Las asambleas semestrales del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, como era previsible, no significaron un avance en la guerra cambiaria desencadenada a nivel mundial. Peor aún, apenas finalizada Tailandia anunció un paquete de medidas orientadas a tratar de frenar la revaluación del bath. La confrontación más divulgada en los medios de comunicación es la producida entre EE.UU. y China. El primero, con su fuerte expansión monetaria, empujó unilateralmente la devaluación del dólar. Beijing, por su parte, revalúa gradualmente el yuan, estableciendo un gran diferencial con la apreciación en muchos países emergentes, entre ellos varios latinoamericanos. Al mismo tiempo, la masa monetaria creada en países desarrollados se dirigen en grandes cantidades a las economías que se encuentran en una fase de crecimiento, tienen una tasa de interés sustancialmente más alta y hay expectativas de una revaluación aún mayor, obligándolas a tratar de frenar el efecto cambiario. Mientras tanto, Chile sigue a la expectativa. El Banco Central se limitó a constatar en el comunicado de su reunión de octubre para decidir su política monetaria que “el peso ha continuado apreciándose con respecto al dólar”, hecho más que evidente.
“Casi todas las economías más importantes –constató The Wall Street Journal– buscan en algún grado contener alzas de sus monedas o incluso depreciarlas” (06/10/10). Las decisiones de esta naturaleza se van incrementando, buscando al mismo tiempo defender la producción interna frente a importaciones sustitutivas. Se encuentra en curso una “guerra cambiaria”. Constituye una nueva fase de la crisis iniciada a mediados de 2007. Se inició como estallido en varios países de burbujas hipotecarias, empezando por EE.UU. Luego se trasladó a los sistemas financieros, con los colapsos de mercados bursátiles y de los “activos tóxicos”. A continuación golpeó a la economía real, impulsando la Gran Recesión. Posteriormente se produjo la incapacidad de pagos de deudas soberanas, prioritariamente en la eurozona. Y, ahora, los conflictos cambiarios. En cada momento una de esas expresiones se transformó en dominante, sin que significase que las otras necesariamente hayan sido superadas.
EE.UU. impulsó la guerra cambiaria al seguir una intensa política de expansión monetaria, buscando así también revertir la caída de su actividad económica. En un evento efectuado en Boston, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, explicó que el peligro de deflación –el IPC subyacente de septiembre, que elimina en su calculo los precios más volátiles, alcanzó a sólo 0,8% anual, la tasa más baja desde 1961- y la alta tasa de desempleo (9,6%) constituyen motivos suficientes para adoptar nuevas medidas, agregando que se está preparando un plan tras este propósito sin entregar precisiones de fechas ni de agresividad con que se actuará.
China revalúa su moneda muy gradualmente con relación al dólar estadounidense, que al depreciarse conduce a que caiga su cotización en relación a las de numerosos países, incluyendo a una gran cantidad de naciones emergentes. Un porcentaje importante de los grandes ingresos de divisas que recibe, consecuencia de ingresos de capital y elevados superávits comerciales, los incorpora a sus reservas internacionales, que alcanzaron en septiembre el nivel récord de US$2,65 billones, aumentando en el mes en US$194.000 millones, un incremento récord. La revaluación experimentada por el yen y el euro con relación a la divisa norteamericana aumentaron aún más sus reservas que se miden en dólares.
Por su parte, el Banco de Japón en la primera quincena de octubre determinó continuar “con su política de tasa de interés virtualmente en cero”, al tiempo que resolvía reanudar una política de relajamiento cuantitativo comprando bonos gubernamentales y otros activos para tratar de terminar con varios meses continuados de deflación e intentar revertir la apreciación del yen, lo cual resultó insuficiente. En los días inmediatamente posteriores a las reuniones de Washington, el dólar cayó por debajo de los 81 yenes por primera vez desde 1995. Por tanto, la moneda nipona siguió apreciándose, al igual como aconteció con el euro que alcanzó un nivel máximo desde enero y el rand sudafricano que registró su mayor nivel en cerca de tres años y el dólar australiano que rozó la paridad con la divisa estadounidense, anotando un máximo en 28 años.
La asamblea semestral del FMI en Washington –que tuvo el debate del tema cambiario como central- no logró mayores progresos en reducir la confrontación. Al comienzo de la cita, el Fondo sugirió una “iniciativa sistémica de estabilización”. Pero al finalizar la reunión se limitó a señalar que en sus revisiones de las políticas nacionales daría más énfasis a los asuntos cambiarios, insistiendo en que se debe dejar que las paridades sean determinadas por el mercado. La postura del FMI fue interpretada acertadamente por las delegaciones de Brasil y Argentina como que deberían aceptar la apreciación de sus monedas, acordando estudiar acciones coordinadas destinadas a restringir el ingreso a los mercados nacionales de fondos especulativos. Cualquiera decisión que se alcance para frenar esta “guerra” en curso debe ser necesariamente multilateral. El FMI no es el foro adecuado para encabezar ese proceso ya que la representación en su estructura de los países emergentes es extraordinariamente baja, no se corresponde con la realidad existente a nivel mundial. No tuvo éxito tampoco un intento de la Casa Blanca de vincular un mayor papel de China en el FMI con la adopción de modificación en su política cambiaria.
