Sobre el autor
Osvaldo Bossi nació en Ciudadela, provincia de Buenos Aires, en 1963. Es poeta y narrador. Entre sus libros publicados se encuentran: Tres (Bajo la luna,1997), Fiel a una sombra (Siesta, 2001), El muchacho de los helados y otros poemas (Bajo la luna, 2006), Adoro (Bajo la luna, 2009), Esto no puede seguir así (Letras y Bibliotecas de Córdoba, 2010), Casa de viento, antología personal (Nudista, 2011), (Editorial Conejos, 2012), Como si yo fuera su novia (Editorial Mágicas Naranjas, 2013), entre otros. Colabora como crítico en distintos medios especializados. Organiza, junto con los chicos y chicas de su taller literario, el ciclo de lectura “El rayo verde”.
—Para vos, ¿qué es la poesía?
—Para mí no se puede definir, cualquier definición sería insuficiente. Sin embargo, uno puede reconocerla: el mundo está constantemente atravesado por la poesía. Tal vez el trabajo del poeta sea develar, mostrar esas pequeñas revelaciones de las que el mundo cotidiano está totalmente poblado. Hablando de poesía, ¿no? No de poemas. Es algo que puede estar en cualquier lado: un lugar, una persona, un paisaje, un momento determinado, una sensación.
—¿Y el poema?
—El poema es otra cosa, es una forma de querer registrar esa experiencia y a veces los poemas tienen suerte de estar habitados por la poesía y otras no. Tantos textos escritos donde no pasa nada. Ahí es donde interviene esa cosa misteriosa.
Tal vez el trabajo del poeta sea develar, mostrar esas pequeñas revelaciones de las que el mundo cotidiano está totalmente poblado
—Claro, entonces puede haber poemas donde no haya poesía.
—Exacto, abundan esos poemas. Porque en realidad es ese contacto con la experiencia poética, algo que uno no debería perder. Creo que la palabra inspiración un poco tiene que ver con eso: algo se devela al mundo.
—¿Te acordás cómo fue tu acercamiento a la poesía en cuanto género literario?
—Sí, tendría 14 o 15 años, un poco tardío digamos. Antes, insisto, estoy seguro de que vivía inmerso en experiencias poéticas sin palabras. Hasta que descubrí un poema que creo que era de Gabriela Mistral, no estoy seguro, que escuché que lo leían. Apenas escucho ese poema me doy cuenta que había otra realidad, o que por lo menos la realidad se abría a otras cosas. Realmente quise repetir esa experiencia, no sabía bien qué es lo que había pasado. Creí que era lo que estaba diciendo el poema. Con el tiempo me di cuenta de que era el cómo estaba siendo leído. Durante mucho tiempo pensé que el qué y cómo eran una sola cosa, yo caí como un incauto y pensé que lo que se estaba diciendo era lo que me conmovía y no los acentos, los climas, los sonidos, los cuales en realidad estaban operando a un nivel secreto para producir ese efecto.
—En el momento en que ese poema te interpeló, ¿sentiste la necesidad de escribir?
—Sí, en ese momento, como le pasa a todo lector de poesía: uno queda tan conmovido y fascinado, además que parece tan fácil…Es una experiencia íntima que uno empieza a relacionar con el lenguaje y eso que era nada, en realidad es todo, y eso es muy difícil de traducir en algo que pueda ser significativo para un otro.
Es una experiencia íntima que uno empieza a relacionar con el lenguaje y eso que era nada, en realidad es todo, y eso es muy difícil de traducir en algo que pueda ser significativo para un otro.
—¿Qué autores tuviste como referente?
