¿Se ha preguntado usted, estimad@ lector@, por qué los medios de comunicación en general, y la televisión, en particular, muestran a las familias e hijos de los mineros atrapados en sus quehaceres diarios, a la espera de sus padres, hijos esposos, qué desayunan, cómo siente la esposa embarazada la ausencia de su marido, y la novia angustiada que aguarda el final feliz para contraer matrimonio con su pareja?
Seguramente, en las miles de imágenes que nos traen los matinales y noticiarios habrá usted llorado solidarizando con el niño hijo de minero –y probablemente condenado a seguir los pasos de su padre para sobrevivir, tal como lo hiciera su abuelo- que pregunta por su progenitor; muestra el último juguete que recibió en Navidad o relata, entre suspiros y sollozos, que hábiles editores de prensa saben manejar a la perfección, con música de fondo incluida, cómo su padre lo regaloneaba.
Tal bombardeo “informativo” apela directamente a lo emocional, cual copia de los testimonios de niños y niñas discapacitad@s en vísperas de la Teletón. Así, ¿quién no dona unos ahorrillos para tan noble propósito, sin cuestionarse siquiera que las megaempresas que explotan a miles de trabajador@s durante los 365 días del año, con salarios de hambre no desembolsan de su bolsillo onerosas dádivas sino que esos recursos los recuperan subiendo un peso por aquí y otro por allá al propio consumidor?
Lo emocional –tanto en lo que llaman amor como en la ira u otro sentimiento- es irracional, y priva al individuo de ejercitar su capacidad de análisis, mostrarse crítico, dubitativo o deliberante; y eso es aprovechado por sistemas políticos, dictaduras, gobiernos, poderes fácticos, empresas y creencias religiosas, entre otros, para manejar la mente de las personas. Es tanto el cúmulo de información que l@ ciudadan@s no tienen tiempo de detenerse a pensar, cuestionar, asimilar, digerir y expresar opiniones propias.
Durante los últimos meses, en el caso de Chile, hemos tenido hitos importantes. Desde un cambio de gobierno –no hablo de políticas económicas, pues no varían desde tiempos de Pinochet– pasando por terremoto, maremoto, accidente en la mina de Copiapó y, desde hace 80 días, una prolongada huelga de hambre de comuneros Mapuches.
En cada uno de esos sucesos, excluida la situación de los comuneros, lo emotivo, sensacionalista, amarillista e insulso ha primado por sobre lo verdaderamente relevante, pues más allá de declaraciones políticas variopintas en torno a la asunción de la derecha, en marzo, el énfasis se ha situado –a través de los medios de comunicación- en qué vestido usó la actual primera dama o cómo se enamoró del Presidente.
En el caso del terremoto y posterior tsunami, las responsabilidades políticas, mientras la Concertación aún estaba en el gobierno, se han ido diluyendo, así como la ineficiencia de la Armada, cuyo comandante en jefe debió renunciar y todavía ostenta su cargo; o el jefe de la Fuerza Aérea, cuyos helicópteros jamás llegaron a tiempo, pero sí quedó grabada a fuego en nuestra memoria la imagen de la bandera embarrada, las lágrimas del abuelo que buscaba en el mar a su nieto predilecto, el castizo acento del periodista Amaro Gómez-Pablo, cual policía, fustigando a pobladores u otras personas que aprovechaban el descontrol para llevarse harina, arroz o un plasma a su hogar. Jamás un cuestionamiento real a empresas constructoras que lucran con viviendas que se vinieron al suelo a meses de entregadas.
También nos recordaremos, por años, de la niñita –hija de un carabinero- que tocó la campana para advertir de la inminente llegada de la ola que acabó con la vida de isleños, pero no se investiga ni denuncia el abandono de esas personas, también chilen@s.
Todo lo anterior, forma parte de esa manipulación mediática, ya que nuestro cerebro está conformado de forma tal que almacena y oculta aquello que nos es desagradable, y destaca los “buenos recuerdos”, así como trabaja asociando ideas. De ese modo, terremoto y maremoto igual bandera con barro; Don Francisco igual Teletón, igual ídolo, igual representante bicentenario en cápsula que se abrirá dentro de un siglo; mineros atrapados lo relacionaremos con la novia que espera el niño que recuerda a su padre y la mujer embarazada de 3 meses, y no con la irresponsabilidad de los dueños del yacimiento, la explotación y la desidia de las autoridades.
¿Ha visto usted las lágrimas de niños y niñas mapuches y el temblor de sus cuerpos frágiles ante la irrupción, en sus modestas viviendas, de policías del Gope equipados como para una guerra nuclear?
¿Vio usted el terror en los ojos de ancianos mapuches golpeados y denigrados por esas fuerzas policiales y escuchó, entre sollozos, sus relatos?
¿Lloró usted junto a la madre de Matías Catrileo o de Alex Lemún, jóvenes mapuches asesinados por carabineros?; ¿oyó sus súplicas por justicia? ¡No!, porque la televisión no mostró esas imágenes ni grabó entrevistas ni apeló a lo emocional, “humanizando” a los actores principales de un drama que se arrastra por décadas.
Para la inmensa mayoría de l@s chilen@s, la huelga de hambre de comuneros mapuches pasa inadvertida. A lo más, la relacionan con “indios terroristas vinculados a las Farc, descolgados del FPMR o simplemente extremistas”, que es la caracterización entregada por la televisión, El Mercurio y el Gobierno.
Ellos, la Gente de la Tierra o Mapuches, son caricaturizados, estigmatizados e invisibilizados, y en caso que alguno de ellos fallezca de inanición, las imágenes que mostrará la televisión será de las manifestaciones, de la violencia que pueda desatarse como consecuencia de ese desenlace.
Por Enrique Fernández Moreno