrade, sobrino de “Rafucho”, más los jóvenes René Alfaro, Marco Palma, Cristián Campos, Giancarlo Valdebenito, Rodrigo Pinto (al piano en la foto) y Felipe Bórquez.

Los Chinganeros mantienen el canto puro de los ambientes o barrios populares del Santiago antiguo (matadero del barrio Franklin, Estación Central, La Vega) y de Valparaíso, lugares que lo vieron nacer, con sus trabajadores, trabajadoras y choros.

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