—Era muy autodidacta, en mi casa no había libros de poesía, en la escuela tampoco se veía mucho. Me iba tropezando con distintos autores. Tenía una tía que poseía una biblioteca muy importante, muy azarosa, llena de libros de poesía. Yo se la saqueaba y leía poemas de poetas que me iba enterando que eran buenos, otros no tanto. Uno cuando empieza a leer, lee mucha mala poesía, pero hay algo ahí que trasciende. Leí mucha poesía argentina, latinoamericana. Por ejemplo Alfonsina Storni, que me parece una poeta sencilla pero a la vez muy inquietante. Por supuesto que también a Pablo Neruda, a César Vallejo. Pero este es un recorte que hago ahora, en el medio leí cualquier cosa. A Cernuda también lo leí muchísimo. En algún momento, esa experiencia de lectura tiene que excederte y entonces te quedás solo. Ahí te das cuenta de que tu relación con la poesía es más que un poema leído. No te podés quedar con lo que escribió Neruda, así que empezás a renunciar ese poema para buscar tu propia voz y enunciar lo que uno realmente quiere. Eso implicaba estar solo en el mundo y no ser tan complaciente.
Uno cuando empieza a leer, lee mucha mala poesía, pero hay algo ahí que trasciende
—¿Poetas más contemporáneos que te gusten?
—Hay muchos, sobretodo los poetas más jóvenes. Tienen una relación con la experiencia poética de gran libertad y espontaneidad. Yo lo descubrí al principio en mis contemporáneos, después algunos se perdieron en gramáticos, adscribieron una teoría literaria, pero bueno. ¿Hay que nombrar?
—Cómo quieras…
—Porque si nombro a uno, me quedan un montón afuera. Pero me gusta mucho la poesía contemporánea.
—Por ejemplo la generación de poetas de los 90’s, de la que vos formás parte, ¿te marcaron? El grupo de 18 whiskys suele decir que entre ellos mismos tenían sus propios referentes.
—En un principio sí, porque nos juntábamos a leernos los textos. Siempre era un momento muy hermoso la crítica entre nosotros. Para mí, eso era lo mejor, esa pequeña aurora, ¿no? Escucharlos a ellos, mostrar mis primeros textos. Fue muy importante. Nadie puede hacer nada solo, esos encuentros de alguna manera me dieron fuerza y me ayudaron a emprender mi propio camino. Por alguna razón, no iba para el lado que iban ellos, por ejemplo la revista inmediatamente mostró su pertenencia, que era un poco Diario de poesía. Yo no estaba muy de acuerdo con eso, más allá de la importancia que tenía el diario. Hablo de su bajada de línea a partir del objetivismo y todo eso. Había algo que a mí no me cerraba y por suerte no era el único en ese camino, había otra gente. De todos modos, como lector aprendí mucho de esos autores y del Diario, pero no era por donde yo quería transitar. Insisto, creo que todo trabajo de escritura, por más que uno participe y se relacione con otra gente, a la larga, es sumamente solitario.
Insisto, creo que todo trabajo de escritura, por más que uno participe y se relacione con otra gente, a la larga, es sumamente solitario.
—Justamente, Fabián Casas sostiene que la poesía es un hecho colectivo. Siguiéndote, creo que hablás de una manera de tener en equilibrio esa relación entre lo colectivo y lo solitario, ¿no?
—Hay que saber equilibrar eso: ni ser el monstruo que está encerrado en su habitación ni el monstruo que vive mostrándose. Lo que te da el trabajo con otra gente es que te ayuda a relativizar la tarea de escribir. Lo importante es no perder ese primer momento, esa relación que te llevó a escribir poesía, a leerla, ese estado de inocencia. Si no te olvidás de eso, todo lo demás son pequeños avatares y experiencias. Creo que sé jugar bastante bien el juego que tiene que ver con el medio literario. Es más, creo que soy un paranoico al revés: la gente conspira para que me vaya bien, para que yo tenga la suerte de poder escribir, de poder publicar, de dar talleres. Si eso no es un complot a favor, no sé lo que es. Siento que me están dando más de lo que yo esperaba, estoy muy agradecido. El primer momento del que te hablé es eso, un primer momento en el que además yo estaba tratando de resolver cosas que tenían que ver conmigo antes que nada. Si yo me ponía a escribir poemas objetivistas, es probable que no tuviera ni la menor idea de quién era yo. Uno nunca sabe si realmente va a valer la pena lo que hace.