Las citas de los organismos internacionales tampoco detuvieron las medidas unilaterales adoptadas en el terreno cambiario. A la semana siguiente, Tailandia –país que depende en dos terceras partes de las ventas al exterior y cuya moneda, el bath, era en el año la moneda asiática más apreciada con relación dólar, si se exceptúa al yen- anunció la eliminación de una exención fiscal para las adquisiciones por extranjeros de bonos nacionales buscando así frenar el ingreso de recursos desde el exterior. Al mismo tiempo, comunicó la adquisición en el cuarto trimestre de US$1.630 millones en divisas foráneas y el otorgamiento de préstamos bancarios en dólares a pequeñas y medianas empresas exportadoras. Inmediatamente después, India también intervino en el mercado de las divisas por primera vez en el año.
Una de las víctimas de los procesos devaluatorios es el euro. Ello condujo a Alemania a insertarse en la batalla de declaraciones sobre el tema en los días previos y en la realización misma de las asambleas semestrales del FMI y el Banco Mundial (BM). “El yuan –manifestó el gobierno de Angela Merkel– debería corresponderse con su valor real. (…) se podría argumentar –añadió –que el dólar, mientras se inyecta una cantidad extrema de liquidez en el mercado americano, está devaluando de hecho, y que no se corresponde (tampoco) con su valor real” (09/10/10). “(…) el euro –expresó a su turno, el portavoz de Asuntos Económicos y Monetarios de la UE, Amadeu Altajaf– está soportando una carga desproporcionada en los ajustes de los tipos de cambio. (…) lo que podría afectar la recuperación económica de la zona euro” (08/10/10).
Pero, en la revaluación del euro incide la política del Banco Central Europeo (BCE) que actúa, como señalaron Santiago Fernández de Lis y Pablo Guijarro, de la Escuela de Finanzas Aplicadas, “como si el tipo de cambio no importara. (…) el BCE anuncia medidas de restricciones de la liquidez, induce un aumento de los tipos de interés a corto plazo (…)” (17/10/10). Es una consecuencia de la política liderada por Alemania de buscar poner fin a las políticas anticíclicas rápidamente, lo cual debe resentir los niveles de actividad económica en la zona euro.
El gobernador del Banco Popular chino, Zhow Xiachuan, luego de manifestar que “no conocemos la definición exacta de una guerra de divisas” rechazó la exigencia expresada por el G-7 previo a la asamblea del Fondo de implementar una rápida revaluación del yuan, manifestando su tajante rechazo a “una terapia de choque” (09/10/10). Esta respuesta ya había sido entregada pocos días antes por el primer ministro de la potencia asiática, Wen Jiabao. “No funciona –expresó– que nos presionen sobre el tipo de cambio”. Si se hace rápidamente “muchas empresas exportadoras tendrían que cerrar y muchos trabajadores tendrían que volver a sus pueblos. Si China sufriera convulsiones económicas y sociales –enfatizó- eso sería un desastre para el mundo” (07/10/10).
Entre los países más afectados están aquellas economías de países emergentes receptoras de la liquidez generada por los países emisores de monedas de reservas, estimuladas por el gran diferencial existente entre el grado de apreciación del yuan y de sus monedas con relación al dólar norteamericano. Por ello, el presidente del banco central brasileño, Henrique Meirelles, hizo presente la escasa posibilidad en el corto plazo de alcanzar un acuerdo cambiario, recalcando que ante esta realidad su país “necesita tomar medidas para protegerse” (09/10/10). Varios países emergentes, son receptores prioritarios de la liquidez creada en economías industrializadas. Su monto en los primeros nueve meses del año alcanzó –de acuerdo a cifras del Instituto de Finanzas Internacionales, donde se agrupan los grandes bancos comerciales del mundo– a US$800.000 millones netos, aproximadamente un 4% del producto de los países emergentes. Este fuerte flujo conduce a la revaluación de las monedas de los países receptores, lo cual si bien inicialmente estimula el crecimiento, en definitivo genera agudos desequilibrios. Es un factor de incremento en sus déficits en cuenta corriente. El ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, recalcó que “es irreal esperar que esta tendencia pueda continuar indefinidamente” (11/10/10). Por tanto, se debe detener. El banco holandés NIBC contabilizó que 18 países inmediatamente después de la reunión del FMI habían ya intervenido para moderar el alza de sus monedas.
