Recuerdos del horror: a 39 años de su detención por la dictadura cívico militar argentina, Adolfo Pérez Esquivel cuenta su historia

El Premio Nóbel de La Paz en 1980 realizó durante el día de ayer una charla en la que relató su detención por parte de la dictadura cívico militar el 4 de abril de 1977. "Pensaba que eran los últimos momentos de mi vida" señaló. "Cuando Argentina hacía un gol todos gritaban: torturadores y torturados", recuerda sobre el Mundial de Fútbol de 1978. Las tramas del Plan Cóndor, la presión internacional para su liberación y el sobrevivir a un vuelo de la muerte, en este emotivo relato.

Recuerdos del horror: a 39 años de su detención por la dictadura cívico militar argentina, Adolfo Pérez Esquivel cuenta su historia

Autor: El Ciudadano Argentina

Recuerdos del Plan Cóndor

El Plan Cóndor fue un operativo militar encabezado por las dictaduras del cono sur de Latinoamérica para detener, torturar y hacer desaparecer a miles de personas que escapaban de las dictaduras de su país. Pérez Esquivel lo experimentó en carne propia durante el año 1976 en Ecuador. Así, lo relataba:

«Cuatro días después del golpe del 24 de marzo de 1976 en Argentina yo tenía programado un viaje. Quise cancelarlo pero me insistieron en que vaya para denunciar lo que ocurría aquí. En Berna, Suiza, nos enteramos que habían detenido a todos los integrantes del Serpaj, entre ellos mi hijo mayor Leonardo. Ahí comenzamos una campaña muy fuerte en Naciones Unidas y logramos que los pongan en libertad a los dos días. Antes robaron archivos, dineros, todo. Pudimos sacar a mi tres hijos gracias al apoyo de la Embajada de Austria. Estuvieron 15 días refugiados allí y el embajador no se fue hasta que no cerraran la puerta del avión.

Luego me invitan a Ecuador para que vaya a una reunión de Obispos comprometidos en América Latina como asesor. Luego podía quedarme como misionero para trabajar con las comunidades indígenas. Yo estaba muy contento porque al final volvíamos a América Latina, mi lugar.

El 9 de agosto empezamos el encuentro, cuatro días después de que el 5 nos enteráramos de la muerte del cura Angeleri en La Rioja por parte de la dictadura. Tres días después, el 12 de agosto, vemos por la ventana que avanza un batallón con armas largas, máscaras, una invasión a la Casa de la Santa Cruz y vamos todos presos. Nos acusaban de una reunión subversiva. Eso era un operativo del Plan Cóndor contra la gente más comprometida de la Iglesia latinoamericana y Ecuador estaba bajo la dictadura de Guillermo Rodríguez Lara.


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La detención en la dictadura cívico militar en Argentina

Ya de regreso en Argentina, por decisión familiar, Pérez Esquivel intenta seguir con sus funciones como defensor de los Derechos Humanos  y la profundización en la lucha por la igualdad de derechos de los pueblos latinomaericanos.

«En Serpaj veníamos trabajando con refugiados latinoamericanos como chilenos uruguayos y también argentinos que tenían que salir del país, porque la violencia no comenzó en 1976, sino mucho antes. Con la Alianza Anticomunista Argentina, La Triple A, ya había desaparecidos, muertos, torturados.

El 1977 cuando voy a renovar mi pasaporte me detienen. Me llevan a la Superintendencia federal y me ponen en un tubo: un calabozo del tamaño de una mesa donde había una colchoneta con un olor inmundo, donde no entraba luz, nada. Allí funcionaba un centro de torturas.  Lo que más me impresiona es que escrito en una pared, de tamaño muy grande, había pintada una cruz esvástiva y escrito «nazionalismo»

De noche había mucho ruído. Era un grupo de mujeres que las sacaban de ahí y porque, como había Estado de sitio, ni bien salían a la calle, eran chupadas por la dictadura cívico militar. Yo les pasé la dirección de un convento que estaba muy cerca para que corrieran ahí y no las secuestren.

 


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Con cada recuerdo que se le viene a la mente, Pérez Esquivel pone una mirada profunda y recorre la cara de los presentes. No fueron pocas las imágenes que nunca podrá borrar ni las personas que se cruzó en el centro de torturas donde estuvo apresado. Continúa relatando:

«En ese centro de torturas pasaron muchas cosas. Para ir al baño tenías que golpear la puerta muy fuerte para poder ir al baño. En uno de esos momentos que me abrieron la puerta y entró luz, pude ver que había muchas inscripciones. La que más me conmovió era una mancha de sangre enorme que había en la pared. El o la prisionera que había pasado antes por ahí había escrito con su propia sangre: «Dios no mata». Nunca vi un acto de fe tan tremendo.

Amanda se entera que yo estaba ahí porque un oficial se lo dice. Hasta ese entonces yo era un desaparecido más. Gracias a las gestiones también de Oscar Labruna, un obispo de San Isidro. En el lugar donde me reúno con ellos había torres enormes de sal gruesa. La usaban para frenar las hemorragias. Algo que es de un dolor tremendo, una tortura muy cruel.

Por allí pasaron Daniel Divinsky, de Ediciones de la Flor y su mujer, el director del Buenos Aires Herald -Robert Cox-y la familia Graiver, entre otros.


