El arte, única respuesta a los ciegos

«La pintura fue mi primera pasión, desde la niñez, cuando aún no sabía leer ni escribir», ha dicho Ernesto Sábato, el célebre escritor argentino. Sin embargo, hoy en día, se lo conoce como escritor, más que como pintor o incluso científico. Aquí traemos un breve ensayo sobre las búsquedas expresivas de este hombre atormentado.

El arte, única respuesta a los ciegos

Autor: Lucio V. Pinedo
por qué gritará

¿Por qué gritará?, pintura de Ernesto Sábato

Con Abaddón el exterminador, su tercera novela, que acabó en 1974, pone fin a su producción literaria. Ernesto Sábato abandona poco después la escritura. Aún publica diarios y reflexiones breves, pero ha dejado atrás sus grandes novelas y ensayos. Una grave enfermedad en la vista le impide leer y escribir desde 1979.

Ahora, casi ciego y muy mayor, pinta. Se levanta muy temprano, a las cinco, y pinta cuadros de un expresionismo atroz con rojos, azules y, sobre todo, negros, como la última de las manifestaciones de su gran obsesión: el hombre, el conocimiento de la realidad última del hombre que permita liberarlo. Son rostros ciegos, mutilados, con grandes cavidades en los ojos y la boca, de cabezas enormes y cuerpos escuálidos, pálidos y deformados, como estirados en una mueca de miedo y dolor, que remiten a Münch y al infierno del hombre contemporáneo. Rostros anónimos y otros conocidos, más serenos, que son un homenaje a aquellos autores con los que se siente en deuda: Dostoievsky, Nietzsche, Virginia Woolf, Sartre o Kafka. Aquellos que le precedieron en su camino.

En 1985, plasma con insistencia sobre tablas a un alquimista de desorbitados ojos amarillentos y tez verdosa, de rasgos muy marcados, junto al fuego, con alambiques y retortas en una mesa, y también un cuaderno o un libro. La nostalgia de Sábato por una ciencia cercana al hombre, que emana de él y no lo olvida; y las notas que son el reflejo de sí mismo. Cada uno de esos cuadros remite a los orígenes de la crisis que se desencadenó en París (la gran capital de las vanguardias), entre la claridad de los laboratorios Curie y las noches surrealistas. Luego, sobre esos días, diría:

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Alquimista III

Antiguas fuerzas, en algún oscuro recinto, preparaban la alquimia que me alejaría para siempre del incontaminado reino de la ciencia. Mientras los creyentes, en la solemnidad de los templos, musitaban sus oraciones, ratas hambrientas devoraban ansiosamente los pilares, derribando la catedral de teoremas.

El fin último de toda su obra, que radica en una preocupación de índole epistemológica, adquiere también una dimensión social que parte de ese ahondamiento en la condición última del hombre concreto: como heredero o continuador de los principios que rigieron las vanguardias, confía en crear un nuevo orden social originado en el arte, como unos nuevos cimientos éticos que se alimentan de unos valores alejados de la racionalidad práctica, utilitarista, de la sociedad burguesa.

La pintura, su pasión juvenil, desterrada primero por el mundo puro de los teoremas y más tarde también por la literatura (una herramienta más precisa —piensa él— para la metafísica), ocupa de nuevo, tras su letargo, ese espacio en el que Ernesto Sábato vuelca su existencia y reflexiona acerca de las cuestiones esenciales del arte, como ente ontocreador. Si, por un lado, la ciencia es lo abstracto en la búsqueda del poder, por el otro, el arte, la novela, es lo concreto en el ahondamiento del ser humano. Solo por el segundo circula la sangre. Solo el arte está vivo.

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Autorretrato I

 

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Autorretrato II

El déficit epistemológico de la ciencia —cree el argentino— es salvado por un arte que, más allá de una preocupación estética, es la representación más fiel de la realidad, porque abarca todos sus rincones. Las figuras fantasmales de enormes cavidades en el rostro de los cuadros, que fueron los ciegos fríos y húmedos de sus novelas, son el símbolo del mal, de lo oculto y lo desconocido, que se revela únicamente en el arte. Como un elemento más, junto a los túneles o el metro que recorre las entrañas de Buenos Aires, del mundo oscuro que queda fuera del poder alumbrador de la ciencia.

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Autorretrato III

El Informe sobre Ciegos de Vidal Olmos (tercera parte de Sobre héroes y tumbas) es su intento por comprender su ser último como hombre, su inclinación hacia el mal, en un descenso interior donde la ciencia no le puede ayudar: en su incursión a las tinieblas, al mal, al inconsciente, es decir, a la ceguera que son los deseos más ocultos del hombre.

La biografía de Sábato es la confesión de aquel personaje: «Los ciegos me obsesionaron desde chico y hasta donde mi memoria alcanza recuerdo que siempre tuve el impreciso pero pertinaz propósito de penetrar algún día en el universo en que habitan». Un campo vedado para la ciencia.

 


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