Este flujo de recursos no sólo estimula la revaluación de las monedas de los países receptores, sino que además conduce a la formación de burbujas en activos financieros. “(…) cuando los inversores buscan un rendimiento mayor fuera de EE.UU. -escribió Joseph Stiglitz-, la ríada de dinero que ha abandonado el dólar ha hecho aumentar los tipos de cambios en los mercados en ascenso en todo el mundo. Dichos mercados lo saben y están inquietos. Brasil ha expresado vehementemente su preocupación, no sólo por el mayor valor de su divisa, sino también por la afluencia de riesgos monetarios que alimentan las burbujas de activos o desencadenan la inflación” (10/10/10).
En América del Sur, Brasil, Perú y Colombia han destacado entre los países que han adoptado diferentes medidas para frenar los cursos revaluatorios de sus monedas. “Estamos -declaró Guido Mantega– en medio de una guerra cambiaria internacional, un debilitamiento general de las monedas. Esto nos amenaza porque nos quita nuestra competitividad” (29/09/10). De allí las resoluciones adoptadas en defensa de su economía, que no han detenido plenamente el curso revaluatorio del Real al ser el país un receptor privilegiado de recursos desde el exterior por sus altas tasas de interés y la fase de crecimiento en que se encuentra. Su última medida antes de la asamblea de Washington, en un intento de frenar el ingreso masivo de recursos financieros, fue aumentar los gravámenes a la inversión extranjera de corto plazo en renta fija a un 4%. Este flujo hacia los países emergentes, como señaló Nouriel Roubini en su conferencia en Santiago, tiene tres fundamentos: diferencial de tasas de interés, diferencial de crecimiento económico y expectativas de que continúen los procesos de apreciación de monedas emergentes.
Mientras tanto, el Banco Central chileno sigue sin actuar, a pesar que su presidente, José de Gregorio, constató en el Comité Internacional Monetario y Financiero del BM y el FMI, que “la falta de ajuste del tipo de cambio en algunas economías grandes están poniendo presión sobre las economías con regímenes flexibles de tipo de cambio” (10/10/10). Entre estas economías destaca precisamente la chilena por las ideas fundamentalistas de que los “mercados libres” conducirían a superar los desequilibrios. Su reunión de octubre de política monetaria sólo hizo referencia a que continúa la apreciación del peso con relación al dólar.
Por su parte, el ministro de Hacienda constató que las apreciaciones “son mayores en países más dependientes de las materias primas como el cobre y el hierro”. Sin embargo, las medidas adoptadas al limitarse únicamente a algunos manejos fiscales son extraordinariamente débiles, no modificando en lo fundamental el impacto negativo de la “gran carga –como reconoce- sobre los sectores exportadores y sustituidores de importaciones, principalmente en la agricultura y la industria” (17/10/10). Ello impacta necesariamente en el mercado laboral e impiden la práctica avanzar en objetivos como por ejemplo transformar a Chile en una potencia alimentaria. La “eficiencia” de las políticas no se mide únicamente por algunas acciones concretas felizmente exitosas como el rescate de los mineros de la mina San José. ¿Por qué el alto precio del cobre no se expresa en una explotación adecuada y segura en la mediana minería?
La guerra cambiaria conduce a rememorar acontecimientos históricos que desde luego, deben analizarse teniendo en cuenta los cambios ocurridos desde entonces. Dos han sido los hechos más citados: la guerra económica de la década de los treinta del siglo pasado y la cumbre en el Hotel Plaza de Nueva York el 22 de septiembre de 1985 de los gobiernos y bancos centrales de EE.UU., Japón, Reino Unido, Alemania Occidental y Francia que resolvió la devaluación del dólar.
Estados Unidos, que había retomado en 1919, luego de terminada la Primera Guerra Mundial, el mecanismo monetario del patrón oro volvió a abandonarlo en 1933, cuando el país se encontraba sumido en la Gran Depresión, para reestablecerlo al año siguiente, pero con un dólar devaluado, llevándolo de US$20,67 a US$35 la onza de oro. Lo hizo obviamente para ganar terreno, en su comercio exterior con cargo a los demás países, en su comercio exterior. La respuesta no se hizo esperar, varias naciones procedieron a hacer otro tanto. Washington contraatacó subiendo los aranceles de los productos importados. Predominó la política conocida como de “empobrecimiento del vecino”, de represalias mutuas. De esta manera se dificultó la recuperación económica, que finalmente fue superada con la conflagración bélica iniciada en 1939. La “guerra cambiaria” actual igualmente dificulta el proceso de recuperación global.
