A propósito de la celebración del día del /la Asistente Social en Chile.
El 11 de noviembre se celebra en Chile el Día del/la Asistente Social, en conmemoración al hito que marca la disciplina en el año 1950, en que se desarrolla una intensa jornada de análisis y debate en torno al quehacer profesional, desarrollada desde el 6 al 11 de noviembre de dicho año. La clausura de la jornada derivó en dos hechos de gran trascendencia: en primer lugar, se declara el 11 de noviembre como el día del Asistente Social y segundo, se constituye la Federación de Asistentes Sociales de Chile, hasta la creación del Colegio de Asistentes Sociales, el 27 de octubre del año 1955 por la Ley Nº 11.934. Cabe recordar que en Chile, la profesión tiene su origen en el año 1925, por la iniciativa del Dr. Alejandro del Río, quien crea la primera Escuela de Servicio Social al alero de la Junta Nacional de Beneficencia, lo que más tarde sería el SNS y actual SNSS. En sus inicios la profesión tenía un marcado sello asistencialista, basada en el saber técnico, pero que además respondía a la posición de clase, de estas profesionales, ya que provenían mayoritariamente de sectores acomodados de la sociedad. La presencia de las Visitadoras Sociales, a juicio de la historiadora María Angélica Illanes (2006), generó en sus inicios sospechas respecto de la verdadera utilidad social de esta nueva profesión, representada en estas mujeres de sociedad, con uniforme de “moja laica”. Pero la rigurosidad de su trabajo, llevó no sólo a expandir la profesión por el resto de América Latina, sino que poco a poco se desarrollan reflexiones disciplinarias, que se traduce en cuestionamientos epistemológicos, metodológicos y políticos de su quehacer. Así entonces desde esa práctica asistencialista y autoritaria, se transita a un Servicio Social con fundamentos científicos que sustenta la acción profesional.
Los cambios sociopolíticos que se desarrollan en toda América Latina durante los años sesenta, permeabilizan la discusión al interior de las ciencias sociales, el pensamiento latinoamericano y en particular en el Servicio Social (Escuelas de Servicio Social, gremios, colegios profesionales, organizaciones estudiantiles, colectivos, etc.), se instala una profunda reflexión disciplinaria. De ahí en adelante, se comienza a perfilar el movimiento de mayor transformación en el Trabajo Social: La Reconceptualización. Argentina, Chile y Uruguay van a ser los pioneros en generar los espacios para la reflexión y transformación disciplinaria. Este movimiento estuvo influenciado por diferentes corrientes de pensamiento, como la Educación Popular, la Teología de la Liberación y otras expresiones derivadas del marxismo y neomarxismo y en pocos años logró inundar a casi todo el continente latinoamericano. La propuesta apuntaba a la construcción de un Trabajo Social liberador, como le llamó Ezequiel Ander-Egg. Sin embargo este proceso no estuvo ajeno a los cambios sociopolíticos, como tampoco estuvo ajeno al involucramiento y militancia política, siendo por ello atacado y criticado duramente por los sectores conservadores y elitistas de la profesión. Este proceso se verá interrumpido abruptamente por las dictaduras que se instalan en América Latina.
En el caso de Chile con el Golpe de Estado de 1973, se cierran las Escuelas de Servicio Social y al reabrirse se realizan profundas modificaciones a sus mallas curriculares, volviendo a una formación y práctica asistencialista, que implica un retroceso de 30 años, respecto a lo que se había logrado. Se abandonan concepciones teóricas y metodológicas que promovían la organización, participación social y procesos de concientización de los sectores oprimidos, como lo planteaba –por ejemplo- la educación liberadora de Paulo Freire. Pero lo más dramático de este periodo, es que muchos/as precursores/as y quienes estaban alineados al proceso de Reconceptualización, perdieron sus trabajos, fueron perseguidos, encarcelados, otros/as torturados/as y desaparecidos. Como consecuencia de la sistemática violación de los Derechos Humanos por parte de la dictadura, muchos/as trabajadores/as sociales se abocaron (en los primeros años, en la clandestinidad) en la defensa de la vida y de la libertad de las personas, denunciando los abusos del régimen y prestando apoyo a las víctimas de la represión política, como también a sus familiares.
“Recuperada la democracia” en el año 1990, la profesión se encontraba seriamente dañada, por una formación descontextualizada, fundamentada en una orientación asistencialista, burocrática y un autoritarismo encubierto de prácticas caritativas. Como legado de la represión política y sus efectos en los ámbitos disciplinarios, la reflexión ético-política en la disciplina se encontraba seriamente limitada; en muchos espacios estaba absolutamente ausente en la articulación teoría-práctica. Incluso hasta hoy, lo político es visto como algo negativo o innecesario, por cuanto se argumenta que el Trabajo Social es una disciplina que debe ser neutral, una suerte de metodologismo aséptico. A pesar de los efectos traumáticos de la dictadura, tímidamente se comienza a generar un reencuentro con discursos, enfoques teóricos-metodológicos y prácticas, que tenía sus raíces en las diferentes vertientes marxistas, que en mayor o menor medida nutrían (y continúan haciéndolo) el Pensamiento Crítico Latinoamericano y lo que fue el proceso de Reconceptualización. Desde inicios de la década del noventa, reaparecen en la formación de algunas escuelas, las dimensiones colectivas y sociopolíticas del quehacer profesional; se promueve la participación social, la organización de la comunidad, la educación popular y la promoción sociocultural y se habla nuevamente que el Trabajo Social es una acción ética y política.
A veinte años de la derrota de la dictadura, el Trabajo Social tiene desafíos pendientes:
La práctica liberadora y comprometida con las clases excluidas no puede quedar en la retórica académica, sino que la reflexión necesaria y permanente debe ser el alimento de la acción transformadora. Por ello, es fundamental recuperar y resignificar lo político en la acción profesional, teniendo en consideración además el contenido ético implícito en lo político. El compromiso por la redemocratización en los diversos ámbitos de la sociedad, debe traducirse en ampliación significativa de participación social, de igualdad y justicia social, de constitución y reconstitución de sujetos sociales transformadores del espacio social y político. Esto también debe darse al interior de la disciplina, en donde profesionales y no profesionales contribuyan significativamente a la creación de conocimientos y prácticas comprometidas, en una antinomia al conservadurismo metodológico–tecnocrático y al ethos neoliberal. Por ello invitamos a la reinvención de la praxis emancipadora.
Por un Trabajo Social Crítico y Latinoamericano. Felicidades a todas/os las/os Asistentes Sociales y Trabajadoras/as Sociales de Chile.
Por Luis A. Vivero Arriagada
Trabajador Social y Académico