¿Por qué en Chile nadie tiene la decencia de renunciar?

O bien es la falta de valentía, o bien el apego desmedido y enfermizo al poder y al dinero, lo cierto es que por estos lares la palabra renuncia se utiliza en contadas y honrosas ocasiones. Lo que sí está claro que mientras más alto en la escala social, más difícil se hace exigir responsabilidades. Allá arriba, todo puede ser consensuado.

¿Por qué en Chile nadie tiene la decencia de renunciar?

Autor: Patricio Araya

Karen_Doggenweiler_pargua_600x315En los últimos días –meses, años, décadas– varios personajes públicos se han visto envueltos en polémicas situaciones que bien podrían haberse resuelto a través del acto más básico de la ética exigible: ante la contundencia de un grave error cometido, lo esperable es dar un paso al costado. La contradicción es que dicho mínimo estándar es utilizado a diario para remover a miles de personas comunes y corrientes de sus puestos de trabajo, desde el junior que olvidó entregar un sobre, hasta el periodista que tuvo la osadía de faltar a la dogmática línea editorial de su medio; desde el vendedor que no le prodigó suficientes sonrisas al cliente, hasta la profesora que regañó a sus alumnos.

La facultad del empleador de desvincular a un trabajador en Chile es tan alta y habitual, que hoy ya a nadie sorprende un despido laboral. Sin considerar que cada vez más se elevan las exigencias para acceder a un puesto de trabajo, que incluso ahondan y discriminan en base a aspectos personales del candidato, como sus hobbies o planes (deportes de alto riesgo, estudios, viajes, maternidad, etcétera).

No obstante, tanto las exigencias como la flexibilidad para entrar o salir de un trabajo no son iguales para todos. A un junior se le pide enseñanza media, buena presencia, discreción, rapidez, disposición para estirar su jornada laboral sin chistar, y sobre todo, actitud sumisa para aceptar humillaciones del jefe y alto nivel de comprensión para entender que la miseria de sueldo que recibe forma parte de la política de austeridad de la empresa. Y más, que todo, encima de todo, se le exige al pobre trabajador asumir como propia la filosofía del escautismo de estar siempre listo y dispuesto para ser despedido.

A contrario sensu, hay en este irrepetible país una casta especial de privilegiados que son medidos de manera muy diferente, tanto a la llegada al empleo como a la salida de él. En la política, por ejemplo, las exigencias de ingreso son irrisorias, así como la condición de inamovilidad que se adquiere quién sabe en virtud de qué gracia divina. Para ser parlamentario se requiere enseñanza media y haber alcanzado la condición de ciudadano, cuestión que se cumple de manera automática al llegar a la mayoría de edad. Lo mismo para ser alcalde, concejal o funcionario público, civil o uniformado, excepto en los casos específicos en que la ley exige estudios superiores. Para ser Presidente de la República o senador, la Constitución eleva los estándares. Al cuarto medio se le suma haber cumplido 35 años. Poseer un título resulta irrelevante. O innecesario.

Algo similar ocurre con aquellas personas que alcanzan posiciones de poder en los medios de comunicación masiva, como es el caso de la periodista Karen Doggenweiler, quien no obstante poseer calificación profesional, se siente llamada a prescindir de ella, convirtiendo su condición de periodista –que la obliga actuar dentro de la ética de la profesión– en un hecho irrelevante, y en subsidio considera correcto y oportuno actuar desde la emocionalidad y la conveniencia personales.

Tal fue el criterio empleado por la periodista de TVN durante un contacto en vivo desde Chiloé, lugar donde hace un par de días entrevistaba a una trabajadora del mar, afectada por la presencia de la marea roja que tiene en estado terminal a la fuente productiva que emplea al 80 por ciento de los trabajadores de la zona, como es la extracción de pescados y mariscos.

En la ocasión, la conductora del matinal de la señal pública protagonizó una vergonzosa performance en cámara, al taparle la boca a la mujer que en esos instantes daba rienda suelta a su rabia y frustración frente a la indiferencia de la Presidenta Michelle Bachelet, ante la caótica situación que afecta a toda la población chilota.