—¿Cómo seguiste a partir de ahí?
—Me acerqué a otra gente que me ayudó a encontrarme. Por ejemplo la poeta Diana Bellesi, quien fue muy generosa. Yo escribo mi primer libro, Del coyote al correcaminos, y se lo muestro a Diana. Ella a la semana me llama por teléfono para decirme que le había gustado y que había escrito un prólogo. El libro iba a salir casi inmediatamente por la editorial Libros de Tierra Firme, de Luis Mangieri, que me prometía todos los años que el libro iba a salir. “Osvaldito, este año sale”, me decía. Ahora, con esa pequeña carta de amor que me había regalado Bellesi pude atravesar no se cuántas oscuridades y cuántos temores.
—Ahora, con el paso del tiempo, ¿cómo es tu relación con los poetas jóvenes?
—Yo trato, desde mi lugar, de transmitirles a los poetas más jóvenes esa confianza que Diana me dio a mí. Quiero que confíen en lo que hacen, que crean en lo que hacen. El mundo no está esperando a sus poemas, pero son valiosos igual. A mí me gustaría volver a estar en los comienzos, corregir, buscarme. De todas formas, todo lo que hice no tiene ningún valor a la hora de escribir un nuevo poema. ¿Quién se acuerda de eso? ¿Quién lo escribió? Yo no. Yo soy un tarambana que nunca escribió una línea cuando me siento. Esa sensación de lugar nuevo es elemental. Es la inocencia que te explicaba antes.
El mundo no está esperando a sus poemas, pero son valiosos igual. A mí me gustaría volver a estar en los comienzos, corregir, buscarme. De todas formas, todo lo que hice no tiene ningún valor a la hora de escribir un nuevo poema. ¿Quién se acuerdo de eso? ¿Quién lo escribió? Yo no. Yo soy un tarambana que nunca escribió una línea cuando me siento. Esa sensación de lugar nuevo es elemental
—A la hora de escribir, ¿tenés algún mecanismo o rutina?
—Mecanismo ninguno. Trato de armar las condiciones hoy en día para que eso ocurra. Si la poesía es realmente importante para vos, hacele un lugar importante en tu vida. Sino no andes por la vida quejándote de que no podés escribir. Si no podés es porque no querés: te llenás de trabajo, de obligaciones para no hacerlo. Yo recuerdo los momentos más oscuros, más complicados, pero siempre estuvo ubicada en el centro la poesía. Yo lograba aislarme, y lo sigo haciendo ahora. Armé todas las condiciones para hacerlo. Tengo una vida privilegiada: doy talleres, me encuentro con gente que se dedica a la poesía, leo. Así como esa apuesta pudo salirme mal, no podía hacer otra cosa que eso, ¿no?
—En ese sentido, después de tantos años de dar talleres, ¿qué experiencias rescatás y cómo te influyó eso en tu escritura?
—Lo que hace, por lo menos, es alejarme de mis preocupaciones, de mis obsesiones, y perderme en otras producciones. Me ayuda a pensar la poesía desde distintos lugares, no ya desde la cuestión personal. Me da un panorama mucho más amplio. Si me hubiera quedado encerrado en mi propia escritura, en nada más que eso, estoy seguro de que estaría bastante perdido. Estoy muy al tanto de lo que se escribe, de lo que se lee. Podré estar o no de acuerdo, pero tengo un oído para lo que se escribe ahora y otro para lo ya escrito. No creo que las cosas se anulen. A los chicos más jóvenes les digo que no sólo se lean entre ellos. ¿Qué pueden aprender entre dos tarambanas que no saben nada? Nada, más allá de transmitirse un entusiasmo, lo cual está bueno. Van a conocer experiencias poéticas que los van a hacer volver a la poesía con más ganas. En los talleres hago todo el tiempo hincapié en la producción y en la lectura.
—¿Por qué?
—Creo que los poetas somos aliados. Siento una gran admiración por varios poetas.
