El ex empleado de la Asociación Nacional de Canales de Televisión (ANATEL) y actual ministro de Transportes y Telecomunicaciones, René Cortázar, ha dilatado la decisión sobre el modelo tecnológico para la televisión chilena. El objetivo es incorporar cuestionables estudios hechos a última hora que apoyarían la opción norteamericana, por sobre la europea y japonesa. Más allá de la discusión de una norma técnica, los chilenos estamos hartos de la televisión abierta. Para incorporar más voces al debate, El Ciudadano conversó con el investigador de la Universidad de Chile y ARCIS, Carlos Ossa, quien se ha dedicado a indagar en los fenómenos comunicacionales, la construcción de subjetividad e imaginarios culturales. Ossa compiló el libro La Pantalla Delirante y es miembro del consejo editorial de la Revista de Crítica Cultural.
– ¿Qué le parece el rol de la TV durante la transición?
– La construcción de una industria cultural, que durante la dictadura tomó forma de una cultura totalitaria de masas, con los gobiernos de la Concertación se transformó en un modelo de disciplinamiento a través de la vida cotidiana. La televisión juega en esto un papel extremadamente relevante, al ser la encargada de consignar, ejemplificar y movilizar las prácticas cotidianas que son la extensión de la modernización neoliberal. La televisión se vuelve el lenguaje de la modernización en la vida cotidiana. Lo que empieza a hacer la televisión chilena en su aparente homogeneidad, en su inclusión heterogénea, en su diversidad y en su pluralismo, es lo que podríamos llamar un sistema de vigilancia desjerarquizado. Es hacer de la entretención, aunque suene extremo, un símil del panóptico. La televisión es el vocabulario de la modernización tecnoliberal que apunta a capturar la subjetividad cotidiana para que ésta tenga como único propósito político su inclusión social en el mercado. Es un régimen biopolítico que adiestra a los cuerpos a un solo y particular tipo de deseo, además restringe, persigue, reprime y moraliza todas las transgresiones a ese proceso.
– Un profeta de esto fue Don Francisco, regalando cocinas, lavadoras, televisores y autos en los ’80.
– Por supuesto, todavía no se escribe toda la historia de la televisión chilena. Falta indagar en esta etapa de la industria cultural occidental, que en Chile se conforma bajo la modalidad de una cultura de masas totalitaria, con personajes que aparentemente sólo entretenían nuestras grises tardes, como Don Francisco, el Japening con Ja o la Cuatro Dientes. En rigor, ellos modelaron los imaginarios estéticos de una sociedad que avanzaba de manera irreversible hacia la transformación estructural de la subjetividad y del orden.
– Don Francisco puso la felicidad en las cosas.
– Y los cómicos agregaron su cuota naturalizando y neutralizando la dimensión subversiva o resistente del mundo popular que terminó siendo colocado en una condición plebeya y sexista. Fue todo un proceso no planeado en su conjunto, pero que obedecía a que el acceso a las cosas fuera en ese orden. Lo que estuvo en juego es que el peor lugar en que tú podías estar es fuera del orden, porque fuera del orden estabas desaparecido.
– Una representación problemática, que aún causa temblores.
– La figura del desaparecido, del degollado, del quemado si uno hace la cronología de como fueron castigados los cuerpos durante la dictadura y estos son repuestos en democracia, se pueden relacionar con la imagen del hermoseamiento, de la cirugía plástica. Simbólicamente se está cauterizando aquella herida política.
– El no hacer nada y decir que es un tema de tribunales la barbarie de los detenidos desaparecidos, ¿no opera entonces para la coalición gobernante como el tema en suspenso a traer cada vez que se necesite reinventar el guión de partidarios y detractores de Pinochet? Así la impunidad permite a la Concertación mantener un guión en el que la derecha es un enemigo cruel, manteniéndose a sí misma como la única alternativa posible.
– Sí, la suspensión termina siendo esa negociación oscura y silenciosa que tiene al desaparecido como el imaginario de la diferencia y que crea fantasmagóricamente algo así como una superioridad política de la Concertación respecto de la oposición. Es parte de la fantasía.
TELE Y POLÍTICA
– ¿Qué rol tiene en esto la coalición gobernante?
– La Concertación es básicamente la dimensión administrativa y ejecutiva de una sociedad del control. No es más que el capataz del neoliberalismo. En el fondo toda su estructura de partidos está hecha de una política funcionaria, destinada a favorecer sobre un principio de realismo cuestionable, el desarrollo de una estrategia en que la economía es la que decide la configuración de la política. En este entramado, el horizonte no es el país, sino que en muchos casos fortunas personales, sean estas simbólicas o materiales.
