El Gobierno, dijo la ministra Ena von Bäer, considera que lo más importante en este Bicentenario es la unidad nacional. Para reforzar ese sentimiento -agregó en un desayuno en La Moneda-, todos y todas cantaremos a las 12:00 horas del 18 de septiembre el himno nacional, porque el himno nos potencia.
Dondequiera que estemos, cantaremos: De cuello almidonado y mancuernas en el Tedeum, despertando en alguna fonda picante, durmiendo sobre el seno cálido de una meretriz madura, pateando piedras en Tilquilco, jugando a la pelota con los niños, o secuestrados en el fondo de una mina a 700 metros, nos pondremos todos firmes al mediodía y Puro Chile se ha dicho, sabiendo que de monseñor Errázuriz a Karadima, de Kenita Larraín a Alejandro Bohn, el coronel carabinero Miguel Ángel Castro y su banda de infiltrados en la marcha de la Anef, de La Dehesa y Cachagua a La Legua y Cartagena, Manuel Contreras y el Fanta, el comandante Ramiro y Juan Aliste, Rodrigo Hinzpeter y el lonko Víctor Queipul, estaremos unidos todos con el corazón henchido de Patria ¡Qué lindo!
No sólo eso. En el mismo espíritu de unidad, José Miguel Carrera será trasladado para que descanse junto a su presunto asesino, Bernardo O’Higgins, para que compartan ambos el título de libertadores frente a las micros en l Alameda. La ministra von Bäer dice que O’higginianos y carreristas están felices con este reencuentro post-mortem, aunque posiblemente no se atrevería -¿o tal vez sí se atrevería?- a afirmar que alguno de estos dos próceres rivales pudiese estar de acuerdo en compartir la eternidad ¿Qué diría Javiera Carrera, cuyos hermanos fueron todos asesinados y se fue a Montevideo a esperar que muriera O’Higgins? ¿Qué diría Manuel Rodríguez, el único guerrillero no ignorado en la historia patria, pero sí asesinado igual que muchos de sus continuadores modernos?
La unidad nacional sólo es posible donde existe una nación, o sea, gente que comparte el mismo origen, idioma, cultura y a veces el territorio. Yo sospecho que la Ministra confunde el concepto de Nación con el de Estado. El Presidente repite siempre que él está “orgulloso de ser chileno”, suponiendo que Chile conforma aquella unidad étnica que da identidad a las naciones, cosa que no ocurre en este territorio multinacional donde los únicos que no tienen nación son la mayoría aparente: Los descendientes de inmigrantes europeos que ni son aceptados allá, por sudacas, ni realmente los aceptan los de acá, por invasores. No tienen la nación, pero sí el Estado, y lo usan.
Y pensando sobre ese orgullo ¿Qué tiene que ver? Hace unos años, un presidente alemán occidental, Johannes Rau, escandalizó a todos en su país cuando dijo que no tenía el menor orgullo de ser alemán, por la sencilla razón de que nació alemán y por tanto no veía mérito alguno en eso. Rau, un socialdemócrata de derecha, argumentó que sólo se puede estar orgulloso de los logros propios, o colectivos, no apenas por haber nacido en algún lugar por decisión o accidente de otros. Casi lo lincharon al pobre Johannes sus compatriotas alemanes, como me lincharían a mí tanto en La Dehesa como en La Legua, por la misma causa.
Una venezolana observó una vez que las Fiestas Patrias en Chile equivalen al Carnaval del resto de los países del mundo: El momento en que la gente se une y se derrapa. Porque parece que en ninguna otra parte se celebra el día de la independencia con tanto entusiasmo, con vacaciones colectivas, borracheras continuadas y un gigantesco gastadero de plata durante dos semanas. Mucho menos se les conceden cuatro días feriados a los alemanes, franceses o israelíes, para hablar de alguna gente con agudo sentido de su propio valor nacional. Y en cambio, la fiesta pagana del Carnaval aquí pasa inadvertida.
Sería una buena experiencia tal vez internarse en las comunidades mapuche, o en los villorrios aimara del altiplano, este 18 de septiembre, a ver qué pasa a la hora señalada.
Por Alejandro Kirk
Polítika, primera quincena septiembre 2010
El Ciudadano N°87