—¿Cómo conviven en vos tu faceta de editor en Viajera Insomne con la de escritor?
—No mucho. Primero, no soy un editor típico. En Viajera Insomne, Jorge Núñez se encarga de toda la parte del diseño, del armado de los libros. Yo simplemente propongo autores. Quisiera publicar más cosas de las que puedo. Nada más que eso, es aportar mi mirada como lector. Una mirada, en lo posible, no tan prejuiciosa, ni fundamentalista. Soy bastante abierto.
—Hay un dicho dentro del mundo editorial que sostiene que “la poesía no se vende”, ¿por qué creés que pasa eso?
—A mí me gusta cómo se da esta especie de tribu. Es lo mejor que le puede pasar: deja que los escritores puedan escribir en libertad. Imaginate si una de las grandes editoriales te pone un gran dinero por tus libros. Puede producirte un desastre. Lo peor que le puede pasar a un poeta joven es que todo el mundo hable de él. Ahora, con las redes sociales es más complicado, porque ahí vos tenés un poquito de fama. Eso tiene un costo. ¿Qué puede aportarte a vos si lo que vos querés es escribir poemas? Es casi el efecto contrario, porque lográs que te conozcan, pero no por lo que vos escribís. Entonces es un desastre. ¿Qué escribe? No sé, ni él sabe lo que escribe. Un poeta no debería estar nunca en ese lugar. Y si lo está es porque ya pasó, ya escribió lo que tenía que escribir y no le va a afectar. Una edición, para mí, de un poeta joven, no debe exceder los 50 o 60 ejemplares. Son pequeños juegos en los que vas armando espacios con tus lectores. Con el paso del tiempo puede ser que haya despistados a los que les gusta lo que vos escribís. Antes estás vos solo con tu delirio y nada más.
Lo peor que le puede pasar a un poeta joven es que todo el mundo hable de él. Ahora con las redes sociales es más complicado, porque ahí vos tenés un poquito de fama. Eso tiene un costo. ¿Qué puede aportarte a vos si lo que vos querés es escribir poemas? Es casi el efecto contrario, porque lográs que te conozcan pero no por lo que vos escribís
—¿Estás en contacto con los ciclos de lectura?
—No voy ahora a tantos eventos, pero si voy la paso bien, me encuentro con amigos de la poesía, antiguos y nuevos. Me gusta ir a esos lugares. Si me invitan a mí a leer, lo que más me gusta es invitar a amigos. Yo soy muy tímido, entonces seguro que ese lugar de exposición me va a parecer un poco temerario. Si voy con amigos, ya no es tan importante lo que pase.
—¿Conocés el mundo de la poesía slam?
—No, ¿sabés que no? Me da un poco de temor, porque ahí son todos muy extrovertidos, son como actores. Me parece que ya es otra cosa, como un espectáculo donde la palabra cumple una función más teatral, más dramática que literaria. A veces no resiste la mirada literaria, sin embargo cumple un efecto inmediato interesante.
Si estás pasando momentos desagradables no importa, porque estás volviendo a tu casa y tenés poemas para corregir. No estás tan perdido, no estás tan solo. Si yo puedo tener un poema para trabajarlo, estoy a salvo.
—Por último, para alguien que le gustaría escribir poesía o se siente atraído por el género, ¿qué consejo le podrías dar?
—Que no confunda el medio literario con la poesía, son totalmente distintos. La relación con la poesía es un vínculo íntimo y es distinto en cada uno. Eso lo va a acompañar siempre. Si estás pasando momentos desagradables no importa, porque estás volviendo a tu casa y tenés poemas para corregir. No estás tan perdido, no estás tan solo. Si yo puedo tener un poema para trabajarlo, estoy a salvo. Pero, si yo hasta la última frase que escribí ya la publiqué, entonces no tengo nada a donde volver. Hay que cuidar ese espacio y saber cuando mostrarse y cuando no. Saber tener un secreto y disfrutarlo, que no todo se haga público.