– La representación de la política en televisión no es la discusión respecto del tipo de sociedad, sino que las noticias acerca de lo político se centran en las aspiraciones presidenciales de determinados personajes, sus traiciones, rencillas o pactos sonrientes.
– La política del consenso lo que hizo fue historizar su propio fin como el destino de la sociedad. Para eso necesitaba destruir el espacio público como lugar de interpelación entre la política y la sociedad, lo que nos dejó que en el fondo no haya lenguaje. Esto se traduce en distintos tipos de respuesta, como la asistémica, la anarquista, la indiferente, el desprecio o la ironización. La prensa sólo muestra la dimensión política institucional, o sea, las relaciones formales que vienen en modo de noticia a reiterar de manera ensimismada y casi tautológica las condiciones del acuerdo pactado. Los periodistas que trabajan en política de modo consciente o inconsciente, terminan por testimoniar los límites del acuerdo. No están produciendo periodismo político, sino que relaciones públicas.
– Pero también están los ‘otros’ personajes, vistos desde cámaras espías o a través de un periodista que acompaña a la policía. Todos los canales recurren a las imágenes de las cámaras de televigilancia o espían prácticas de sobrevivencia cotidiana, sean vehículos que no pagan el Tag, gente que toma remedios sin consultar al médico o a los que se echan al bolsillo un queso en el supermercado ¿Por qué ese énfasis en las pequeñas ilegalidades?
– Lo que aquí está en juego es un periodismo normativo que en muchos sentidos se ha terminado convirtiendo en la policía simbólica del neoliberalismo. ¿A quién persigue? Justamente toda aquella actividad no autorizada por lo político termina criminalizada y ejemplificada como un desorden que amenaza la estabilidad. Centrar las noticias en todas esas marginalidades, en esas anécdotas, en aquellos ilícitos caseros tiene una eficacia poderosa: invisibiliza el hecho de que la corrupción en Chile no está asentada en las capas populares, ni en las medias, sino que en la elite.
– ¿Ves algún grado de cansancio?
– El cansancio no va a ocurrir ni en el campo simbólico ni el comunicacional. Ocurre en ciertos modos en que la subjetividad se relaciona con el orden, por ejemplo, la apatía política es una de esas formas en vez de ser un desistimiento. Habría que advertir que lo que hay es un repliegue hasta cierto sentimiento de no sociedad, que se traduce en expresiones diversas como los ilegalismos o el crimen pasional. La gente no va a apagar el televisor, al contrario, va a querer seguir viendo televisión, porque ésta virtualiza diariamente la vida cotidiana.
OBNUBILACIÓN POR ENCUESTAS
– Para el embeleso de participación se recurre mucho a las encuestas aplicadas en todo orden de cosas, las que en Chile casi siempre terminan arrojando resultados extrañamente parecidos a las pretensiones de los grupos de poder.
– Las encuestas vienen a ser una técnica de autolegitimación, en el que la abstracción más dramática de la representación social, termina transformándose en el indicador. Así lo social es un mero supernumerario no más, además de que la lectura periodística que se hace es adolescente. Se trafica posicionamientos como tendencias, lo que implica un errático manejo sociologizante del número con pretensiones cuantitativas. Es el ejercicio de un orden que disciplina desde la cuantificación. En ese plano los periodistas no son más que el conjunto de tecnócratas que tienen como tarea organizar el temario.
– La situación antes descrita exige una analítica más fina que no se ve en las universidades chilenas. ¿No estaremos quedando cortos en la capacidad de generar saberes que verifiquen el proceso que estamos viviendo?
– Creo que Chile es uno de los países más atrasados en investigación y comunicación que hay en América Latina. La comunicación en Chile es una disciplina cientificista y no un modo transversal de pensar la sociedad. Hoy importa saber si los encuestados a través de los focos group están diciendo la verdad o si la representación que se hace en las teleseries de ellos coincide con los seres imaginarios. Más allá de advertir ciertos pisos culturales y simbólicos, no nos dice mucho respecto a las negociaciones que hacemos diariamente. Hace falta investigación creativa y crítica respecto a los dispositivos comunicacionales.
– ¿Qué le parece el análisis sobre televisión que se hace en Chile?
– Lo que se llama aquí crítica de televisión no es más que un moralismo ilustrado que se siente invadido por la masificación del mal gusto, del cuerpo pletórico que espectaculariza y al mismo tiempo contrae la mirada. En el fondo es una cultura de masas que ha industrializado sus proyectos de seducción que se corresponde con la ausencia de una teoría sobre el espectáculo limitada a pensar que es sólo un show y que la seducción es grosera. No hemos entendido la televisión, los críticos de la televisión la miran con desprecio y arrogancia, más bien tienden a proyectar su propia incomodidad moral.
Mauricio Becerra