Nación y novela

¿Es el Chile de hoy un país de verdad, un país moderno, en el cual las élites de turno en el poder entienden su propia realidad, tienen opiniones fundamentadas sobre nuestro pasado lejano y reciente y una visión clara del interés común para el futuro? La Concertación hacía creer que sí

Nación y novela

Autor: Wari

¿Es el Chile de hoy un país de verdad, un país moderno, en el cual las élites de turno en el poder entienden su propia realidad, tienen opiniones fundamentadas sobre nuestro pasado lejano y reciente y una visión clara del interés común para el futuro? La Concertación hacía creer que sí. Y también el equipo de Sebastián Piñera y los partidos y personas que lo apoyan y aprueban (se oye y se lee aquí y allí que cada día hay más personeros de la Democracia Cristiana que admiran al Presidente).

Me temo -somos muchos en temer, en saber, en ver-, que no es el caso, que el cuento inventado por la Concertación (el Chile de la “imagen país”) es una majadería de mal gusto que no ha convencido a nadie sino a ellos mismos. A la espera del cuento que terminará inventando la derecha tenemos que echar una mirada a sus bases ideológicas -UDI y RN esencialmente- y esas bases no son modernas. Se arraigan por una parte en la colonia (las élites gobernantes se ven ellas mismas como los descendientes directos de los gobernantes coloniales), por otra en el franquismo influenciado por Primo de Rivera y, por último, en el libre mercado friedmaniano considerado como palabra divina y dogma absoluto. En medio de todo esto, una concepción de la vida pública en la cual la religión católica es central, pero orientada por gurús, congregaciones o prelaturas como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei.

Ernest Gellner (1925-1995) enunció en Nations and Nationalism (1983) los criterios que distinguen a una nación de otras entidades sociales: La nación posee una cultura de masa hegemónica; la igualdad cívica está asegurada; existe una continuidad ideológica entre las élites y la población; cada individuo tiene conciencia de formar parte de la nación; el territorio percibido como un bien común; la economía nacional es privilegiada frente a los intercambios internacionales. Gellner fue durante mucho tiempo un profesor eminente de la London School of Economics -que no es una guarida de flaites, ni de marxistas ni de mapuches-, y luego director del Center For the Study of Nationalism creado en Praga con fondos del multimillonario George Soros que, hasta donde se sabe, tampoco ha financiado nunca ningún organismo de izquierda. Judío nacido en París, crecido en Praga y cultivado en Oxford, Gellner es uno de los mayores pensadores modernos de la idea de nación, fundamento de las democracias del mundo occidental.

Basta confrontar los criterios de Gellner con la realidad chilena para entender que Chile es un país estancado en esquemas mentales arcaicos (el más reciente, el libre mercado desregulado, acaba de caducar hace dos años) e infecundos a la hora de pensar en serio el futuro del país. No hay en Chile una cultura de masa hegemónica. La élite tiene sus escuelas, sus deportes, sus códigos sociales y culturales que no comparte ni tiene la intención de compartir con nadie. La clase media, por modesta que sea, desprecia a las más pobres que ella: los famosos “flaites”, la casta de los Intocables en Chile. ¿Vale la pena hablar de los militares, casta aparte que se auto-reproduce, o de los Mapuche?

Dada esta innegable realidad, la igualdad cívica es una burla precisamente porque no hay continuidad de ideas ni de concepciones entre las élites y la población. Los Mapuche y otros pueblos “originarios” de Chile no tienen conciencia de formar parte de la nación porque los gobernantes nunca hicieron nada para ello. El territorio es percibido cada día menos como un bien común. Se vende, se alquila, se va deshaciendo. Y por último, en Chile, desde hace treinta años, nadie ha privilegiado la economía nacional frente a los intercambios internacionales.

País no moderno, país estancado en fantasías, algunas primitivas y otras odiosas, un poco como la famosa “novela familiar” de Freud, que es la fase en que un niño piensa que su padre no es su verdadero padre, o que sus padres no son su verdadera familia, y que en realidad es un huérfano. Es probable que Freud la califique de “novela” por no ser ni un estado permanente ni una verdad objetiva. Vamos a tener, pues, que sentar la esperanza que Chile sigue viviendo una enfermedad infantil.

Por Armando Uribe Echeverría

Polítika, primera quincena septiembre 2010

El Ciudadano N°87


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano