En la historia, como en la vida, los viejos no pueden volver a ser jóvenes: la Concertación está completamente senil y con las secuelas que implica tal condición. En esta etapa de la vida lo único que resta es el recuerdo de los momentos estelares de la existencia.
En la política, el triunfo del plebiscito de 1988 representó el clímax de la capacidad de los opositores a la dictadura para movilizar grandes mayorías populares en pos de poner fin a una repugnante tiranía; de ahí para adelante la Concertación de Partidos por la Democracia fue perdiendo toda capacidad para relacionarse con la sociedad civil. En 22 años, esta combinación ha bajado del 57% al 29% -cifra obtenida por Eduardo Frei en la primera vuelta de la elección presidencial de 2009-.
Voluntariamente o asustada frente al poder de la derecha, la Concertación fue abandonando todos los ideales que hicieron posible el triunfo del NO: se limitó a humanizar el modelo económico neoliberal; mantuvo la misma Constitución dictatorial, a la cual le agregó el reencauchaje de Ricardo Lagos y sus ministros; nunca se atrevió a cambiar el sistema impositivo – si bien es cierto, aumentó la cobertura escolar, ésta siguió siendo de pésima calidad y promotora de la segmentación social -; se transformó, de una combinación de centro-izquierda, en una agencia de reparto de empleos públicos, dirigida por los cuatro presidentes de los partidos que integran esa combinación, y muchas otras fallas.
En estos días se ha develado cómo el gobierno de Ricardo Lagos, para conseguir un magro 3% de royalty, enajenó el poder soberano de Chile manteniendo una invariabilidad tributaria, hasta el 2017, y la presidenta Michelle Bachelet aplicó, nada menos, que la brutal y discriminatoria Ley Antiterrorista a los 34 comuneros mapuches. En el fondo, la Concertación se convirtió en una fábrica de nuevos ricos, de plutócratas de nueva ola que en nada se diferencian de la derecha política. Es por esta razón que el pueblo los expulsó del poder.
El Chile heredado de la Concertación se caracteriza por la segmentación de los diversos campos de la vida nacional: cuatro familias son dueñas de las empresas que se cotizan en la Bolsa; los empresarios quizás estaban más contentos con los presidentes de la Concertación que con el ahora presidente Piñera.
Como dice el Evangelio, “no sirve para nada envasar vino nuevo en odres viejos”: los nuevos dirigentes de los cuatro partidos de la Concertación, aun cuando más jóvenes cronológicamente que los antiguos, han heredado las mismas mañas que sus ancestros; nada más ridículo que el intento de Ignacio Walter, de resucitar los ideales falangistas en una Democracia Cristiana, hoy corrupta, e incapaz de sobrevivir sin los pititos del Estado. A veces pienso que estos jóvenes “lobos” son peores que los antiguos gerontes.
Si no aprovechamos el 5 de Octubre para enterrar a la Concertación y buscar la fundación de una nueva mayoría que, por cierto, abomine de los vicios de la vieja política y sea capaz de emprender una revolución ciudadana, arriesgamos la permanencia de la derecha en el poder o, en el mejor de los casos, una crisis de representación que, como en muchos países de América Latina, ponga fin al viejo y podrido sistema de partidos políticos.
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
04/10/10
Fuente: www.elclarin.cl