La personalidad artística de Odilon Redon está muy ligada a sus primeras experiencias vitales. Bertrand-Jean Redon —cuyo apodo de Odilon deriva del nombre de su madre, Odile— nació en Burdeos, en 1840. Su familia acababa de regresar de Nueva Orleáns, donde su padre había hecho una pequeña fortuna. La mítica imagen paterna de un aventurero libre y decidido contrasta con el carácter ensimismado y soñador del pintor, poco proclive a la acción. Esta personalidad se fraguó en su infancia, que transcurrió en la campiña francesa. Sus problemas de salud hicieron que el pequeño Odilon abandonara el hogar familiar para residir, confiado a un viejo y bondadoso tío, en Peyrelebade, en el saludable ambiente del campo.
Para este «ser flotante, contemplativo, completamente arropado por sus sueños», la vuelta a Burdeos a los once años para comenzar a ir a la escuela constituyó un duro golpe. Intentando vencer el hastío que le provocaba la sordidez de su nueva vida, el joven se refugió más que nunca en su mundo interior. En estas fechas tuvo intensas experiencias estéticas, en ocasiones teñidas de ciertas dosis de arrebato místico.
Asimismo, aparecieron ya unas inquietudes creativas que se concretan en la realización de copias de grabados de la época y en la práctica de la escultura. A los diez años recibió un premio de dibujo en la escuela. A los quince años, empezó el estudio formal del dibujo, pero la insistencia de su padre lo hizo cambiar a la arquitectura. Su incapacidad para pasar los exámenes de entrada en la École des Beaux-Arts de París terminó sus planes para la carrera como arquitecto, aunque brevemente, allí estudió pintura con Jean-Léon Gérôme, en 1864.
Dos personajes ejercieron una influencia poderosísima en el largo período de formación como artista de Redon. El primero es el acuarelista Stanislas Gorin, un pintor romántico que, como profesor particular de dibujo, desarrollaría un magisterio benévolo y enriquecedor, transmitiéndole su interés por artistas que habrían de ser esenciales en la conformación de su estilo, como Corot, Millet y, sobre todo, Delacroix. De esta época es también el primer contacto de Redon con la obra inicial del que habría de convertirse en otro de los grandes del simbolismo, Gustave Moreau. Si Gorin le abre los ojos al arte, un curioso personaje con el que le unirá una gran amistad, Armand Clavaud, se los abrirá a la literatura y la ciencia; biólogo dotado de una extraordinaria erudición, se sentía fascinado por el mundo de los seres microscópicos, ámbito en el que se diluyen las barreras entre lo animal y lo vegetal. Clavaud, de quien Redon diría que era «tan sabio como artista», le inició a la literatura contemporánea, especialmente a la obra de Flaubert, Baudelaire y Poe, así como al misterioso mundo de la poesía hindú. Como Gorin, Clavaud admiraba vehementemente a Delacroix. Tras un penoso episodio —que el artista definió en términos de «tortura»— en la Escuela de Bellas Artes de París, donde su espíritu libre chocó con el rígido academicismo de su profesor Gerome.
De regreso en su natal Burdeos, estudió escultura y conoció al personaje que mayor influencia habría de ejercer en su formación, Rodolphe Bresdin, que lo instruyó en el grabado y la litografía. Artista dotado de una prodigiosa imaginación, dejaría en el pintor bordelés una huella profunda. Las primeras obras de Redon están directamente inspiradas en el mundo de las imágenes alucinadas de Bresdin y en su deseo de trascender de la mera representación de la apariencia física de los objetos. Su carrera artística fue interrumpida cuando se incorporó al ejército para servir en la guerra franco-prusiana de 1870. Hacia 1874 puede decirse que la formación del pintor ha concluido: con treinta y cuatro años se halla en posesión de un estilo plenamente personal.
Al final de la guerra, se trasladó a París, y trabajó casi exclusivamente en carbón y litografía. Llamó a sus obras visionarias, concebidas en tonos negros, su noirs. No sería hasta 1878 que su obra gana reconocimiento por Guardián del Espíritu de las Aguas, y publicó su primer álbum de litografías, titulado Dans le Rêve, en 1879. Aún así, Redon permaneció relativamente desconocido hasta que la aparición en 1884 de una novela de culto de Joris-Karl Huysmans titulada À rebours (contra la naturaleza) auténtica «biblia» del decadentismo finisecular, una historia donde aparece un aristócrata decadente que colecciona dibujos de Redon.
Admirador de Poe, su relación con la literatura le llevaría a ilustrar varios libros de su amigo Baudelaire. También mantuvo una estrecha relación con científicos como Armand Clavaud (quien le hizo estudiar anatomía, osteología y zoología), o Charles Darwin. Todas estas influencias se reflejarían en su trabajo.
En 1884 fue uno de los fundadores del Salón de artistas independientes, para poder exponer con libertad, separadamente del Salón oficial de París.
La nota que caracteriza la producción de Redon durante los tres lustros que van desde 1875 al 1890 es la total supresión del color. Litografías, dibujos a lápiz y, sobre todo, a carboncillo constituyen un conjunto que Redon denominó Los Negros. En un escenario artístico como el francés de los años ochenta, totalmente dominado por el color, la sombría austeridad de esta obra no podía encontrar muchos compradores. No obstante, la publicación de carpetas de litografías, de una tirada no superior a los cincuenta ejemplares, contribuyó a la expansión del círculo de sus clientes. Entre estos iniciados se encontraban Stéphane Mallarmé, el más notable de los poetas simbolistas.
En 1890, Redon regresó al mundo del color. En un artista que concibe el arte como una síntesis entre los estímulos de la realidad exterior y el mundo interior, no es difícil relacionar las mutaciones del estilo con los avatares de su vida privada: si el momento más oscuro de su producción, a mediados de la década de los ochenta, había coincidido con las muertes de una hermana, de su primer hijo antes de cumplir un año, y de su amigo Hennequin, el nacimiento de su segundo hijo, An, sin duda influirá en la nueva vitalidad que desprende su obra a partir de 1890.
La obra de Odilon Redon se inicia en curiosa oposición a la corriente impresionista dominante en su época. Mientras los impresionistas experimentan con el color, Redon trabaja en una extraordinaria serie de dibujos y litografías que él mismo llamaría «Los Negros», como dijimos. «Toda mi originalidad consiste en dar vida, de una manera humana, a seres inverosímiles y hacerlos vivir según las leyes de lo verosímil, poniendo, dentro de lo posible, la lógica de lo visible al servicio de lo invisible», dijo él. Así, Redon da rienda suelta a su fantasía, entremezclando mitos paganos con materialismo científico, animales imaginarios con maquinaria de la Revolución industrial. En su iconografía poética de lo corriente derivado en extravagante y místico se halla la clave tanto del entusiasmo suscitado por su trabajo en contemporáneos como los Nabis como de su futura consideración como precursor del surrealismo.
Tengo a menudo, como ejercicio y como medio de subsistencia, pintar ante un objeto hasta los accidentes más pequeños de su aspecto visual; pero el resultado me deja triste y con una sed insatisfecha. Al día siguiente, abordo la fuente de la imaginación, a través del recuerdo de las formas y entonces mi ánimo está más tranquilo y sosegado.