El Arte nos deja varios artistas que en su momento rompieron con los estándares del arte clásico para mostrarnos otro lado del mundo. Es el caso de Yayoi Kusama (1929), quien proviene de una familia japonesa de clase alta. Desde pequeña, ella supo que el arte era su misión y salvación en la vida.
Expuso en su tierra, pero buscaba algo más y lo encontró al mudarse a EE. UU. En plena época de fervor psicodélico, comenzó una etapa de performance, instalaciones, carta abierta a Nixon con propuesta de sexo a cambio de terminar con la guerra de Vietnam y demás manifestaciones artísticas que catapultaron a la joven de Yayoi.
La vida de esta mujer fue compleja desde pequeña: su madre la utilizaba para seguir a su padre que iba a burdeles y después obligaba a su pequeña hija a describir los actos sexuales del hombre con geishas. Estas historias siempre terminaban mal. Y con esta herida abierta, a Yayoi se le dificultó tener relaciones sexuales. Solo logró mantener una relación sentimental con el artista americano Joseph Cornell, pero sin llegar a la intimidad.
A principios de los 70, Kusama regresó a Japón y empezó a sufrir problemas psiquiátricos que la exiliaron del mundo para refugiarse en un hospital. En varias entrevistas, ha dicho «Si no fuera por el arte, yo me habría quitado la vida hace mucho tiempo». Con esta declaración, Yayoi selló su relación con el arte para siempre.
Sus obras siguen vigentes, y en la actualidad su arte sigue llegando a muchos espectadores que esperan cada salida de Yayoi para enriquecerse con sus lunares intensos, puntos gigantes que son coronados con colores que dejan a la imaginación volar. Imposible no querer conocer y admirar a la gran Yayoi Kusama.
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