“Cada día –escribió el académico de Berkeley Barry Eichengreen, que destaca entre quienes más profundamente analizaron la Gran Depresión– parece más probable que estemos destinados, ¿o deberíamos decir condenados?, a repetir la desastrosa historia de los años treinta”. Entonces, añadió, “un país detrás de otro bajó su tipo de cambio en un intento desesperado de salir de la depresión a través de las exportaciones. Pero cada devaluación solo agravaba los problemas de sus socios comerciales (…)” (03/10/10).
A la confrontación cambiaria se le añaden componentes comerciales y políticos. La Cámara de Representantes norteamericana aprobó una ley facilitando penalizar las importaciones chinas, provocando la inmediata reacción de Beijing. Como señaló Nouriel Roubini “las guerras cambiarias, llegado el caso, conducen a guerras comerciales. Un mundo donde los países con un exceso de gasto –añadió– necesitan reducir la demanda doméstica y alentar las exportaciones netas, mientras los países que ahorran en exceso no están dispuestos a reducir su dependencia del crecimiento liderado por las exportaciones, es un mundo donde las tensiones monetarias inevitablemente estallan. (…) no todas las economías pueden mejorar las exportaciones netas al mismo tiempo: el total global es, por definición, igual a cero” (15/10/10).
De otra parte, debe tenerse presente que en el enfrentamiento EE.UU. posee una gran ventaja, “tiene –como escribió Martin Wolf– municiones infinitas, no hay limites a los dólares que puede crear la Reserva Federal. En lugar de cooperación sobre los ajustes, de las tasas de cambio y las cuentas externas (…) busca imponer su voluntad, a través de la imprenta” (13/10/10). Pero, al mismo tiempo, sus contradicciones son muy profundas y el debilitamiento de su hegemonismo notorio.
La reunión del G-5 en el Hotel Plaza se coloca como ejemplo de coordinación a nivel global, que se añora como necesaria. Fue un acuerdo adoptado para reducir la sobrevaloración de la divisa estadounidense, resolviéndose “deseable una apreciación ordenada de las principales monedas distintas del dólar”. Se dejaba de lado la libre flotación de esas monedas iniciada luego del derrumbe experimentado por el sistema monetario de Bretton Woods. Pero el escenario es claramente otro. Ya no existe la posición de entonces tan claramente hegemónica estadounidense y la actitud sumisa de otras grandes potencias. En particular, necesariamente debe tenerse presente a China, que es el mayor poseedor de reservas internacionales y, por tanto, de dólares en el mundo. “China es lejos –escribió Martin Wolf– el interventor dominante, representando 40% de la acumulación (de reservas) desde febrero de 2009. Nunca –añadió– en la historia de la humanidad puede el Gobierno de una superpotencia haber prestado tanto a otra” (29/09/10). Beijing es el gran acreedor de la gigantesca deuda norteamericana.
Un acuerdo global se hace imprescindible. Pero, como demostraron las reuniones efectuadas en Washington, con motivo de las asambleas del FMI y el BM, ello no se abre camino. Sigue reforzándose la tendencia, como en los años treinta, de “empobrecer al vecino”. “Guerra o batalla tal vez sean palabras demasiado belicistas –anotó el director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn– pero lo cierto es que muchos países han empezado a usar las divisas como un arma” (08/10/10). Y entre ellos destaca EE.UU.
En las exposiciones previas a la Asamblea del Fondo, su economista jefe, Olivier Blanchard, sosteniendo que la recuperación a nivel global no se ha detenido –sí se ha revertido en las economías avanzadas-, constató que al mismo tiempo los riesgos son mucho mayores que nunca. Se trata, se señaló en el informe semestral del FMI, “de una recuperación desequilibrada y de grandes riesgos”. Este mejoramiento transitorio se produjo en los primeros meses de 2010, para después experimentar un fuerte revés con la crisis de los mercados de las deudas soberanas, prioritariamente en Europa, que se prolongaba a la fecha de la Asamblea, y la desaceleración de las economías de EE.UU. y Japón.
El crecimiento proyectado para el año, estimado por el Fondo en 4,8%, se producirá nuevamente en su mayor parte en los países emergentes. Ello conduce, a la vez, que siga el curso de modificación de la gravitación mundial entre estos países y los industrializados. En 2011, el FMI estima un crecimiento de 4,2%, a pesar que en su estimación disminuye el de EE.UU. a 1,8%. En cambio, China explicará –siempre en base a las proyecciones del Fondo- cerca de la tercera parte del crecimiento global, mientras que América Latina y el Caribe aportarán más que Europa.
Contribución de cada zona al crecimiento mundial 2011
(Fuente: FMI. En puntos porcentuales) |
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Zona | % | Zona | % | Zona | % | |||
Asia emergente | 2,06 | A. Latina y el Caribe | 0,35 | Asia industrializada | 0,26 | |||
EE.UU. y Canadá | 0,51 | Eurozona | 0,26 | Medio Oriente y África del Norte | 0,25 | |||
Por Hugo Fazio
El Ciudadano