https://youtu.be/i4diSCjgwgc
Entre 1918 y 1924, el misionero alemán Martín Gusinde fue uno de los tantos antropólogos y etnólogos que en los últimos cien años, visitó Tierra del Fuego para tomar registro de la población local, conviviendo con yámanas, selk’nam y kawésqa, tomando unas 1.200 fotos realmente increibles.
Gusinde fue un sacerdote alemán que en el 1900 se unió a los Misioneros de la Divina Palabra, y cinco años más tarde comenzó sus estudios en etnología en Viena, Austria.
El objetivo de su trabajo en Tierra del Fuego, donde estuvo 22 meses, fue rescatar la tradición oral y visual, ante el avance de la población blanca que fue desplazando a los pueblos originarios, afectados severamente por enfermedades para las que no tenían defensas naturales.
Gusinde pudo registrar una de las últimas ceremonias del hain y afirmó que los espíritus de la ceremonia solamente estaban hechos para las creencias de las mujeres, mientras que los hombres eran monoteístas que no creían en otro ser supremo que Temáukel, dios supremo del panteón Selk’nam (Ona), con muchas semejanzas del Dios único de las religiones abrahámicas. De hecho, los selknam que tuvieron contacto con los europeos los consideraban equivalentes, pero no el mismo ser.
En el Archivo de Fonogramas de Berlín tiene los únicos registro de sonido de las canciones y ritmos de las tribus que habitaron la tierra más austral de América, gracias a que Gusinde pudo participar de la ceremonia del Hain, el rito de iniciación celebrado por los onas (selk’nam).
Gracias a semejante trabajo, Gusinde obtuvo el doctorado de antropología de la Universidad de Viena en 1926.
Elek, Loik e Imshuta se preparan para las danzas Kewanix, en honor de Tanu. Cada mujer está pintada en rojo ocre con detalles en blanco que representan a los ancestros. En la sociedad selk’nam previa al mito fundante del hain, las mujeres gobernaban con grandes poderes y que eran portavoces de Xalpen, una voraz ballena de gran apetito sexual que ordenaba a los hombres el suministro de carne o serían devorados. Foto: Martín Gusinde
K’termen, el espíritu bebé de Xalpen, cubierto de rojo ocre y cubierto de plumas de ganso, es presentado a las mujeres por el chamán Tenenesk. Foto: Martín Gusinde
Según el mito, los hombres vivían en un clima de temor y sometimiento y debían trabajar de sol a sol, no solo para cazar y proveer lo necesario para la vida del grupo, sino que también debían ocuparse de los niños y desempeñar las tareas domésticas. Los hombres jamás se animarían a intentar una rebelión sabiendo que los poderes rectores del universo habían ordenado que las mujeres los dominaran para siempre. Foto: Martín Gusinde
La ceremonia del hain se llevaba a cabo con el motivo de instruir a los jóvenes varones que se encontraban al final de la adolescencia sobre “las verdades de la vida”; después de un determinado periodo de prueba eran admitidos en el círculo de los hombres. Foto: Martín Gusinde
Tres hombres pintados listos para la escena Kewánix del Hain. El mito relata que antes de que la humanidad existiera, había hombres y mujeres que en el suceso fundante, el hain, se convirtieron en astros, animales y fuerzas naturales. La historia tiene dos versiones sobre el descubrimiento del engaño de las mujeres a los hombres. Una es que tres hombres vieron a una mujer disfrazándose, mientras que la otra es que un hombre escuchó a las mujeres riéndose, mientras ensayaban los papeles de los espíritus que debían representar durante el hain. Foto: Martín Gusinde
Un hombre representa al espíritu de Kotaix durante el hain, ceremonia que podía durar varios meses, en que los adultos utilizaban vestimentas y pinturas para disfrazar sus cuerpos simulando ser espíritus, con el fin de asustar a las mujeres, mientras narraban a los jóvenes historia de tiempos en los cuales las mujeres dominaban a los hombres, y como estos lograron descubrirlas y predominar. En una oportunidad, Guisande fotografió a un hombre disfrazándose y este lo agredió, temiendo que la foto fuera vista por una mujer y se descubriera el engaño. Foto: Martín Gusinde