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Sobrevivir a un vuelo de la muerte

Los denominados «vuelos de la muerte» era un mecanismo que tenía la dictadura cívico militar en Argentina para asesinar y deshacerse de los cuerpos de las personas torturadas y detenidas en los centros clandestinos. Consistían en arrojar los cuerpos dormidos debido a una droga que se les inyectaba y tirar los cuerpos con vida al Río de La Plata. Esto fue confesado por el ex militar Adolfo Scillingo, quien rompió el pacto de silencio que envuelve a todos los militares que participaron del golpe, y detalló su funcionamiento al periodista Horacio Verbitsky durante los primeros años de la década del 90.

Adolfo Pérez Esquivel iba a ser ejecutado de esa manera, pero una orden de último momento cambió su destino. Así lo relata el Premio Nóbel de la Paz de 1980:

«El 5 de mayo de 1977, la guardia me abre la puerta y me dice que salga. De allí me llevan a las oficinas y me devuelven las cosas que me habían quitado: el cinturón, los cordones de los zapatos, etc. Aparece gente uniformada y me dice que me van a trasladar, sin darme detalle. Me meten en un camión celular esposado y luego de dos horas de dar vueltas termino en el Aeródromo de San Justo. Me hacen subir a un avión pequeño.

Yo sabía que a los prisioneros los tiraban al río. Había vuelos de la muerte: 15, 20 prisioneros por vez eran arrojados. Allí me encadenan las piernas y los brazos en el asiento trasero del avión. Adentro viajaban: el oficial, el sub oficial, dos guardias más, el piloto y el copiloto. El avión empezó a dirigirse al Río de la Plata y a dar vueltas.

En un momento veo que el oficial saca una caja. Yo sabía que a los prisioneros les inyectaban Pentotal para adormecerlos y poder arrojarlos sin resistencia. Lo único que yo hacía era rezar y pensar en la familia, ese día hacía mucho frío. Pensaba que eran los últimos momentos de mi vida.

En un momento, el piloto se acerca al oficial y le dice: «Tengo orden del comando de llevar al prisionero a la base aérea de El Palomar».  Estuve dos horas esperando, sin poder moverme ni ir al baño a que los oficiales regresen. Cuando eso ocurre, el oficial me dice: «Póngase contento, lo llevamos a la U9». Nunca pensé que me iba a poner contento por ir a una cárcel, pero eso quería decir que me iban a blanquear y a no asesinarme tirándome del avión.

Para mí siempre fue un interrogante el porqué no me tiraron. Después me enteré que había una campaña internacional muy fuerte por mi liberación. Entre ellos estaba la familia Kennedy, la conferencia episcopal de Estados Unidos, muchísimas organizaciones europeas. Por eso no me tiraron, hubiese estado en la lista de desaparecidos tirados al río. Muchos cuerpos llegaron a la costa de Uruguay. Eso todavía no se investigó.


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El largo camino a la libertad

Luego de esquivar la muerte por minutos, Pérez Esquivel continuó detenido por la dictadura cívico militar durante más de un año. La presión internacional y la prensa que venía al país por el Mundial de Fútbol de 1978 favorecieron a que fuera liberado. Así lo recuerda:

«Allí no fui tan golpeado. Tuve un trato más liviano. Sí escuchaba los gritos de los torturados. A mí me dolía sentir como torturaban a los demás que cuando lo hacían conmigo. Eso es tremendo.

Durante toda mi detención estuve pensando mucho sobre Mahatma Gandhi y Martin Luther King, quienes abogaban por la resistencia no violenta. Los dos fueron luchadores hasta el último aliento de sus vidas. Dentro de la prisión podía reflexionar sobre eso. Fue un aprendizaje estar preso.

Allí me hice un método, porque no podíamos hacer casi nada. Durante el día, antes de que la guardia nos despierten, hacía meditación y tiempos. También hacía yoga, siempre en un espacio muy pequeño.  Si nos encontraban haciendo ejercicios nos mandaban a la celda de castigo.Después tener tiempo para analizar la situación. Ahí pasé 14 meses. Había compañeros que estaba muy mal, destruidos psíquicamente: la guardia podía pasar en cualquier momento a requisarnos, a golpearnos.


 

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«Ya estando en prisión me dan el Memorial Juan 23 de la Paz. Lógicamente la guardia miraba quién era el tipo que lo había recibido y me tenían zumbando. Cuando empecé a ser candidato al Premio Nóbel, yo todavía estaba en prisión. A veces me cruzaba a Alfredo Bravo, que también estaba preso ahí. Se acercaba el Mundial de Fútbol del 78 y Alfredo y yo éramos los casos más conocidos por la prensa internacional.

Dos días antes de la final Argentina Holanda me sacan en libertad. Cuando salgo veo un Ford Falcon verde y Raúl Guglielminetti, alias mayor Guastavino, me lleva al primer cuerpo del Ejército. Me dice: «Hay muchos amigos en el Mundo que piden por su liberación». Me tienen a un costado y tras controlar todo me llevan a mi casa, pero me dicen: «Va a estar con libertad vigilada. No puede irse de esta zona restringida». En mi casa no me esperaban, estaban asombrados. Al día siguiente compramos un televisor chico para ver la final, que todavía lo tengo. Un día va a verme Joan Manuel Serrat, hasta los policías le pedían autógrafos.

Lo que más recuerdo del Mundial de Fútbol y cuando todavía estaba preso, había un parlante que pasaba los partidos. Cuando Argentina hacía un gol todos gritaban: torturadores y torturados, se miraban con alegría. Era algo casi surrealista. Lo mismo pasó con la guerra de Malvinas. No sabía como explicarle a la gente de otros países que el pueblo no apoyaba a la dictadura.


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Fotos: Gustavo Yuste


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