Pese a la ‘buena onda’ con la que Doggenweiler intentó empatizar con la dramática situación de quien ella calificó como “la futura alcaldesa”, la actitud tibia de la periodista, quien solo se atrevió a llegar hasta Pargua –comuna situada en el continente, frente al archipiélago– sin tener las agallas suficientes para cruzar a la ‘zona cero’, colapsó frente a la voz quebrada pero aguerrida de su entrevistada Sandra Llancá, quien tuvo la osadía de imaginar a su hijo en una misión imposible para un pobre habitante de Calbuco, tras concluir sus estudios: “Ojalá saque a la Bachelet”, alcanzó a manifestar la humilde mujer, quien tras sus dichos fue abrazada por la periodista que alguna vez reporteó en los tribunales de justicia.

Karen Doggenweiler, presa de una actitud incomprensible para un profesional de la prensa consideró que el deseo de su interlocutora era de tal modo atentatorio contra el statu quo del que ella forma parte, que no encontró nada mejor que taparle la boca a Sandra Llancá. Una performance que raya en el paroxismo de la censura posdictadura, la peor de todas, por su carácter de autoimpuesta. Una autocensura ‘democrática’ que tiene su origen en la filosofía conformista de la ‘justicia en la medida de lo posible’ que le ha dado sentido y relato a la inacaba transición.

Para ponerle la guinda a la torta, la conductora de Buenos Días a todos se mandó una frase que acabó por ofender a la inteligencia de los televidentes. “Acá (en TVN) la verdad, nosotros no censuramos a nadie, todo el mundo tiene derecho a decir lo que quiera, y ella (Sandra Llancá) tenía tantas ganas de tomar el micrófono también y tener la posibilidad de decir lo que quería decir, y ese coranzoncito que estaba apretado hace mucho tiempo y que sentía que no había sido escuchado… así es que aquí está, bien emocionada”, sostuvo, mientras la entrevistada sollozaba amordazada en el regazo de la comunicadora del autodenominado ‘matinal de Chile’.

Así las cosas, los chilenos tal vez no debiesen plantearse la posibilidad de tener una nueva Constitución que defina un nuevo modus vivendi que civilice la convivencia, sino más bien ir por el camino más corto al surrealismo y sincerar una verdad irrefutable: cambiarle el nombre al país. Mejor que Chile –vocablo que en otros países significa ají picante–, este pobre país debiese llamarse Macondo, pues, en qué otro país un grupo de políticos puede hacer la faramalla de ir a inscribir un pacto electoral a sabiendas que no lo harán, llevando bajo la manga el feble argumento de culpar al mensajero ante el fracaso del intento; en qué otro país el gobierno es tan ineficiente como en este, al acometer una simple tarea como es depositar de manera correcta los bonos a las familias afectadas de Chiloé; por el contrario, hoy se sabe que muchos de esos depósitos fueron a dar a cuentas equivocadas; en qué otro país sino en este, no resultaría ridículo que la Presidenta de la República desde Suecia le hable en inglés a los afectados, por mucho que ello obedezca a un cierto protocolo del anfitrión.

Si luego de su responsabilidad en la fracasada inscripción de las primarias de la Nueva Mayoría, la presidenta del PS, senadora Isabel Allende, no ha tenido el valor de renunciar a su cargo –¡qué enorme diferencia de ponderación del valor con el de su padre!– optando en cambio por endosar un comportamiento ilegal y arbitrario a la directora del Servel, mucho menos lo hará Karen Doggenweiler a TVN, quien con toda seguridad, alegará que su amordazada se encontraba en estado de schok, y que dada su origen étnico, con toda certeza, se hallaba poseída de quién sabe qué maleficios que la hicieron actuar de esa forma tan descontrolada, endiablada.

Lo terrible que es que el directorio de TVN, en la persona de su presidente, el socialista Ricardo Solari, igual que la presidenta de su partido, preferirá mirar hacia el lado, confiado en la frágil memoria de los televidentes a los que se les puede vender cualquier patraña.

La cariñosa censura de Karen

https://youtu.be/98CVVOR8oUw


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