Una de las cosas que más aterrorizaba a los hombres era Xalpen, que rara vez les era mostrada, pero se les hacía creer que los devoraría si no le llevaban abundante carne para saciar su apetito. Las mujeres hacían ruidos y movían objetos dentro de la choza para simular que ellas mismas corrían peligro si Xalpen no era saciada, entre tanto cocinaban la carne para festejar su dominio y la estupidez de los hombres. Foto: Martín Gusinde
A la izquierda, un hombre representa a Telil, el Cielo de la Lluvia (Cielo del Norte), acompañado del Cielo del Viento (Cielo Occidental). Las máscaras están hechas de piel de guanaco. El mito cuenta que los hombres tramaron una venganza contra las mujeres por el engaño, y fueron al sitio de la ceremonia y las mataron a todas, excepto a Kre, la esposa del Sol, que comenzó a pegarle a Luna tres veces en la cara, lo que hizo temblar a los cielos y la violencia se detuvo. Por la eternidad, Sol perseguiría a Luna por el firmamento. Foto: Martín Gusinde
Ulen, el bufón masculino, entretenía al público durante el hain, rito que las mujeres realizaban en una choza de troncos para iniciar a las hijas en la magia, mientras los hombres debían permanecer afuera. Foto: Martín Gusinde
Las únicas mujeres supervivientes eran las niñas que todavía no habían sido iniciadas en el secreto. Los hombres se marcharon y guardaron luto por sus madres, esposas e hijas, pero decidieron adoptar el hain para sí mismos y engañar y dominar a las mujeres del mismo modo que antes habían sido engañados y dominados ellos. A toda mujer se le prohibió acercarse al hain bajo pena de muerte, la misma que sufriría cualquier hombre que divulgara el secreto. Los espíritus que personificaban eran los mismos que antes habían usado las mujeres, pero ahora fueron presentados como seres que apoyaban la supremacía masculina, solo Xalpen siguió siendo presentada del mismo modo que antes. Foto: Martín Gusinde
Las únicas mujeres supervivientes eran las niñas que todavía no habían sido iniciadas en el secreto. Los hombres se marcharon y guardaron luto por sus madres, esposas e hijas, pero decidieron adoptar el hain para sí mismos y engañar y dominar a las mujeres del mismo modo que antes habían sido engañados y dominados ellos. A toda mujer se le prohibió acercarse al hain bajo pena de muerte, la misma que sufriría cualquier hombre que divulgara el secreto. Los espíritus que personificaban eran los mismos que antes habían usado las mujeres, pero ahora fueron presentados como seres que apoyaban la supremacía masculina, solo Xalpen siguió siendo presentada del mismo modo que antes. Foto: Martín Gusinde
Las máscaras que eran utilizadas por los que representaban los espíritus, las hacían con piel de guanaco y corteza de árbol, las adornaban, con pinturas de dibujos simbólicos; a algunas las rellenaban con pasto y hojas para darle más cuerpo. Habían de dos clases: una cónica llamada tolon, medía 70 centímetros de alto y debía sostenerse con ambas manos, tenía largas hendiduras para los ojos. La otra mascara se llamaba así y era como una capucha de cuero rellenada con hojas y pasto para darle una forma redonda ya que estaba muy pegada a la cara. Cubría toda la cabeza y se sostenía por atrás. Tenía tres pequeños orificios para ver y respirar. El espíritu Short y Ayilan llevaba esta mascara los demás llevaban la cónica “tolon”.Ilustraciones: Uorbal Castor
Lola Kiepja (n. ? – m. 1966, en Tierra del Fuego) fue una chamana y cantante selk’nam argentina, conocida como “la última ona” o la “última selk’nam”, debido a que fue la última persona perteneciente a la cultura selk’nam (ona), en conocimiento directo de las tradiciones, cantos y artes de esa cultura milenaria de Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente americano. En realidad, se he señalado que Lola Kiepja no fue en realidad la “última ona”, y que esa condición podría caberle Angela Loij, fallecida en 1974. La muerte de Lola Kiepja ha sido relacionada con el genocidio y la marginación sufridas por el pueblo selk’nam y otras culturas indígenas en América.